Ha muerto Evgueni Evtushenko (1932-2017). El gran poeta ruso estuvo en Lima en 1984. En esa oportunidad escribí:
DADME EL CIELO TODO
La mitad no quiero de nada. Dadme el cielo todo, Toda la tierra, los mares y los ríos.
Evgueni Evtushenko sigue siendo a los cincuenta y un años de edad, el enfant terrible, el poeta inesperado y universal que sorprendió a comienzos de la década del 60 con sus versos desenfadados, apasionados. Sobre una amplísima frente le cae un escaso cabello rubio. Mueve los brazos, gesticula, alarga las manos como quien quiere tocar, asir todo. De pronto fija sus ojos azules en algo o alguien y permanece absorto, solo un instante.
Celebrado en el extranjero más que ningún otro poeta soviético, Evtushenko está lleno de versos, de imágenes. Lleva consigo sus poemas escritos en papeles grandes y pequeños, que lee cuando quiere en perfecto castellano, con su voz profunda y fuerte.
Muchos lo calificaron de liberal cuando en sus poemas exhibió un antistalinismo incomprensible en aquella época de dogmas y credos:
"...Sombríamente apretando
su puño embalsamado,
el ojo vivo en la rendija del
ataúd
yace este hombre que se finge
muerto.
Quiere saber los nombres
de quienes lo han sacado,
los jóvenes reclutas".
Estuvo un día en el Perú, de paso a Buenos Aires. Leyó poemas en la ANEA y no quiso conceder ninguna entrevista porque los periodistas llegaron tarde. Sus amigos de otras estancias por Lima le invitaron a cenar en un restaurante de arcos coloniales, alumbrado por luces tenues y velas.
Si salgo de este país - dice de pronto Evtushenko- siempre me quedo. Sí, volveré aquí, no como el sembrador de los ojos azules, sino como el hijo adoptivo de América Latina, porque América Latina es mi segunda cuna
Con esa misma solemnidad, añade mirando su plato vacío de anticuchos:
- Por primera vez en mi vida he comido corazón frito-
No hace nada por concentrar en él la atención. Es natural que esto sea así. Hay algo sencillo y limpio que se desprende de él como la evocación de una extensa pradera, de soledad sempiterna, que contagia, que de alguna manera se impone:
Quiero expresarles mi respeto, mi ternura, mi amor más profundo por ustedes. Voy a leerles un poema cortito con introducción de Rafael Alberti y María Teresa León. Un poema que escribí cuando era joven - cuando era menos feo.
Las voces han callado, mientras el guitarrista del conjunto de música criolla toca el Romance anónimo. Evtushenko de pie, con un brazo extendido hacia delante, como si le hablase a alguien dice:
"La mitad no quiero de nada.
Dadme el cielo todo,
Toda la tierra, los mares y los
ríos
los torrentes de las montañas
¡Míos!
No los comparto
No me seducirás Lida con una
parte.
Toda entera.
Yo podré con todo.
No quiero ni parte de la felicidad,
ni parte del dolor.
Quiero sí, la mitad de la almohada
donde pegado a tu mejilla
como una pobre estrella fugaz
fulgure el anillo en tu mano".
Se sienta en medio de los aplausos y se queda en silencio, parece estar muy lejos del restaurante, pero, sin embargo, ríe y escucha la conversación. Pero, súbitamente, como movido por una necesidad interior, se pone de pie.
Amigos, yo soy loco, ruso, siberiano, y quisiera decir un poema más, pero con música. Hay que tocar algo lento, lleno de sufrimiento, lento, lento como un camino polvoriento. Escuchen amigos:
El ajedrez de México
El sol amodorrado,
el polvo amodorrado,
se derrumba por el camino,
el camino amodorrado del
espejismo.
El camino amodorrado con un
buey
flotan tambaleándose con
modorra.
Un sombrero y otro sombrero.
El primer peón, el segundo
peón, el tercer peón.
En castellano el peón es un
campesino pobre.
El segundo significado es la
más pequeña
figura del ajedrez.
Sacrificar al peón es una ley
de todos los partidos.
El triste ajedrez de América
Latina,
es una burla amarga para
ustedes.
El primer peón, el segundo
peón, el tercer peón.
Los pedacitos de la tierra
campesina
son los cuadritos de este
tablero cruel.
Con ustedes los héroes del
machete
juegan desde los tiempos más
lejanos,
las manos sucias que no huelen
nunca
como huele la carretera.
Juegan con el primer peón, con el
segundo,
con el tercer peón.
Qué lástima señores socios,
socios del ajedrecismo político
que este tablero no sea liso.
Sería magnífico nivelas estas
incómodas montañas.
No dejan jugar.
Afuera estas torpes palmas,
estas cabañas inquietas
Y la muerte mete en su sombrero,
jaloneado por dentro como un pelo
negro.
El primer peón, el segundo peón,
el tercer peón.
¡Traición hermanos peones!
Quitaron del tablero a Emiliano
Zapata y Pancho Villa,
el peón que cumplió su papel
no es necesario para los señores
ajedrecistas.
Nos quitan a todos del tablero
El primer peón, el segundo
peón, el tercer peón.
¿Cuántos peones caerán sin cantar
hasta el final la cucaracha?
Ellos nos se convierten en reyes,
pero dentro de los muertos,
se ocultan los reyes, asesinados
por los peones.
El primer peón, el segundo
peón, el tercer peón.
¿Cuándo cambiaremos las reglas
de este maldito juego?
La respuesta como el machete
en su vaina,
los cactus erizados guardan
silencio.
El cielo pálido no dice ninguna
palabra.
¡Por qué ustedes también
guardan silencio!
El primer peón, el segundo
peón, el tercer peón,
el cuarto peón, ¡Viva el quinto
peón!
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