miércoles, 5 de abril de 2017

ANA MARIA INTILI NOS LLEVA AL BORDE DE LA NOCHE. Por WINSTON ORRILLO.


La imagen puede contener: 1 persona, primer plano


“Pasión papel
Implacable exaltación/ siniestro arrebato//
no es tuya la culpa/ ni mía//pasión papel
poesía”
AMI


En este texto, que es una suerte de poética, se encuentra el meollo de lo que la escritora quiere, a lo largo de de este volumen, expresarnos.

La poesía adviene sin que nosotros tengamos por qué sentirnos culpables de su aparición, que, por ello mismo, es “implacable”, nos exalta de modo “siniestro” al arrebatarnos, y conducirnos a nuestro horizonte integérrimo: la pasión y el papel, donde vive el poema.

Todos los que hemos perpetrado poesías, lo sabemos y, por ello, no podemos dejar de sentirnos identificados, con esta verbalización –una de las que es posible pergeñar-para llevarnos, de la mano de la sensibilidad, hacia el mundo del origen –siempre obscuro- de ese objeto ingrávido que es el texto lírico.

Pero no queremos avanzar más sin señalar la gran belleza gráfica de Al borde de la noche, Ediciones Embalaje del Museo Rayo, Roldanillo, Valle, Colombia, que se ha convertido en uno de los países-vanguardia en la cultura de Nuestra América, no obstante las hórridas vicisitudes que ha pasado en el último medio siglo y que, al parecer, con la firma de la paz, estamos seguros –por lo menos en cuanto a situaciones belígeras- se va a superar.

Por el colofón nos enteramos que, este sello, ha lanzado, ya, más de 410 títulos, lo cual nos produce una sana envidia.

El presente libro, para decirlo de entrada, es de tamaño supranormal, de pasta dura y en lugar de la grapa o el pegado que cotidianamente acompaña a los volúmenes, lleva una coquetona cinta blanca que da consistencia y seguridad a cada ejemplar.

El libro tiene un enjundioso prólogo o presentación de la escritora Águeda Pizarro Rayo, de Roldanillo,y está firmado hace menos de medio año, en julio de 2016.

“Pasión de la palabra” es como, congruentemente, Águeda titula sus imprescindibles palabras liminares, en las que hace una análisis exhaustivo de la poética de la autora, poeta argentina a la que, en un tour de force, hace ya rato que hemos nacionalizado como peruanita.

Águeda, lúcidamente, penetra en los meandros de esta poesía, que de fácil o sencilla no tiene nada, y nos va, lenta, pero seguramente, develando aspectos como las numerosas iluminaciones (“como las de los libros medievales”) que Ana María emplea para llevarnos adonde nos quiere conducir su lírica trascendente: “En el caso –dice la prologuista- de Ana María se convierten en un Libro de Horas, que nos la revelan escribiendo o dibujando, la identifican con otras mujeres videntes, como “hija de Tiresias”, como la mujer ave sentada en su mesa de alquimista, pintada por Remedios Varo o Leonora Carrington.

Y, en efecto, como toda gran poesía, la de AMI hace una amalgama con la pintura (Van Gogh, Picasso, Dalí, Matisse), y la música, que aparecen a la par que nos da a conocer sus preferencias musicales. Bach, Verdi, Stravinsky, lo que nos lleva a explicarnos por qué sus poemas son tan plásticos y musicales, amén de que, todo esto, se amalgama con la revelación, constante, permanente, de su personalidad, a través de los poemas, como “Palabra invisible”, que nos expresa:

“Imposible contar mi vida/ efímera gota/ del desierto//oscura/ distante/ entre voces pintadas/ voces alguna vez escritas/ música alguna vez hablada// malgastado/ don// de profetizar// Tiresias/ era mi padre// él tampoco pudo/ saber mi historia// soy su fracaso// su palabra invisible…”

O en “Errante”:

“soy esa muchacha/ incrustada/ en la corteza/ del árbo// la que llama/ la que indaga el color/ de las horas…”

O esta implacable, sin concesiones, caracterización de la poeta, del creador en general diríamos, como alguien ajeno, como ella llama a la “Intrusa”

“he ingresado al corazón ajeno/ escucho/ la melodía grana/ que la habita// alguien retorna a su antiguo hangar// busco la jaula abierta/ el olor dormido// salamandra/ oscura y dócil/ de su canto// la noche/ se cierne/ como agua sobre piedra/ ajena- es el sonido/ que desbarata el silencio// silbido/ moteado de lengua bimembre// ¿cómo es el color/ del corazón ajeno?// si el rubor no atraviesa/ esta boca// abierta inocencia de pájaro.”

Para finalizar mis citas, no puedo dejar de referirme a una pertinaz y artera visitante nuestra, presencia irrecusable: la muerte, en su poema “No es muda”:

“no es muda ni ciega/ la muerte/ sabe tocar la cítara/ de treinta cuerdas// es dama solitaria/ que pasea impasible/ canta/en antiguas corales// lame la sangre/ flamea en los balcones/ adherida/ al tizne negro del barandal// lame la sangre/ flota en el estanque/ mueve los nueve ojos/ púrpura// sonríe a las mujeres que ha lapidado/ a los hombres que ha lapidado/ a los ángeles que esperan/ rehenes de justicia.”

Alejandra Pizarnik, posiblemente la poeta argentina suicida más citada de las últimas generaciones; y Blanca Varela, la más grande poeta peruana del siglo fenecido, son dos de sus ilustres penates.
Con semejantes paradigmas, ya se puede uno imaginar con qué poesía nos encontramos en el presente libro.

Ana María practica, igualmente, la prosa, especialmente en esa onda hogaño tan presente, la minificción.

Ha ganado premios relevantes y su presencia literaria se hace cada vez más imprescindible en las letras peruanas de los días que corren, en especial con una lírica que maneja, espléndidamente sinestesias, imágenes y metáforas que son un verdadero deleite para nuestra sensibilidad.

(FOTO: RODOLFO MORENO).

No hay comentarios:

Publicar un comentario