miércoles, 20 de febrero de 2019

CECILIA MOLINA: UNA VOZ DULCE PERO IMPONENTE. Por BRYAN POETT



                                                        CECILIA MOLINA: LA POETA.


 Es una poesía mujer, escrita desde la sazón última de la palabra que llega, más allá de los símbolos a los orígenes de ellos, a los lugares impropios, a los centros donde nacen, viven y conjugan, con muertes y con vidas, con momentos de amparo y de otros abismos, la soledad y el amor que no sabemos si existe, si lo inventamos, si creemos en él o nos pronunciamos en contra. Todo eso es ser poeta y Cecilia lo es, lo es en la fuerza, lo es en la presencia de ese yo radical pero noble, en esa voz cuyos imanes corren por la sangre de los vivos.
Ana María García


Es que es eso, en esencia, Cecilia Molina: una voz dulce pero imponente que defiende y revindica el valor de ser mujer. Actúa y convive en sociedad con un cierto temor, pero con una fuerza natural que le permite revelarse y lanzar su grito de desagrado a través de sus versos.
 
Su poesía, no desciende de Magda Portal, ni siquiera de Blanca Varela o María Emilia Cornejo (tres poetas peruanas que ejercieron una fuerte influencia en la poesía escrita por mujeres después de los 90). Cecilia Molina ha sabido abrirse un espacio propio en la literatura. No se ha detenido a cantar la rosa cantada por tantos otros, ni la lluvia que estalló en otros patios y otros caminos. Por el contrario, la poeta ha creado sus propios moldes y modelos en los cuales germinó y desarrollo su voz poética. Su obra surge de ella misma, con esa voz potente, dulce y la vez irónica que conlleva a los lectores a buscar en la poesía ese equilibrio de valor humano que alimenta y ensancha la existencia del hombre sobre la tierra.  

 Para dar fe de lo que acabo de decir, citaremos los siguientes versos, en donde la poeta nos deja entender con precisión su postura como mujer frente a una sociedad aberrante, machista y monstruosa, que es la forma como la concibe desde el yo poético, Cecilia Molina. Y nos dice:    

“No soy aquella que tu quisieras que fuera…

Esa es Cecilia Molina, una voz femenina y una mujer rebelde que sabe decir no, no quiero, no me da la gana de ser lo que tú (la sociedad o el sistema que mueve el mundo) quieren que sea. Eso es el grado más alto de rebeldía o revolucionario que puede alcanzar una persona; y Cecilia Molina lo es, en su voz, en su fuerza, en su virtud, en su obra y su vida.

Líneas más abajo, en el mismo poema, nos dice:



Soy el recuento de tantas voces…”

Si bien es cierto y con razón suficiente, hemos dicho que…, la poesía de Cecilia Molina nace y germina de Cecilia Molina. Pero en el acto de escribir y el yo poético, la poeta se disgrega en tantas otras voces que sienten la misma necesidad de expresarse y ser escuchadas. Dicho de otro modo: La voz del poeta, en este caso, de la poeta Cecilia Molina, es el conducto o medio a través del cual, se deja escuchar la voz de una sociedad o sector determinado. Y eso hace que el lector sienta esa presencia viva, ese cálido latido de aliento, o se descubra así mismo en los versos de la poeta.

Ya lo dijo Miguel Hernández, en una carta, bellísima pieza literaria, dirigida a su amigo y maestro, Vicente Aleixandre…

Los poetas somos viento del pueblo; nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas (…) El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo
  
En ese mismo paradigma podríamos decir que, la tarea de un poeta o principio fundamental de todo creador…, es defender la vida. Hacer posible el amor entre los seres vivos sobre la tierra. Humanizar la sociedad, al menos, intentar mejorar el mundo, ese pedacito de tierra o medio en el que uno vive y es parte. Cecilia Molina lo entiende de esa manera. Habla de amor, pero no de ese amor cursi, inútil y romanticoide que compara a la mujer con una estrella o una rosa. Cecilia nos habla del amor, pero de un amor muchísimo más profundo en la extensión máxima de la palabra. Ese amor -social humanista- que no solo une a las parejas de enamorados, sino que es el cordón umbilical que conecta al hombre con la sociedad, con un cierto temor o precaución, pero que lo hace interactuar y moverse de una manera más razonable y justa. 

En otro de sus poemas, Cecilia nos dice:

Un día, fuimos huevo de inocencia…
Éramos peces de un solo mar…
Ahora caminamos sobre la tierra, bípedos
Voraces devoradores, pensantes
Calculadas las horas. Muertos

Estos versos muestran claramente el desarraigo y desencanto de la poeta sobre la humanidad. Alinea su pensamiento al enfoque filosófico de Jacques Rousseau quien dijo que: "El hombre nace bueno, la sociedad es quien lo corrompe" Pero, la poeta Cecilia Molina agrega además, al pensamiento de Rousseau, algo de igual envergadura e importancia y dice: “Fuimos huevo de inocencia / Éramos peces de un solo mar…” Más allá de la belleza del arte y el tratamiento la palabra, estos versos nos dan a entender que, para Cecilia Molina: el hombre nace libre, libre de toda conjetura prejuiciosa que daña y divide a la sociedad en clases, religiones, costumbres…, o cualquier tipo de señalamiento bastardo que se ha utilizado, irresponsablemente, para diferencia a un sector de otro. “Ahora caminamos sobre la tierra, bípedos / Voraces devoradores…” quizás estos versos sean la radiografía perfecta del hombre actual. Y Cecilia Molina lo dice, de una manera magistral y hermosa que no nos queda a sus lectores, nada más sino leer sus versos y detenerse a pensar en las generaciones que están en camino y la miserable herencia que recibirán de nosotros, que no sabemos vivir en sociedad y no entendemos el verdadero valor de la vida y el mundo que nos rodea.    

A pesar que, para algunos falsos críticos y malos lectores, los versos que hemos citado pueden parecer decadentes y hasta transitorios en el tiempo; y bien puede ser entendido, en cierta medida por la escases de lectura y la falta de análisis. Pero la poeta Cecilia Molina, a través de sus versos, no ha hecho sino enfrentarse a este flagelo decadentista. Su arte “no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”, como afirmaría Bertolt Brecht, en su definición sobre el arte.   

Cabe decir, a modo de conclusión: La esencia o la luz de la poesía de Cecilia Molina, es un arte femenino: “Una mujer está –siempre más allá de la mitad de la nada”, nos dice uno de sus versos en la que anltese y revindica a la mujer, ubicándola en el -tiempo y el espacio- como un ser superior que está siempre más allá del todo. Porque, la “nada”, significa para la poeta, el punto de partida del “todo” y el todo, es la forma como ve Cecilia Molina el mundo, disgregando desde la cumbre más alta a su partícula más diminuta.

Entonces, toda su obra es un arte comprometido con las causas nobles. A menudo, muestra su preocupación por la vida y el devenir del hombre. Gracias a su imaginación nos permite soñar, amar, vivir y también despertar nuestra conciencia y revelarnos ante cualquier grupúsculo o adversidad. 


Esta aquí con nosotros, Cecilia Molina. Y lo seguirá estando porque, su poesía va trascender hacia las próximas generaciones. Nuestros hijos, nuestros nietos lectores, leerán sus versos con ese mismo interés y entusiasmo que nosotros lo hacemos hoy.    



APROXIMACIÓN A MARCELA. Por WINSTON ORRILLO.











APROXIMACIÓN A MARCELA



        “Y no saber adónde vamos/ ni de dónde venimos”
                                                                   Rubén Dario


Como reza aquel dicho: “Si
No existieras
Habría que inventarte”.
Pero galopas
Presta
En la cuna del alba.

Agazapada cantas
E inventas melodías:
Manoteas, titilas:
Te embriaga la alegría
De saber que erosionas
Las astillas del cieno (y un
Alba para todos
O será para nadie).

En fin, prístina
Hermana,
La vida
Es pues hirsuta, furtiva,
Mas fulgente
Y airosa
(Incólume calandria
Devienes en emporio).

De armiño
Es tu palabra:
Un himnario
Me ofreces
Para seguir
Cantando.

Y desbordado
Acudo:
Mientras tanto
Otras vidas
Asaz
Nos arrinconan.

WINSTON ORRILLO, 20 febrero 2019. La Calera

lunes, 18 de febrero de 2019

EL RINCON DE CHARO ARROYO: EL ALBERTO TAURO QUE YO CONOCI.



EL RINCÓN DE CHARO ARROYO: EL ALBERTO TAURO QUE YO CONOCÍ


Hoy 18 de febrero se cumple el 25 aniversario de la ida a la eternidad de Alberto Tauro del Pino, he querido rendir un recuerdo y un homenaje a este hombre excepcional, peruano insigne, hombre cabal, padre amoroso, inolvidable amigo. Estas letras van en su memoria.

Alberto Tauro del Pino nació en el Callao el 17 de enero de 1914 y falleció el 18 de febrero de 1994, fue historiador, escritor, periodista, bibliógrafo y bibliotecario y brilló en todas estas disciplinas. Realizó destacados estudios en el campo de la historia y la literatura, pero principalmente en los temas bibliográficos.

Fue hijo de Miguel Ángel Tauro y de Catalina del Pino. Cursó sus estudios escolares en el Colegio de la Inmaculada de Lima, administrado por los jesuitas (1921-1930). Luego ingresó a la Universidad Mayor de San Marcos, donde cursó Letras y Derecho. En 1939 obtuvo su bachillerato en Letras con su tesis Mocedad de José Rufino Echenique.

Al año siguiente se doctoró en Letras con su tesis Presencia y definición del indigenismo literario, sobre la cual el doctor Osmán Gonzales elaboró un enjundioso ensayo destacando que “el uso del término indígena en Tauro del Pino adquiere un contenido y una dimensión mucho más amplias de las que usualmente se le daba (y, en cierto modo y determinados espacios sociales, se le sigue dando). Con el término indígena, nuestro autor se refiere a lo propio en su totalidad, y elude con ello cualquier pretensión particularista. Esta mirada le permite entender la literatura nacional como la convivencia mutuamente retroalimentada de las diversas expresiones literarias, tramontando las adscripciones locales, regionales o culturales.

A partir de este reconocimiento de la diversidad en igualdad de condiciones Tauro del Pino reitera la humanidad de lo propio dentro de la experiencia universal, con un sentido profundamente democrático.

Esta tesis la dedica Alberto Tauro a su padre con estas premonitorias palabras;

“A la memoria de mi padre, hombre sin par, íntegro, honesto.
Fue marino. Viajó mucho. Bajo el imperio del sentimiento, quiso vivir para el sosegado ensueño que esta tierra le brindó. Y, a través de largos años, calló la nostalgia que le hacía desear su propia tierra, su tradición, su paisaje hasta que su aliento se confundió con el silencio de la nada.
En el intenso ejemplo de su vida, sus hijos tenemos la más perdurable herencia que pudo legar, una bella y siempre renovada lección.”

Y digo que fueron palabras premonitorias porque lo describen a sí mismo: dice Alberto Tauro acerca de su padre “hombre sin par, íntegro, honesto”, características que lo distinguieron a él durante toda su vida.

Y añade: En el intenso ejemplo de su vida, sus hijos tenemos la más perdurable herencia que pudo legar, una bella y siempre renovada lección.

Lo cual se aplica igualmente a la impronta dejada por Alberto Tauro en su hijo Alberto y en Lucía y Talía, sus adoradas hijas.

Huella que también ha dejado en quienes gozamos de sus enseñanzas y de su particular amistad.
Entre 1933 y 1959 ejerció la enseñanza pedagógica en varios centros de educación secundaria y en el Instituto Pedagógico Nacional de Varones (1949-1953), más tarde Escuela Normal Superior, donde también ejerció la docencia entre 1960 y 1961. Le apasionó ser maestro de jóvenes estudiantes y escribió textos escolares con la sapiencia que siempre lo caracterizó.

Desde 1945, y por cuatro décadas, fue catedrático de Historia del Perú en la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos. En su alma máter fue también Jefe del Departamento de Publicaciones (1964-1969); Director del Programa Académico de Ciencias Histórico-Sociales (1969-1970); y Director de la Coordinación Académica y Evaluación Pedagógica (1973-1977).

LABOR EN LA BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERÚ

Ingresó a laborar a la Biblioteca Nacional del Perú como jefe de su primera Oficina de catalogación (1941-1943). En 1943, tras el incendio que destruyó la Biblioteca, colaboró con el director Jorge Basadre en su reorganización y reconstrucción.

Sucesivamente, ejerció como Jefe del Departamento de Ingresos (1943-1945) y del Departamento de
Investigaciones Bibliográficas, Manuscritos y Libros Raros (1946-1959). “En ese tiempo, entre tantos libros, me sentí muy bien, fui muy feliz, me gustó esa época en que trabajé en la biblioteca”, me comentó en una oportunidad. Por eso formó en su hogar una inmensa biblioteca que era su mayor tesoro material.

Ejerció la dirección interina de la Biblioteca Nacional en tres oportunidades. La primera en 1947, por viaje de Jorge Basadre a Washington D.C., como Delegado del Perú a la Asamblea Interamericana de Bibliotecarios. La segunda en 1951. Y la tercera en 1952, por haber sido designado el director Cristóbal de Losada y Puga, Delegado del Perú, a las ceremonias de conmemoración del Centenario del nacimiento de José Toribio Medina.

También ejerció la docencia en la Escuela Nacional de Bibliotecarios (1944-1958).
Y como escribe el sociólogo Eduardo Arroyo en un artículo: “En un Congreso de la Asociación Peruano-Soviética se eligió a Alberto Tauro del Pino como presidente conjuntamente con una directiva integrada por Arturo Corcuera, Sara Beatriz Guardia, Edith Puelles, Michel Azcueta entre otros.

La asociación se abrió a la sociedad y al trabajo en general. Exposiciones pictóricas, escultóricas, musicales, cinematográficas revitalizaron a la institución. Tauro del Pino presidió esos esfuerzos por
crear un nuevo hito de la vida cultural del país”.

MIEMBRO DE CORPORACIONES ACADÉMICAS

Fue miembro del Instituto Histórico del Perú, hoy Academia Nacional de la Historia (desde 1948), la Sociedad Peruana de Historia (desde 1948 y de la que fue director electo en 1958 y 1982), la Sociedad Geográfica de Lima (desde 1958), la Academia Peruana de la Lengua (desde 1980), el Centro de Estudios Históricos-Militares y la Sociedad Bolivariana del Perú.

COMISIONES

Como representante de las universidades, integró la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú (1971), para cuya Colección Documental preparó siete volúmenes.
Integró la comisión técnica para otorgar el Premio Nacional de Cultura en 1987.
Fue Presidente de la Comisión Nacional del Centenario de José Carlos Mariátegui (1994).

DIRECTOR DE REVISTAS Y OTRAS PUBLICACIONES

Dirigió –individual o colectivamente– las revistas Prometeo (1930-1931), Palabra (1936-1937), Biblión (1942), Fénix (1947-1958) y el Boletín de la Biblioteca Nacional (1947-1958). También dirigió la revista San Marcos, de su alma máter, a la que tanto amaba, dedicada a las artes, ciencias y humanidades. Y fue también, junto con Antonio Melis, director del Anuario Mariateguiano (1989-1994).

PREMIOS Y CONDECORACIONES

- Orden El Sol del Perú, en el grado de Gran Cruz y Premio Nacional de Periodismo “José Antonio Miró Quesada”, en mérito a sus colaboraciones en Jornada (1945) y La Prensa (1989-1994).

ACENDRADO MARIATEGUISTA

Alberto Tauro fue un hombre con una filiación y una fe, como dijo José Carlos Mariátegui, a quien admiró y cuya obra difundió permanentemente. Ya hemos dicho que dirigió el Anuario mariateguiano.

Peruanista de corazón, dedicó su vida a difundir al Perú: su historia, su belleza, su pasado. Pero a la vez se empeñó en crear conciencia de futuro basado en las variadas riquezas del país y en la tarea de crear un hombre nuevo en una sociedad nueva.

En el mencionado ensayo de Osmar Gonzales, sobre la tesis de doctorado de Alberto Tauro, encontramos que dice: “Uno de sus amigos más cercanos, Javier Mariátegui, el hijo menor del Amauta, escribió en algún momento lo siguiente:

“Alberto Tauro fue una personalidad singular, un peruano representativo de su tiempo … quizá la figura más lograda de la generación que hubo de suceder a la de 1920 … Investigador serio y responsable de nuestro pasado, su pasmosa erudición se iluminaba con las nuevas luces del conocimiento actual, Tauro perteneció a esa especie, lamentablemente en extinción, de enciclopedistas peruanos, capaces de ofrecer una imagen de conjunto del país real, de sus compromisos actuales y de sus responsabilidades futuras.”

Alberto Tauro, además de ser un riguroso historiador y un escritor consagrado, fue un maestro vocacional, que encontró en las aulas secundarias el lugar propicio para desarrollar esa fuerza que lo impelía a enseñar, la misma fuerza que luego en la universidad produce que pronto sea considerado un MAESTRO.

Son tantas las obras que ha dejado este maestro que sería imposible dar lectura a su relación. Solo decir que es una de las más abundantes y valiosas escritas por un peruano.

PRESIDIÓ, ADEMÁS, LA ASOCIACIÓN NACIONAL DE ESCRITORES Y ARTISTAS (ANEA).

Y es ahí, en el viejo y entrañable local del jirón Puno, donde conocí a Alberto Tauro a mediados de los años 70. Yo también era miembro de la ahora desaparecida ANEA, que en esa época albergaba a intelectuales de la talla de Genaro Carnero Checa, Gustavo y Violeta Valcárcel, José María Químper, Magda Portal, Jorge del Prado, Estuardo Nuñez, Francisco Izquierdo Ríos, Arturo Corcuera y otros ilustres personajes de la cultura peruana. Y también a muchos otros que, como yo, iniciábamos nuestras carreras con el ejemplo y las enseñanzas de los maestros mencionados,

La primera vez que vi a Alberto Tauro me pareció uno de esos personajes inalcanzables a quien se mira con el respeto reverencial que inspiran las personas carismáticas. Su sola presencia impresionaba, alto, serio, hasta circunspecto, de actitud serena, apuesto, siempre cuidadosamente vestido con elegancia señorial; inspiraba respeto y reverencia que se acrecentaban al tener
conocimiento de su saber.

“Buenos días, doctor, buenas tarde doctor”, lo saludaba yo con mucha seriedad, no me imaginaba que años más tarde llegaríamos a cultivar una estrecha amistad que ha dejado en mí una huella imborrable.

A mediados de los años 80, trabajando yo en Iberoamericana de Editores (IBESA), editorial ya desaparecida, el gerente me menciona que va a venir a la oficina “un importante historiador y escritor que va a publicar un libro con nosotros, se llama”, me dice, “Alberto Tauro del Pino, y tú te vas a encargar de la edición”. Noticia que me agradó sobremanera.

Así sucede, el doctor Tauro iba a editar un libro sobre “Historia de Arequipa”, de Germán Leguía y Martínez (Lambayeque 1861-Lima 1928), en esos meses él estaba pasando por un momento muy triste por la enfermedad de su esposa, que pronto llega a fallecer y algún momento me comenta que la lectura y el trabajo es lo único que lo distrae. Ese libro nunca se llegó a editar, y hace unos años conversé sobre el tema, por segunda o tercera vez, con el que fue gerente de IBESA, pero desgraciadamente el trabajo que avanzamos se perdió en el tiempo, aunque creo que Alberto Tauro debió guardar los originales.

Los meses que trabajamos juntos me permitió conocer la personalidad de quien antes me había parecido un personaje tan distante: y empiezo a descubrir ya no al erudito historiador, sino a su gran valor como persona y a apreciar su bonhomía, su paciencia, su cuidadosa educación, el amor a su familia, su permanente preocupación por su esposa y por lo que van a sufrir sus hijas con su muerte; es decir, un hombre cabal, noble, ajeno a odios y rivalidades, dueño de una generosa humanidad; y surge la amistad que enriqueció mi vida y que duró hasta su muerte.

Alberto Tauro era un hombre del renacimiento en pleno siglo XX, hablaba de diferentes temas, desde el más elevado hasta el más simple, con él se podía conversar de todo con la sencillez que da la sabiduría, era alegre y optimista, tenía muchos proyectos, le gustaba el teatro y sentarse en un café a conversar.

El año 1991 me citan Alberto Tauro y Arturo Corcuera para conversar sobre un proyecto editorial que querían encargarme, era la corrección y edición de dos libros que debían salir en ocasión del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, Encuentro de dos mundos, tarea que acepté y culminé. Estos dos libros fueron editados por la Comisión Nacional Peruana del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, presidida por Aurelio Miró Quesada, de la cual recuerdo a Félix Alvarez Brun, y no estaban a la venta, debían ser distribuidos gratuitamente, pero eso se hizo solo en parte a pesar de ser dos obras tan importantes para el estudio de historiadores, investigadores, periodistas, estudiantes y otros interesados en estos temas.

Uno de estos libros es "Perú: presencia e identidad", que recoge artículos de Aurelio Miró Quesada, Arturo Jiménez Borja, Miguel Maticorena, José Agustín de la Puente, Carlos Deustua, Armando Nieto, Estuardo Nuñez, Fernando Cabieses, Duccio Bonavía y Félix Alvarez Brun.
El otro, cuyo autor es Alberto Tauro, sobre el cual voy a extenderme un poco pues es una importantísima obra muy poco difundida por motivos que paso a explicar, es "Catálogo de seudónimos peruanos", que recoge 2121 seudónimos de autores peruanos desde el siglo XVII, y contiene, además, un documentado e interesantísimo prólogo del autor sobre la importancia y el porqué del uso de los seudónimos; y los seudónimos más conocidos de autores internacionales. Alberto Tauro estaba muy orgulloso de su publicación —yo también estaba muy orgullosa porque en el libro constan dos seudónimos que él no conocía y yo le proporcioné— y le encantó la edición, me comentó que le había costado mucho trabajo la recopilación de los seudónimos y que tenían que difundirse, pero yo no tuve la responsabilidad de su difusión. Es un libro utilísimo y no hay otro similar, y tiene como antecedente "Hacia un catálogo de seudónimos", del mismo Alberto Tauro, publicado como Boletín Bibliográfico de la Biblioteca Central de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en 1965, y que contiene 861 seudónimos.

Este libro, "Catálogo de seudónimos peruanos" fue el último que se publicó en vida de Alberto Tauro pues su gran obra "La enciclopedia ilustrada del Perú", en 17 tomos, salió después de su muerte.

El final llegó inesperadamente en febrero de 1994. Nos despedimos una noche, luego de ir al teatro, y fue la última vez que lo vi. Lo recuerdo diciendo alegremente “te llamó en la semana”. No hubo más llamadas. Se fue a los más jóvenes 80 años que he conocido, no los representaba y me sorprendió saber que tenía esa edad.

VIDA Y BIBLIOGRAFÍA DE REYNALDO MARTÍNEZ PARRA: ESCRITOR QUECHUA de JOSÉ BELTRÁN PEÑA.




VIDA Y BIBLIOGRAFÍA DE REYNALDO MARTÍNEZ PARRA: ESCRITOR QUECHUA de JOSÉ BELTRÁN PEÑA.

Es una publicación del poeta y crítico literario, José Beltrán Peña, sobre el distinguido Dr. REYNALDO MARTINEZ PARRA, destacado escritor ayacuchano bilingue, quien fue poeta, narrador, fabulista, investigador literario, folklorista, periodista y abogado.

Fue Secretario del Dr. Víctor Andrés Belaunde, y Administrador de la revista Mercurio Peruano hasta que Belaunde viajó a los Estados Unidos de Norteamérica para presidir la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Fue una publicación que salió bajo el sello editorial de Ediciones Amantes del País y el auspicio de la revista de poesía peruana Estación Com-Partida.


ÍNDICE

-BIOGRAFÍA (Poeta, narrador, folklorista, periodista y abogado)

-OBRA BIBLIOGRAFICA (Comentarios)

-POEMAS PUBLICADOS EN LIBROS, REVISTAS Y PERIÓDICOS

-CUENTOS, LEYENDAS, TRADICIONES PUBLICADOS EN LIBROS, DIARIOS Y REVISTAS

-ARTÍCULOS PUBLICADOS EN DIARIOS Y REVISTAS

-ENTREVISTAS REALIZADAS A REYNALDO MARTINEZ PARRA EN DIFERENTES MEDIOS DE COMUNICACIÓN

-BIBLIOGRAFIA SOBRE REYNALDO MARTINEZ PARRA

-PENSAMIENTOS DE REYNALDO MARTINEZ PARRA

-COMENTARIOS SOBRE REYNALDO MARTINEZ PARRA


MENSUARIO "EN NEGRO / BLANCO" N° 3 (CULTURA, LIBROS Y OTRAS EXCENTRICIDADES)



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DIRECTORES: JUAN MIGUEL Y VICTOR ATAUCURI GARCÍA.

EDITOR: JOSÉ BELTRÁN PEÑA.


PREMIO "PALABRA EN LIBERTAD": UN LUSTRO RECONOCIENDO LA LABOR DE LOS LITERATOS PERUANOS:

 

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