martes, 5 de febrero de 2019

ESA EDAD. Por. TULIO MORA



("País interior" es el poemario que vincula a Tulio con su familia, con su tierra. El lugar donde llega Emmma (su madre) es el gélido Centro Minero de Morococha, a pocos metros del altísimo Ticclio. Allí ella y su esposo, el barbado, fueron maestros de escuela. Tulio estudió primaria por esos lares, caminando a pie hasta el colegio junto con su hermano hechos un par de esquimales para no congelarse en el camino. Así nace la poesía de la calle, el poema integral horazeriano. MAYNOR FREYRE BUSTAMANTE.)



                            ESA EDAD


Por sus muslos bajo como una burbuja de carbón,
licuefacta, reventada; por sus muslos abiertos
y su inocente jardín negro picoteado por el viento,
abajo, más abajo de los tajos de la carne, más abajo
del atajo donde el río fue a morir en una mina;
como una infección, por donde todos hubimos de bajar,
por los pujantes dolores de la mujer, madre, madre
(Emma echada, Emma mordiendo con indelicadeza
la funda de una almohada, su aspereza, Emma
desproporcionada por el crecimiento de una cabeza
que ya ve salir como un tallo de azucena
que quisiera arrancarse), madre que no quiso
que yo naciera en una curva de ese río, en la más
alejada de las casas, pero era febrero y llovía y mi padre
no estaba y Emma buscó a una comadrona y dos días
antes ella fue hasta su cama y le dijo a Emma
(mi pequeño pincel, mi noche de naranjas tatuadas),
tocándole las sienes con los pulgares, le dijo
(verso apretado en tu frente, Emma, pobrecito volcán)
que esperase otros dos días, y he aquí que dos días
después la partera baja desatando distancias como madejas
de nubes, errante como una torrentera sin cauce,
y he aquí que baja puntual (Emma contaminada
por el sol de los trenes sin retorno) para bajarme hasta
su pollera o el suelo, bajándome por el cuello (Emma,
muchachita con las piernas tan abiertas, penetrándola
el viento helado de sucia ceniza), pero más abajo
aún, pero más abajo aún, donde se enturbian los espejos
de lo lejos, donde acaban los reflejos, donde se pierden
las inflexiones del dolor. Y qué quedó Emma de ti,
y qué de mí, y qué de quién en el espacio en que uno nace
oliendo a adobes, a tejas lagrimeantes -mientras, más
abajo del mundo, las raíces de la vida son como las manos
que se buscan en dos universos distantes-; oliendo a casa
solitaria (que no deja entrar al diablo), designada para
la maestra -que era Emma. Y ella bajó (por el olor) de un
camión con su panzota bellísima, robusta, y tuvo
que ceder al miedo. ¿Un laberinto o un desierto? ¿Qué
vio Emma al bajar? Mineros tristes pidiéndole una taza
de té para resistir la tristeza, camas sucias, mesas sin
manteles bordados, lámparas de petróleo donde no brillaba
el futuro; vio su barriga que la ponía debajo de los grandes
alientos históricos, serenamente imposible, enamorada
de mi padre que llevaba la barba como un misionero
sin senda, mientras Emma tenía el olor de la hierbabuena
(y yo en su vientre bajo, en un universo celeste, me abría
hacia la superficie por un poco de aire, delfín allí
sobre una lánguida ola, contemplativo y feliz). Debajo
de campanarios y explosiones que precedían el ingreso
resignado de los mineros, dándole a ella -a Emma-
¿felicidad?, ¿temor?, ¿qué sentimiento intruso?; debajo
de un calendario de fiestas sin santos ni guirnaldas;
debajo del fuego estridente de un primus, al nivel
del llantén y del aullido de un perro, al nivel de los lagos
que tentaban a los suicidas con sus reflejos de inexplicables
eclipses lunares, al nivel de las cruces de los hijos
de los pastores que no llegaron ni siquiera a esta casa
a morir -la primera para llegar al pueblo-; desde abajo
caigo sobre la sábana blanca (la sangre última del sacrificio
materno se mantiene en el lienzo cobrando su más
expresionista mensaje de sobrevivencia), navegante
involuntario por el espacio oprimido de un cuarto, caído
pero no perdido, recuperado ante el primer grito (el más
agudo a partir de entonces), cuando no era más grande
que un diente de ajo ni más alto que un ala de gorrión, abajo
de Emma (Emma inocente, Emma como un cesto
que ofrendamos a los seres más tiernos), abajo debí caer,
mientras Emma me limpiaba las primeras lágrimas, el pelo
alborotado, ya expulsado de ella para siempre.
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Del poemario "País interior", Ediciones Copé, Lima, 1993.

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