viernes, 28 de abril de 2017

BRUNO PORTUGUEZ: PINTURA DEL PERÚ RAIGAL Por WINSTON ORRILLO



“Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarlo y no podrán matarlo”.

                              Alejandro Romualdo


La gran pintura de Bruno Portuguez, para nosotros, es el símbolo de la sobrevivencia del Perú, de nuestra bienamada patria, a pesar de las vicisitudes trágicas que todos padecemos.
Su arte, que tiene como leit motiv el Perú raigal, de los Andes, a pesar de ser él chorrillano, se muestra, integérrimo, en “Perú al pie del orbe”, colección que se está presentando en la querida galería Ccori wasi, de la Universidad Ricardo Palma.
Como es obvio, el título parte de un verso de César Vallejo, y es un derrotero para conducirnos adonde él quiere llevarnos: al país que es, realmente, el nuestro, y no esa caricatura histriónica, bufonesca que los media nos presentan, cotidianamente, al exhibir, con toda impudicia, a la clase política que detenta el poder, y para la que es aplicable aquello de Marco Aurelio Denegri, quien trajo a nuestro vocabulario: el término excrementicio.
Y el epígrafe con el que empieza esta nota, es de otro inmenso artista peruano: Alejandro Romualdo, tomado obviamente de su conocido Canto coral a Túpac Amaru, que es la libertad, y representa, precisamente, la resistencia que el país raigal, el que parió la insuperada cultura inca, sigue teniendo, merced, precisamente, a artistas como Bruno, que, con su paleta (igual que lo hace Fanny Palacios, su compañera de toda la vida) se alínea con “los de abajo”, y nos los muestra en la grandeza de sus vivencias que configuran el país que no morirá jamás, y al que “no podrán matarlo”, a pesar de los denodados esfuerzos que la clase dirigente hace para convertirnos en un mero y servil productor de materias primas, totalmente sumido en una posición deprecatoria.
La presente muestra incide en escenas populares que, a decir verdad, se hallaban, siempre, permanentemente en el substrato de todo lo que hacía el maestro chorrillano, independientemente de que sean retratos los motivos de otras muestras suyas –y de los tomos de sus volúmenes pulquérrimamente editados.
Figuras-símbolos
Tres personajes fulgen en la presente ocasión, independientemente de las escenas colectivas. Se trata de a quien Raúl Porras Barrenechea, llamara, “el primer peruano”: el Inca Garcilaso de la Vega; el segundo es, con toda justicia, Máximo Damián Huamaní, violinista entrañable y quien tocara en las honras fúnebres de José María Arguedas, precisamente, por pedido expreso del autor de Todas las sangres. Y el tercer retrato es un símbolo vivo de la resistencia contra la contaminación del medio ambiente y del agua. Se trata de la tan maltratada, pero heroica cajamarquina, Máxima Acuña.
El lenguaje del color: el realismo
Así como no se concibe a un poeta que no domine la palabra, así el pintor debe ser –y Bruno lo es- un maestro en el uso del color que le sirve, idóneamente, para conducirnos por los meandros de una realidad múltiple, polifacética, en la línea de un realismo como el practicado por Sabogal, Panchito Izquierdo y Toto Nuñez Ureta, y todo esto no es obra de birlibirloque, sino que es, stricto sensu, la continuidad de un realismo que nos viene desde el arte preinca, con los portentos de los nazcas, chavines y vicús.
Arte, el suyo, pleno de esperanza y de un voto pertinaz por una realidad, por una humanidad, que a pesar de los esfuerzos apocalípticos de siniestros personajes como un tal Trump, sobrevivirá, porque hay -y seguirá habiendo- muchos otros artistas que votan por la vida y por el triunfo del arte como expresión de la esperanza y de la sobrevivencia del amor y de la realidad.
Egresado de Bellas Artes, donde se nutriera de los clásicos, Bruno demuestra que aprendió muy bien la lección que ahora, muestra a muestra, nos la da el mismo.

(Foto: Cortesía Diario Uno.)

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