PABLO EN LA MEMORIA
Por MARCO MARTOS.
(Se acaban de celebrar los noventa años del nacimiento de Pablo Guevara. Escribí hace un tiempo esta página en su homenaje).
La imagen que guardo de Pablo Guevara, es la de una persona en permanente ebullición. Capaz de interesarse por todos los asuntos que conciernen a la especie humana. Sabía mucho de él, sin conocerlo, pues Armando Zubizarreta, profesor de la universidad Católica de Lima nos tuvo a sus alumnos, en 1961, comentando línea a línea, durante meses, el poema “Mi padre un zapatero”. Más tarde supe, de boca del propio Pablo, que su padre tenía un taller de zapatería con dos o tres operarios, en la calle Varela de Breña, Lima. Era, tal como lo describe el poema, un lugar de conversación y de trabajo, no esos cuchitriles pequeños donde apenas entra el zapatero y su cliente. Y como era espacio de palique, de cuando en cuando aparecía el amable licor como un reino sin fin. De esa manera, en palabras de Pablo, se eludía la maldición capitalista de que el trabajo es enemigo de la diversión, exactamente lo contrario de lo que ocurre en la película de Travolta “Fiebre de sábado en la noche” donde un obrero alienado por el excesivo trabajo sale desesperado el fin de semana a divertirse bailando sin pausa. Muchos años más tarde, Pablo se convirtió en un poeta familiar, escribió otro poema célebre, “Vals de viejas, vals de abejas”, dedicado a su madre, en el que habla de las mujeres de los Barrios Altos de Lima, que envejecen con canciones de su época y un día terminan en “El Ángel”, célebre cementerio de la capital de Lima, “como cualquier animal”, frase que recuerda a la canción mexicana, “Ya se cayó el arbolito / donde dormía el pavo real,/ ahora dormirá en el suelo, / como cualquier animal”. A lo largo de su dilatada relación con la poesía, Pablo, escribió poemas para toda su familia, para su esposa y cada uno de sus hijos.
Durante décadas Pablo fue amigo íntimo de Wáshington Delgado y le compartía sus poemas, no sé si eso influyó para que en la poesía de ambos haya un aire de familia que cualquier lector puede advertir en los primeros libros de ambos vates. Esa sincronía poética, duro hasta la publicación, por parte de Pablo, de “Hotel del Cusco y otros poemas” de 1971. A partir de ese momento, la poesía de ambos fue diferenciándose mucho. Que los sesudos críticos busquen razones estilísticas, para mí la razón es otra, Pablo se mudó de Lima a Pachacamac y venía menos a la cuatricentenaria ciudad… y mandaba sus poemas directamente a la imprenta. Así su poesía perdió mesura, contención, y ganó atrevimiento, desparpajo, frescura, desfachatez. Se volvió un poeta incontinente. Y es que los variados oficios que ejerció, desde promotor cultural, director de cine, traductor, lo llevaron por caminos insondables que aparecían en sus poemas que se convirtieron en textos que dinamitaban las nociones de género y especie literaria que se aprenden en las aulas universitarias. Recuerdo vivamente su participación, otra vez con Wáshington Delgado, en la puesta en escena, en 1966, de “La ópera de los dos centavos “ de Bertolt Brecht, dirigida por Atahualpa del Cioppo, notable teatrista uruguayo. Guevara y Delgado se encargaron de las canciones y las hicieron impecables:
Los caimanes tienen dientes
Que no tratan de esconder,
Pero Mackie no nos muestra,
Su navaja, bien lo sé.
Pablo estuvo feliz el día del estreno, compartiendo éxito con Brecht, el bienamado. Las actrices, Dalmacia Shamahood, Carmen Navarro, felices como perdices, circunspectos pero contentos, los actores, Pericles Cáceres, Estenio Vargas, Jorge Acuña- Fue lo mejor que se vio en el teatro en Lima, durante décadas.
Pablo era un poderoso lector, interesado en todo: marxismo, esoterismo, psicoanálisis, religión, sociología, antropología. Conversar con él era una delicia, tenía un espíritu socrático y no paraba hasta llegar a alguna conclusión que fuese aceptada por los contertulios. No era un acumulador de libros de ordenada biblioteca, tenía placer en hacer circular los volúmenes. No era pues, un ratón de biblioteca, ni un investigador de los que ahora se celebran, pero tenía el placer renacentista por el conocimiento, sabía trasmitir en clase lo que conocía y estimulaba a sus alumnos de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos a dar lo mejor de sí, a procurar ser originales.
En la época que vivió en Pachacamac, Pablo venía a Lima solo para sus clases, desde muy temprano aparecía en la Facultad de Letras de San Marcos y no se iba hasta el anochecer, pululaba en los cafés universitarios con diferentes contertulios y a eso de las ocho de la noche, no era raro verlo en Miraflores en la casa de Lorenzo Osores o de José Watanabe, dos insomnes artistas. Esas reuniones podían ser inacabables. Acudí muchas veces a esas aparentemente improvisadas tertulias, en realidad planificadas por Guevara, Osores, y Watanabe, y a la hora de cenicienta, me retiraba, y ellos seguían hasta el amanecer. Arreglaban, los problemas del Perú, de América Latina, del mundo entero. Y a quienes se burlaban, respondían con poemas, pinturas, guiones de cine que hasta ahora se disfrutan y dan que hablar. Ese era su taller de poesía, pintura, antropología, política, lo presidía Leonardo de Vinci, nada menos, que los bendecía desde un afiche italiano en lo alto de la sala. Me parece estarlos viendo todavía, hablando sin parar.
NOTA: MARCO MARTOS ES PREMIO "PALABRA EN LIBERTAD" DE LA SOCIEDAD LITERARIA AMANTES DEL PAIS.
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