viernes, 8 de mayo de 2020

COMO EN LA GUERRA CON CHILE. Por CESAR HILDEBRANDT.


COMO EN LA GUERRA CON CHILE
César Hildebrandt
Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 448, 8MAY20.
D
ice el presidente Vizcarra que la crisis que nos espera se habrá de parecer a la guerra con Chile.
No había en 1884 registros confiables sobre la economía, pero algunos calculan que la riqueza del país sufrió un mordisco equivalente al 30% de su producción anual.
Comparar lo de hoy con lo que terminó en la entrega de Tarapacá y el cautiverio de Tacna y Arica es, en realidad, toda unas perversa tentación que no ha propuesto el señor Vizcarra.
Cáceres lidera la campaña de resistencia de La Breña
La guerra aquella la perdimos porque un vecino maligno que nos odió desde siempre ideó la forma de expandirse hacia el norte y se preparó para ello desde 1872, año en que mando a construir sus blindados insuperables Mientras tanto el Perú se divertía y retozaba en la corrupción. Su clase dominante, como la de ahora, pensaba solo en engordar la faltriquera y cholear a quien se pudiera y en aliarse con el Estado para sus dividendos más lodosos. Como ahora.
La guerra del guano y el salitre la perdimos porque no tuvimos una burguesía nacional que concibiese al Perú como una fe, un destino, un propósito, un proyecto común. Estaban los señoritos, como ahora, y robaban los militares, como ahora, y recontrarobaban los capitanes de las fuerzas vivas, como ahorita.
La Guerra fue de Rapiña de Chile contra Perú y Bolivia
¿La patria? Allá los indios que se la creyeron, los ilusos que la soñaron. Las patria es un millón de toneladas de mierda de cormorán guanay vendidas por adelantado a los hermanos Dreyfus, sí señor. La patria es para hacerse pasar por independencista para cobrarle al Estado la indemnización que nos merecemos los fundadores de este campamento La patria es las hacienda que heredamos, la remota encomienda nacida de la repartija ancestral. La patria es Mariano Ignacio Prado comprándose una casa millonaria en Valparaíso diez años antes de la guerra. La patria, en suma, es una teta grande que mamaremos hasta el final y chupará nuestra descendencia por el resto de los siglos.
Chile, en cambio, escueto hasta el peligro, amenazado por su delgadez, tuvo una élite que sí creyó que había una levadura común y una causa reunidora. Chile odió al Perú no porque su gente tuviera mala entraña sino porque entendió que esa furia sería necesaria a la hora de las definiciones. ¿No había sido acaso la capitanía despreciada? ¿No había sido Lima la engreída prostibularia de aquel virreinato que jamás pudo con los araucanos? ¿No tenían los peruanos, en habla y modales, la profética dulzura de los vencidos? Pues la hora llegó cuando Bolivia, alentada por la irresponsable oligarquía peruana provocó a Chile sin tener una chalupa con la que defender el mar que estaba condenada a perder.
Llegó la hora, como ahora, y no estábamos preparados, como hoy. Y el destino nos arrasó.
Claro que tuvimos a Grau, a Bolognesi, a Cáceres. Pero no bastaron.
Como no bastarían, después, las indiadas heroicas que se enfrentaron al ejército de ocupación en Pucará,  Marcavalle, Concepción o Huamachuco. Los indios de siempre sacaron la cara por los irresponsables y podridos que se negaron a pagar más impuestos a la hora de recaudar fondos para la lucha contra el enemigo que ya había desembarcado en Pisagua.
El enemigo, hoy
Para esta guerra contra las legiones virales tampoco estuvimos preparados. Así como  Miguel Grau advirtió en 1879, que el estado de nuestra armada ponía en peligro la seguridad nacional y -no le hicieron caso- así también los clamores diversos que durante estos años se escucharon pidiendo mejores y nuevos hospitales y más salarios para los médicos se desoyeron sistemáticamente. Que el Estado se hunda, cholos arrastrados. Que lo privado cunda. Que la Pacífico rija.
Que el neoliberalismo sea la dictadura perfecta del pensamiento. Que Vargas Llosa tenga siempre la razón. Que El Comercio se lea como si fuera el evangelio. Amén.
Quienes algo hemos leído sobre la guerra del guano y el salitre sabemos cómo nos mentíamos los peruanos, de qué modo desfigurábamos las cosas en nuestras proclamas y aun en muchos partes de batalla. Convertíamos derrotas en empates, inútiles y diminutos triunfos en gloriosos capítulos que cambiarían el destino del conflicto, deserciones en silencios, traiciones en tachaduras, cobardías en paréntesis y omisiones.
En la guerra contra las legiones virales de estos tiempos, hemos hecho casi lo mismo. El gobierno nos has mentido y nosotros hemos hecho
todo lo posible para ser las victimas perfectas de sus mentiras. No estábamos ganando la guerra. No estábamos aplanando la curva. No estábamos logrando amenguar la masiva persistencia el contagio. La cuarentena era una ficción porque la gente la desacataba y porque el

Desacatando masivamente las medidas del Gobierno
débil gobierno, siempre asediado por la CONFIEP y el emprendedurismo de taberna, no se atrevía a imponerla. No ha habido cuarentena seria, en suma. Y el resultado es este desastre. Presionado por la derecha y la borrasca popular asaeteada por el hambre, el régimen de Vizcarra pretende relajar aún más las medidas que se tomaron para prevenir el colapso del sistema de salud. Los expertos dicen que el resultado podría ser catastrófico. ¿Se imaginan a algún municipio controlando los hábitos de higiene en los restaurantes que hacen entrega a domicilio? ¿Se imaginan lo que pueden suponer las multitudes, esta vez tácitamente autorizadas, en los mercados de alimentos?

Si, la comparación que ha hecho el presidente con la guerra con Chile resulta pertinente. ϕ

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