COMO EN LA GUERRA CON CHILE
César Hildebrandt
Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 448, 8MAY20.
D
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ice el presidente Vizcarra que la crisis que nos espera se habrá de parecer a la guerra con Chile.
No
había en 1884 registros confiables sobre la economía, pero algunos
calculan que la riqueza del país sufrió un mordisco equivalente al 30%
de su producción anual.
Comparar
lo de hoy con lo que terminó en la entrega de Tarapacá y el cautiverio
de Tacna y Arica es, en realidad, toda unas perversa tentación que no ha
propuesto el señor Vizcarra.
Cáceres lidera la campaña de resistencia de La Breña |
La
guerra aquella la perdimos porque un vecino maligno que nos odió desde
siempre ideó la forma de expandirse hacia el norte y se preparó para
ello desde 1872, año en que mando a construir sus blindados insuperables
Mientras tanto el Perú se divertía y retozaba en la corrupción. Su
clase dominante, como la de ahora, pensaba solo en engordar la
faltriquera y cholear a quien se pudiera y en aliarse con el Estado para
sus dividendos más lodosos. Como ahora.
La
guerra del guano y el salitre la perdimos porque no tuvimos una
burguesía nacional que concibiese al Perú como una fe, un destino, un
propósito, un proyecto común. Estaban los señoritos, como ahora, y
robaban los militares, como ahora, y recontrarobaban los capitanes de
las fuerzas vivas, como ahorita.
La Guerra fue de Rapiña de Chile contra Perú y Bolivia |
¿La
patria? Allá los indios que se la creyeron, los ilusos que la soñaron.
Las patria es un millón de toneladas de mierda de cormorán guanay
vendidas por adelantado a los hermanos Dreyfus, sí señor. La patria es
para hacerse pasar por independencista para cobrarle al Estado la
indemnización que nos merecemos los fundadores de este campamento
La patria es las hacienda que heredamos, la remota encomienda nacida
de la repartija ancestral. La patria es Mariano Ignacio Prado
comprándose una casa millonaria en Valparaíso diez años antes de la
guerra. La patria, en suma, es una teta grande que mamaremos hasta el
final y chupará nuestra descendencia por el resto de los siglos.
Chile,
en cambio, escueto hasta el peligro, amenazado por su delgadez, tuvo
una élite que sí creyó que había una levadura común y una causa
reunidora. Chile odió al Perú no porque su gente tuviera mala entraña
sino porque entendió que esa furia sería necesaria a la hora de las
definiciones. ¿No había sido acaso la capitanía despreciada? ¿No había
sido Lima la engreída prostibularia de aquel virreinato que jamás pudo
con los araucanos? ¿No tenían los peruanos, en habla y modales, la
profética dulzura de los vencidos? Pues la hora llegó cuando Bolivia,
alentada por la irresponsable oligarquía peruana provocó a Chile sin
tener una chalupa con la que defender el mar que estaba condenada a
perder.
Llegó la hora, como ahora, y no estábamos preparados, como hoy. Y el destino nos arrasó.
Claro que tuvimos a Grau, a Bolognesi, a Cáceres. Pero no bastaron.
Como
no bastarían, después, las indiadas heroicas que se enfrentaron al
ejército de ocupación en Pucará, Marcavalle, Concepción o Huamachuco.
Los indios de siempre sacaron la cara por los irresponsables y podridos
que se negaron a pagar más impuestos a la hora de recaudar fondos para
la lucha contra el enemigo que ya había desembarcado en Pisagua.
El enemigo, hoy |
Para
esta guerra contra las legiones virales tampoco estuvimos preparados.
Así como Miguel Grau advirtió en 1879, que el estado de nuestra armada
ponía en peligro la seguridad nacional y -no le hicieron caso- así
también los clamores diversos que durante estos años se escucharon
pidiendo mejores y nuevos hospitales y más salarios para los médicos se
desoyeron sistemáticamente. Que el Estado se hunda, cholos arrastrados.
Que lo privado cunda. Que la Pacífico rija.
Que
el neoliberalismo sea la dictadura perfecta del pensamiento. Que Vargas
Llosa tenga siempre la razón. Que El Comercio se lea como si fuera el
evangelio. Amén.
Quienes
algo hemos leído sobre la guerra del guano y el salitre sabemos cómo
nos mentíamos los peruanos, de qué modo desfigurábamos las cosas en
nuestras proclamas y aun en muchos partes de batalla. Convertíamos
derrotas en empates, inútiles y diminutos triunfos en gloriosos
capítulos que cambiarían el destino del conflicto, deserciones en
silencios, traiciones en tachaduras, cobardías en paréntesis y
omisiones.
En
la guerra contra las legiones virales de estos tiempos, hemos hecho
casi lo mismo. El gobierno nos has mentido y nosotros hemos hecho
todo
lo posible para ser las victimas perfectas de sus mentiras. No
estábamos ganando la guerra. No estábamos aplanando la curva. No
estábamos logrando amenguar la masiva persistencia el contagio. La
cuarentena era una ficción porque la gente la desacataba y porque el
débil
gobierno, siempre asediado por la CONFIEP y el emprendedurismo de
taberna, no se atrevía a imponerla. No ha habido cuarentena seria, en
suma. Y el resultado es este desastre. Presionado por la derecha y la
borrasca popular asaeteada por el hambre, el régimen de Vizcarra
pretende relajar aún más las medidas que se tomaron para prevenir el
colapso del sistema de salud. Los expertos dicen que el resultado podría
ser catastrófico. ¿Se imaginan a algún municipio controlando los
hábitos de higiene en los restaurantes que hacen entrega a domicilio?
¿Se imaginan lo que pueden suponer las multitudes, esta vez tácitamente
autorizadas, en los mercados de alimentos?
Si, la comparación que ha hecho el presidente con la guerra con Chile resulta pertinente. ϕ
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