miércoles, 6 de mayo de 2020

IVÁN ROMERO SILVA: AYÚDAME A MORIR









IVÁN ROMERO SILVA

AYÚDAME A MORIR

Avanzaba el camión por las alturas. Era un paisaje montañoso cubierto de nieve. Eran los primeros momentos del amanecer y regalaba la mañana colores apacibles, muy alegres, que deslumbra. Un pasajero empezó a tocar su guitarra, festejando el alba. Notas dulces enternecían a los pasajeros del camión. Asiri, la siempre sonriente, sintió la alegría de todo el viaje, de llegar a la capital para su conquista.
Asiri, su rostro siempre estaba adornado por una dulce y alegre sonrisa, por eso le pusieron ese nombre: la que sonríe.
Asiri llegó a la capital con el espíritu triunfador ante cualquier adversidad. Debía luchar para realizar sus sueños, convertirse en una profesional de primer orden.
Toda su vida luchó incansablemente. Primero fue el desafío de ingresar a la universidad. Seguidamente, luchar con el bullying que tuvo que padecer, por causa de su acento serrano, silbando algunas palabras al pronunciarlas. Todo lo resistió y se hizo respetar con su inteligencia. Cada intervención que tenía, dejaba mudos a catedráticos y compañeros. Fue su mejor arma.
Se convirtió en la estudiante más respetada y finalmente, la médica más considerada. Gozó de becas en el extranjero en diversas especialidades.
Como médica, fue invitada a enseñar en la universidad donde estudió, pero su amor por su tierra, la hizo rechazar toda oferta. Armó programas para los pequeños pueblos, abandonados por el estado, con la presencia de instituciones internacionales. Pasaba varios meses en su labor de servicio a sus paisanos, poniendo énfasis en niños y adolescentes, convencida que era trabajar por el futuro del país.
En uno de sus tantos viajes, empezó a sentir dolores en la espalda, a lo que no hizo mucho caso. Siempre postergaba una consulta con algún colega. El pretexto era: no hay tiempo, luego lo haré.
La salud de Asiri fue empeorando cada día. Caminaba con mayor dificultad. Sus manos iban manifestando mayor dificultad para escribir en el tablero del ordenador.
Una mañana, al levantarse, no pudo hacerlo. Se esforzó, pero cayó al suelo. No respondían sus piernas. Como vivía sola en un pequeño departamento de la capital, no podía pedir ayuda a nadie. Pudo arrastrarse y tomar el celular de la mesa de noche y llamó a una colega. Vendría a auxiliarla.
El problema se agravó, porque no había quién pudiera abrir la puerta para que ingresara la amiga médica. Tuvieron que esperar, que la señora que le hacía el aseo en el departamento, llegara dos horas más tarde.
Cuando ingresaron las dos mujeres, Asiri estaba echada en el suelo, con frío, sin poder moverse sola. Entre ambas mujeres la subieron a la cama.
La amiga la examinó y dio una mirada de gran preocupación a la paciente. Asiri, asustada dijo:
-       Qué crees que me pase.
-       No sé……tenemos que llevarte a un hospital……
-       No, ya me pasará.
-       Asiri, debo llevarte a un hospital. No sé lo que tienes, pero creo que no se debe postergar una consulta en el hospital. Llamaré una ambulancia.
Asiri recibió las palabras de su colega con mucha tranquilidad. Pensó:
-       Siempre he luchado y siempre he ganado a las mayores adversidades. Esta vez también lo lograré.
Luego de varias horas en el hospital, donde Asiri tenía a muchos médicos amigos, empezó a vislumbrarse la posible enfermedad. El médico jefe del hospital, se acercó a la habitación de Asiri para conversar acerca de su salud:
-       Asiri. Somos colegas y no podemos engañarnos. No me lo perdonarías. Te diré la verdad. Parece que estamos ante un cuadro de una enfermedad autoinmune. No sé cuál pueda ser…..Guillian Barré, polimiositis…….no estoy seguro.
-       Colega, no soy débil para resistir una enfermedad de este tipo. He luchado mucho en mi vida y siempre he logrado salir exitosa. Esta vez también saldré adelante.
Desde ese día, Asiri fue visitada por todos los médicos y médicas del hospital. Todos le brindaban mucho afecto y eso la ayudó.
Su cuerpo no reaccionaba. Las extremidades inferiores, no respondían y sufría dolores en las articulaciones. Lloró por primera vez, cuando quiso tomar un libro para leer y no tuvo fuerzas para sostenerlo. Empezó a reconocer que estaba ante una enfermedad muy grave.
Las terapias eran agotadoras y dolorosas. Las encargadas la animaban y hacían reír, pero Asiri reconocía que esta enfermedad no la dejaría en este mundo.
La señora que se encargaba del mantenimiento de su departamento, la visitaba todos los días. Le llevaba comidas de su agrado, frutas, a pesar que la comida del hospital era buena. Sus padres que vivían en su pueblo, eran muy viejitos y no podían viajar a verla. Apenas podía conversar con ellos a través del celular. No quería que la vieran así, imposibilitada de moverse de la cama.
Pasaron muchos meses y no había mejoría. Cada vez perdía más movimiento en su cuerpo. Sufría más dolores. Lo que no disminuía, eran las frecuentes visitas de sus amigos colegas: una médica, un médico, una enfermera y un sacerdote. Pasaban largas horas conversando. Se turnaban para visitarla y tenerla siempre entretenida con amenas charlas. Fueron tiempos de demostración de amistad sincera. Varios de sus colegas y muchos alumnos practicantes, le hacían consultas.
Asiri quería volver a su departamento, pero reconocía que era imposible hacerlo en ese estado. Las terapias eran diarias. Los movimientos de su cuerpo eran cada media hora, para evitar la aparición de las escaras. Los médicos no podrían visitarla tan frecuentemente como lo hacían en el hospital.
Asiri, resistió más de un año con todos los impedimentos físicos. Su fortaleza y sus ganas de siempre luchar, se iban agotando. Lo pensó mucho y decidió hablar con sus cuatro amigos. Los convocó para la tarde del día domingo, día que tenían un poco más de tiempo. Quería hablar con los cuatro en el mismo momento. Aceptaron con mucha sorpresa. No preguntaron nada, solo aceptaron la invitación.
El domingo a las 4 pm. hora exacta, se juntaron los cinco amigos.
-       Amigos. Quiero agradecerles todo el esfuerzo que hacen para venir a acompañarme cada día. Tienen mucho trabajo. Sin embargo, no hay tarde que dejen de venir a brindarme compañía. Hoy quiero decirles algo muy importante. Algo que estoy segura me comprenderán. Ya he cumplido más un año con esta enfermedad. Parece que no hay cura. Cada día me veo peor. (Los amigos quisieron interrumpirla, pero ella no lo aceptó). No por favor, no traten de convencerme que pronto estaré bien. Soy médica y sé lo que me pasa. Es por eso que los he citado. Ha llegado el momento de partir. Ustedes me ayudarán a morir. Se pondrán de acuerdo con qué terminarán mis días. Uno de ustedes trae las pastillas, inyección, gotas, lo que decidan y yo las tomo. Salen y me dejan sola. Nadie se enterará quién fue el que me ayudó a morir.
El silencio fue largo y desgarrador. Los cuatro amigos la miraron y el sacerdote empezó a dejar rodar sus lágrimas.  Se abrazaron a Asiri y se quedaron en profundo silencio un largo tiempo.
Nadie refutó a la amiga. Todos comprendieron que la amiga ya no daba más, no resistiría por mucho tiempo. La decisión estaba tomada y con ellos o sin ellos, Asiri terminaría de todas maneras su vida.
Al día siguiente, Asiri amaneció muy alegre. Más sonriente que otros días. Parecía que había recibido una buena noticia. Los días posteriores, los amigos continuaron con sus visitas acostumbradas. Parecía que todo estaba muy bien planeado. Con el entrar y salir de sus amigos y los demás médicos amigos, no se podría sospechar quién fue la persona que ayudó a morir a Asiri.
Una mañana, muy temprano, la encargada de la limpieza de la habitación, comprobó que Asiri había terminado con su vida. Nada hacía sospechar su muerte. Estaba rosada y sonriente, parecía que había partido muy alegre de esta dura enfermedad. Ya no pediría: “Ayúdame a morir”.

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