Hay
tres formas de escribir un libro como El
amor de mi muerte: loco, ebrio o enamorado. La voz quebrada que desfila por estas páginas
son los aullidos de un licántropo despojado del lenguaje, de los susurros y los
buenos tratamientos de la palabra para ser solo un eterno grito desesperado con
la clara intencionalidad de llamar desde las mismas brasas del infierno al
recuerdo, eso que aqueja al poeta desde las primeras líneas y que anuncia su
inminente fracaso. Aun
así, a medida que cada poema intenta acercarse a ese ser inefable, de inmediato
somos nosotros los lectores los primeros en caer en el lodo del fracaso, notamos
además una clara intención de alejarse de las formas y la tradición. Y es que a
lo largo del libro el lenguaje parece no colmar ningún deseo, la voz del yo
lírico parece venir de un encierro que no está dispuesta a pasar por algún
otro, los versos flotan y buscan que sea la rudeza la que predomine ante la
contemplación de la palabra. Al fin y al cabo no se puede hablar del amor y la
pérdida como se habla de una flor.
Chelina Ortega y Alonzo Chauca
en un recital en la Feria del Libro
permanente en Amazonas - Lima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario