jueves, 23 de marzo de 2017

CARMEN LUZ BEJARANO, EL GRITO NECESARIO. Por WINSTON ORRILLO "PREMIO PALABRA EN LIBERTAD"

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CARMEN LUZ BEJARANO EL GRITO NECESARIO

Por WINSTON ORRILLO.


“Se me desgaja la vida/ en crudo…”
“En fuego ardí/turbulenta leña/ y en lecho vegetal/
Forjé mi sombra”.
CLB


Este libro tiene diecisiete años de aparecido…..y sorpresivamente,
en un arreglo de mi biblioteca complementaria, surge (CAUCUS editorial, Lima, julio del 2002).Su expresivo nombre Gritos, me aleja, absolutamente, de obras como Abril y Lejanía (1961), Giramor (1961) o Aracanto (1966). En todos estos volúmenes la autora se nos presentaba como una lirida ingrávida, inconsútil, tal y como su propia presencia lo indicaba.
La conocí cuando, de diecisiete años, yo acababa de ingresar a la Facultad de Letras, que, en ese momento, quedaba en el histórico local de la mal llamada Casona de San Marcos (Parque Universitario).
No sé cómo, de pronto, bajaba del segundo piso del ámbito de letras (donde después me enteraría que estaba situada la biblioteca que, no sé por qué llamaban “Seminario”) una mujer joven y muy expresiva (era el año 1958, y ella había nacido en 1933, en Acarí, Arequipa).
Acabamos, por supuesto, conversando, y ella, de inmediato, me empezó a recomendar lecturas y a expresar ese encanto permanente de lo que podría, según palabras de Antonio Machado, llamarse un ser humano bueno (“En el buen sentido de la palabra, bueno”).
Desde entonces, cada vez yo hallaba un pretexto para ir al segundo piso, al dichoso Seminario donde, al parecer, ella laboraba (luego me enteraría que hizo la carrera completa de Letras, hasta el doctorado, y que enseñó en nuestra bienamada Facultad). Sin embargo, ésa es, ya, otra historia.
El caso es que tres años más tarde, en el 61 ella publicaría Abril y lejanía, y asimismo, Giramor, donde la poesía, su poética, discurrían en el intento de aprehender las vagorosas delicuescencias del mundo de las musas y particularmente, de las distancias a las que, todos, nos vemos obligados; luego, vino un silencio de cinco años, hasta que, en 1966, apareció Aracanto, intento de aprehender una temática que identificara lo que estaba intentando hacer la escritora.
Un excelente ensayo de Carlos Garayar –todo lo que él hace es excelente- permite señalizar la evolución de la creadora hacia un mundo que, libro a libro, se iba dilatando en pos de penetrar en la urdimbre de los accidentes gramaticales de la vida, con su principal desafío: la muerte, el acabamiento, lo que tendría su cenit en La dama del sosiego (1991) espléndida incursión en la barca de Caronte que la escritora sentía que la asediaba (moriría once años después, en el 2002).
Carpe Diem, la espléndida editorial (está cumpliendo veinticinco años) de mi amiga la relevante escritora Marita Troiano, ha publicado Existencia en poesía que, en realidad, abarca la lírica completa de Carmen Luz, lanzada dos años de su desaparición física. A los interesados, les sugerimos buscar esta presea.
Pero nuestra autora no sólo abarcó la poesía, sino asimismo, la novela, con El cuarto de los trebejos (1989) y La ruta del ciprés (nouvelle, 2001). Igualmente, el arte teatral tuvo, con Los ojos de Lázaro, su representación entre la creación de CLB.
Pero estacionémonos en El grito: editado el mismo año de su tránsito físico, merced al trabajo ímprobo de Rocío Zumarán, y su editorial CAUCUS. Esta obra representa la madurez total de la gran escritora que llegó a ser Carmen Luz:
Hay una suerte de autofagia en sus autorretratos, que no conceden ni un tantito así de piedad por/ante sus propias limitaciones:
“Soy colmillo/ Soy garra/ Duermo a merced/ De la guadaña/ Soy frágil/ Este trozo de tierra/ en vida que germina/ Artera lanza/ le hiere los costados/ Me desangro.”
“¿Quién es mi hermano?/ El que degüella/ o/ el que lava sus heridas/ el que lame la tierra/ ensangrentada/ o/ el que rota la garganta/ deja escapar el grito. / Y yo/ ¿Quién soy?
He aquí, pues, el sentido del poemario: el grito que es, en realidad, nuestro lenguaje, nuestra más característica forma de comunicación en los días que corren:
“Quizás cuando yo vuelva/ saltamontes/ o/ anémona de mar/ no herrumbraré los cielos/ con inútil plegaria/ ni tendré este aire innato/ de mujerzuela púdica”.
“¿Era necesario ennoblecer el barro, / distraído Señor de la armonía?/ ¿Qué hacer con este cuerpo/ que gobierna a golpe intermitente/ mis lunas y mis días?”
Lejos de la adocenada y espuria “belleza” de alguna poesía ad usum, Carmen Luz opta por la expresividad que le permita (que nos permita) acceder a esa entraña tan humanísima como la que, en los tiempos que corren, estamos malviviendo:
“Algún resquicio habrá/ olfatearé tu cuerpo/ torpe/ torpe/ inventaré creaturas/ desvirgando/ la sombra/ como conejo zafio”.
Pero siempre se trata de la existencia, mas ahora con otro matiz, luego de haber accedido a lo que, de algún modo, podríamos llamar una revelación que, a la autora, le es urgente, transmitirnos:
“Se me desgaja la vida/ en crudo.”
“Adherido al cogollo/ de la nada/ espíritu en llaga/ mi cuerpo arde/ en el ritual de los orgasmos”
”No estás aquí y el tiempo/ me envuelve en desvarío./ Soy la carnada expuesta al día/ que se inicia./ La caricia sin rumbo./ El amor repitiendo la misma / escena inútil/ y un cielo desteñido”
Carmen Luz Bejarano es un arquetipo de superación creativa, y, por ello, a quince años de su tránsito a la inmortalidad, denunciamos que, el suyo, es uno de los más flagrantes casos de injusticia literaria: su voz es necesaria, máxime en épocas como la presente en que hay que hablar, precisamente, a gritos….


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