domingo, 13 de enero de 2019

MARCO MARTOS POESÍA INEXHAUSTIBLE. Por WINSTON ORRILLO.

                                    Marco Martos, Premio "Palabra en Libertad" de la
                                               Sociedad Literaria Amantes del País.




            “Truenos y relámpagos se suceden en la casi oscuridad/ y el ruido interminable del agua       
             sobre los techos/ nos recuerda que somos líquidos y volvemos al mar./ La gente corre
             por la calle entre riachuelos, y lodazales, y el miedo./ Los niños están a punto de
             llorar. De pronto escampa../ El cielo negro se hace gris y luego azul/ cuando termina
             la tarde y todavía hay luz solar”.
                                                                      MM
                                                                                 

Cuando se anuncia un nuevo libro de Marco Martos, lo primero que hacemos es preguntarnos por su temática. Porque su poesía se ha tornado  realmente inexhaustible: la variedad entrañable de sus mundos poéticos, no deja de sorprendernos.

De pronto lo vemos discurriendo sobre las  Musas del celuloide” (título de una de sus más recientes entregas), así como su incursión por el entrañable mundo de Virgilio (vid. Máscaras de Roma), o su Caligrafía china, de temática obvia.

Pero el libro actual, el que reseñamos –El espíritu de los rios, -editorial Caja Negra, bella imagen de portada de Gino Ceccarelli, sí constituye una singular penetración en una parte entrañable de nuestro territorio (amenazado, como Amazonía por belígeros fascistas como Bolsonaro; siendo como es, ella, una verdadera despensa para lo que quede de humanidad, transcurrida la pesadilla Trump).

El tema que aborda MM es no solo el exótico, que de suyo lo podría ser, sino cómo, el mundo amazónico, es una fuente inagotable de poesía, y cómo a su vez, puede ser un espejo del advenimiento del hombre y sus inextricables amores:

Transcribamos parte del bellísimo “Sílabas del agua” donde el río colosal es un espejo de la existencia constantemente renovable:

“Tiene un  ruido extraño el Amazonas indefinible,/ se parece a mi indómito corazón. Las aguas calmas son engañosas/ y más todavía las insólitas torrentadas, los cielos anubarrados y los aguaceros ./ Los árboles se parecen  a las personas, algunos resisten a las corrientes, / otros caen, apenas duran en sus rápidos finales/ y son arrastrados por los encrespados líquidos marrones./ La vida acaba con la vida y continúa su camino sin pausas./ Es un mar dulce y espeso que avanza por la selva/ y parece no tener orillas, ni finales, ni alegrías, ni pesares./ Hay loros que pululas en las islas flotantes, y monos que chillan/ en los árboles frondosos y palmeras/ que se lanzan hacia el sol de la tarde como flechas./ El peque peque está perdido en la noche./ Los hombres y las mujeres ruegan al botero calma, /nadie sabe si los dioses de los bosques y os ríos les concederán/ ver el amanecer, el sol naciente, como una bendición/ en el horizonte donde se juntan las nubes y las aguas.”
Como siempre, el drama de la vida y su perseguidora: la muerte. 

Y todo en medio de un paisaje sinfónico, en el cual el amor humano es caracterizado, verbi gratia, por el gran poeta, en medio de los sonidos naturales que, para él, son “Sonidos celestiales” como lo dice en el siguiente texto que, asimismo, no resistimos su transcripción:

“Emergen del follaje de la selva sonidos celestiales/ que parecen salir de instrumentos que manejan los espíritus de los bosques y los ríos, los manantiales y los ojos de agua./ Es una música que propaga serenidad a los pobladores de las orillas,/ a los que laboran en los secanos, en las regadas tierras de las fronteras,/ a los pájaros que vuelan sin fatigarse debajo de los cúmulos de nubes,/a las mujeres del trópico que pululan en las ciudades de la sierra y en las costas,/ y que llevan en su corazón el aroma de los bosques y en sus ojos las orquídeas ancestrales.// Es la tranquila confianza de la música natural que está en la lluvia y en lo verde/ que se difunde por el mundo como un árbol de canela enorme y misterioso.”

Y, precisamente, el inevitable amor terreno se halla en la inefable “Canela”, que el poeta así intenta comunicarnos:

“Hueles a canela, la canela sale de tus ojos,/ de canela son tus manos, tus piernas, tus cabellos,/ llenas con tu penetrante perfume los senderos,/ tus brazos son ramas del árbol de la canela,/ sembrado en la selva alta, junto a la catarata,/ tu piel es de canela, se advierte mirándote.//Me queda un enigma: eres un árbol de canela/ cuando caminas oronda en las ciudades.”

Como se dice un libro sápido, delicioso, que confirma, a su autor, como uno de los poetas raigales de nuestras letras (ojo, no digo solo del vallejiano Perú) que, además, es alguien multipremiado y muy traducido (al inglés, itaiano, alemán, húngaro y chino. Creo que es uno de los pocos bardos con la traducción íntegra de su deliciosa creación, Máscaras de Roma  que tuviera  a su cargo el hispanista Rigas Kapattos. Actualmente, además de la docencia (que él ejerce por el gusto de enseñar ya que podría –como  el suscrito (somos coetáneos), estar jubilado. Dirige, pues, el Postgrado de Escritura Creativa, en el imbatible San Marquitos).

Preside (ha sido reelegido) la Academia Peruana de la Lengua, aunque su poesía no tiene nada, en absoluto, de “académica”. 

En fin, esta nota volandera tiene un solo propósito: invitar a la lectura de uno de nuestros más integérrimos poetas, Marco Martos Carrera, piurano por añadidura.

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