Sociedad Literaria Amantes del País.
“Truenos y relámpagos se suceden en la casi
oscuridad/ y el ruido interminable del agua
sobre los techos/ nos recuerda
que somos líquidos y volvemos al mar./ La gente corre
por la calle entre riachuelos, y
lodazales, y el miedo./ Los niños están a punto de
llorar. De pronto escampa../ El
cielo negro se hace gris y luego azul/ cuando termina
la tarde y todavía hay luz solar”.
MM
Cuando se anuncia un nuevo libro de Marco Martos, lo primero
que hacemos es preguntarnos por su temática. Porque su poesía se ha tornado realmente inexhaustible: la variedad
entrañable de sus mundos poéticos, no deja de sorprendernos.
De pronto lo vemos discurriendo sobre las Musas
del celuloide” (título de una de sus más recientes entregas), así como su
incursión por el entrañable mundo de Virgilio (vid. Máscaras de Roma), o su Caligrafía
china, de temática obvia.
Pero el libro actual, el que reseñamos –El espíritu de los rios, -editorial Caja Negra, bella imagen de
portada de Gino Ceccarelli, sí constituye una singular penetración en una parte
entrañable de nuestro territorio (amenazado, como Amazonía por belígeros
fascistas como Bolsonaro; siendo como es, ella, una verdadera despensa para lo
que quede de humanidad, transcurrida la pesadilla Trump).
El tema que aborda MM es no solo el exótico, que de suyo lo podría
ser, sino cómo, el mundo amazónico, es una fuente inagotable de poesía, y cómo
a su vez, puede ser un espejo del advenimiento del hombre y sus inextricables
amores:
Transcribamos parte del bellísimo “Sílabas del agua” donde
el río colosal es un espejo de la existencia constantemente renovable:
“Tiene un ruido extraño el Amazonas indefinible,/ se
parece a mi indómito corazón. Las aguas calmas son engañosas/ y más todavía las
insólitas torrentadas, los cielos anubarrados y los aguaceros ./ Los árboles se
parecen a las personas, algunos resisten
a las corrientes, / otros caen, apenas duran en sus rápidos finales/ y son
arrastrados por los encrespados líquidos marrones./ La vida acaba con la vida y
continúa su camino sin pausas./ Es un mar dulce y espeso que avanza por la
selva/ y parece no tener orillas, ni finales, ni alegrías, ni pesares./ Hay loros
que pululas en las islas flotantes, y monos que chillan/ en los árboles
frondosos y palmeras/ que se lanzan hacia el sol de la tarde como flechas./ El
peque peque está perdido en la noche./ Los hombres y las mujeres ruegan al
botero calma, /nadie sabe si los dioses de los bosques y os ríos les
concederán/ ver el amanecer, el sol naciente, como una bendición/ en el
horizonte donde se juntan las nubes y las aguas.”
Como siempre, el drama de la vida y su perseguidora: la muerte.
Y todo en medio de un paisaje sinfónico, en el cual el amor
humano es caracterizado, verbi gratia,
por el gran poeta, en medio de los sonidos naturales que, para él, son “Sonidos
celestiales” como lo dice en el siguiente texto que, asimismo, no resistimos su
transcripción:
“Emergen del follaje
de la selva sonidos celestiales/ que parecen salir de instrumentos que manejan
los espíritus de los bosques y los ríos, los manantiales y los ojos de agua./
Es una música que propaga serenidad a los pobladores de las orillas,/ a los que
laboran en los secanos, en las regadas tierras de las fronteras,/ a los pájaros
que vuelan sin fatigarse debajo de los cúmulos de nubes,/a las mujeres del
trópico que pululan en las ciudades de la sierra y en las costas,/ y que llevan
en su corazón el aroma de los bosques y en sus ojos las orquídeas ancestrales.//
Es la tranquila confianza de la música natural que está en la lluvia y en lo
verde/ que se difunde por el mundo como un árbol de canela enorme y
misterioso.”
Y, precisamente, el inevitable amor terreno se halla en la
inefable “Canela”, que el poeta así intenta comunicarnos:
“Hueles a canela, la
canela sale de tus ojos,/ de canela son tus manos, tus piernas, tus cabellos,/
llenas con tu penetrante perfume los senderos,/ tus brazos son ramas del árbol
de la canela,/ sembrado en la selva alta, junto a la catarata,/ tu piel es de
canela, se advierte mirándote.//Me queda un enigma: eres un árbol de canela/
cuando caminas oronda en las ciudades.”
Como se dice un libro sápido, delicioso, que confirma, a su
autor, como uno de los poetas raigales de nuestras letras (ojo, no digo solo
del vallejiano Perú) que, además, es alguien multipremiado y muy traducido (al
inglés, itaiano, alemán, húngaro y chino. Creo que es uno de los pocos bardos
con la traducción íntegra de su deliciosa creación, Máscaras de Roma que
tuviera a su cargo el hispanista Rigas
Kapattos. Actualmente, además de la docencia (que él ejerce por el gusto de
enseñar ya que podría –como el suscrito
(somos coetáneos), estar jubilado. Dirige, pues, el Postgrado de Escritura
Creativa, en el imbatible San Marquitos).
Preside (ha sido reelegido) la Academia Peruana de la
Lengua, aunque su poesía no tiene nada, en absoluto, de “académica”.
En fin, esta nota volandera tiene un solo propósito: invitar
a la lectura de uno de nuestros más integérrimos poetas, Marco Martos Carrera,
piurano por añadidura.
Exquisito comentario por más volandero que sea.
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