José Beltrán Peña y Winston Orrillo.
“La luna lloró por el/ roce de nuestros labios en el averno./ Los celos misteriosos del Universo”
“El clavel y la rosa/ felices se unieron y fundieron sus aromas./ Luna de miel del paraíso”
José Beltrán Peña.
Difícilmente puede hallarse otro como él: tal hemos titulado nuestra
nota aproximativa. Hombre de letras…y de amores. Porque Pepe Beltrán
Peña conjuga, unimisma, la infatigable tarea de todo un hombre de letras
al fundar y mantener, activas, la Sociedad Literaria Amantes del País,
su revista poética Palabra en Libertad, así como, Gaviota Azul Editores,
y la (necesaria) organización mensual de homenajes, en vivo y en
directo (en el querido Club Social Miraflores o en la Casa Museo Ricardo Palma, a nuestros autores,
creadores, ensayistas, que, a partir del ímprobo trabajo de JBP, no
tienen que esperar al minuto de silencio y a los homenajes post morten
(porque el nuestro, ya lo han dicho muchos, es un país necrófilo).
Con todo lo anterior, bastaría para hacer pleno un currículum vitae
–que en algunos casos es ridiculum v.), amén de que nuestro autor,
lirida nacido en Limalahorrible, tiene una ingente cantidad de libros de
poemas publicados, además de un culto impertérrito a la mujer (lo que
nunca me ha sido posible preguntarle si es que alguna vez lo llevaron al
altar), a la hembra fogosa que, mutatis mutandis, él (y muchos de
nosotros) convertimos en estrofas, para disimular los alaridos de la
pasión.
Ergo, el amor y su encarnación concreta, es un leitmotiv
de su lírica, que se ha presentado en volúmenes como Evangelio de la
poesía (1995); Serpiente de Eva (1997); La palabra en libertad (1997),
Pétalos y espinas (Haikus (2002; Lienzos poéticos/ Haikus (2007); La
posada del ángel/Intimores (2012); Antología poética personal (2012;
Amoramar (Antología poética amorosa) (2013), y finalmente, Intimores de
amor (2015).
El breve volumen que ahora reseñamos tiene un
sintomático epígrafe nada menos que del autor de Los Heraldos Negros, el
mismo que dice:
“¡Amor en el mundo tú eres un pecado! /¡Mi beso es la punta chispeante del cuerno/ del diablo, mi beso que es credo sagrado!”.
Totalmente congruente, pues. En los versos vallejianos hay esa
sensibilidad “cristiana” –equivocadamente cristiana- del amor como un
“pecado”, lo que determina que, el beso, una de sus manifestaciones más
ínsitas, devenga en la “punta chispeante del cuerno del diablo”; sin
embargo, el bardo, al concluir la estrofa, se impone, pues nos dice que
“su beso” es credo sagrado… En fin, vemos a la vida arrinconar a la
muerte, al “pecado” con el que la falacia religiosa quiere envolver lo
naturalmente vital.
Fanny Jem Wong, Jose Beltrán Peña y Yeny Tejada.
Y, lo que hemos explicado con alguna
precisión, tiene que ver con los intimores (forma poética inventada por
JBP, que consta de tres versos de cinco, siete y cinco palabras; a
diferencia de los haikus que tienen la misma variación, secuencia, pero
no en palabras, sino en sílabas).
Veamos algunos:
XX: “En tu corazón mi existir/ en tus ojos el color del camino/ en tu palabra mi salvación”.
XXII: “Que sueñes con los angelitos”,/ son palabras maternales de una bella geisha./ El niño renació entre canas”.
XXX.: “Mi padre y mi madre/ unieron sus vidas y sus cuerpos incansablemente:/ el demonio murió, nací yo.”
XXXVI: “La palabra amor resbaló en/ la punta hermosa de su gran ego./ Mordió la lengua del diablo.”
LXI”: "Madera carnal del hermoso pecado/ alegre llanto, tristeza alegre. Sol Luna bipolar./ Tu cuerpo es lava ardiente.”
Otro elemento, entre los muchos, que espigamos en este escueto volumen
de versos, es el humor (tan vallejiano, por otra parte: tan de uso
necesario como anticlímax en la poesía de todos los tiempos):
XXXVII: “La cama de un hotel/ maldice el encanto del amor entre tres./ El que se enamora pierde¨”.
Nos parece suficiente para invitarlos a leer –o releer- a José Beltrán Peña.
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