jueves, 24 de noviembre de 2016

LUIS EDUARDO GARCIA Y EL SEÑOR CIORAN Por WINSTON ORRILLO.

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             LUIS EDUARDO GARCÍA


“Hay escritores,  como Rimbaud, que fascinan a los lectores, gracias a su vida rutilante y aventurera; otros, como Emil Ciorán, gracias a las pequeñas dosis de veneno que inoculan en nuestro pensamiento. El pelirrojo de Charleville alteró los nervios de su época usando el `desarreglo de todos los sentidos´. El filósofo rumano, en cambio, asustó a sus contemporáneos a punta de lucidez y escepticismo”
                                                           LEG

            Adictivo filósofo del pesimismo y del sinsentido, Emil Ciorán , el rumano es utilizado como símbolo, muy congruente, en la reciente novela del poeta Luis Eduardo García; y este nombre es, precisamente, una suerte de santo y seña que utilizan varios jóvenes revolucionarios trujillanos, en su levantisca serie de actividades.

            El texto narrativo ganó uno de los premio de la Fundación para la Literatura Peruana, y dilató el universo intelectual de su autor, suficientemente conocido como poeta, narrador y periodista, largamente galardonado: en 1985 obtuvo el VI Concurso El Poeta Joven del Perú y, en el 2009, el Tercer Premio en el prestigioso evento Internacional Copé, de Poesía.

            En lírica, nuestro autor ha publicado seis volúmenes, Dialogando el extravío (1986), El exilio y los comunes (1987), Confesiones de la tribu (1992), Teorema del navegante (2008), La unidad de los contrarios (2010) y Filosofía vulgar (2013), En cuentos, sus obras son Historia del enemigo (1996) y El suicida del frío.

            Periodista señero en el trujillano diario La Industria, actualmente, a lo creativo, une su trabajo académico-administrativo: dirige la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Privada del Norte, en la misma ciudad.

            La novela en sí es un periplo por las esperanzas –y desesperanzas- de un grupo de jóvenes en la siempre levantisca ciudad de Trujillo. Con el desarrollo de cuatro historias paralelas, García da a conocer sus cada vez más enjundiosas dotes narrativas, su manejo riquísimo del diálogo, su adentramiento en la compleja sicología de sus personajes, y la aparición de ideas y conceptos, no solo de Emil Ciorán, sino de uno de los más universales poetas recién revalorado: Fernando Pessoa.

Los ochentas y noventas –décadas neurálgicas- aparecen en estas trémulas páginas que invitan no solo a  la lectura sino a la relectura, porque Luis Eduardo García no narra por narrar, sino que, cada uno de sus capítulos, es una vivisección del universo de una juventud que, por levantisca, corrió más de un riesgo y se cobró con más de una muerte. Y, por ello mismo, devino en paradigmática de una conducta que persistentemente quiso cambiar un mundo que, por desgracia, aún no cambia, pero que no por ello se ha de cesar en el combate por la mutación de las obsoletas estructuras, de la carroña que constituye la vida cotidiana.

Algo que no puede negarse porque está allí, transparente, es que quien narra es un poeta.

Veamos, si no, sus lampos frecuentes: “En la cárcel conocimos también a los que habían caído con él. Facundo, Camilo y Fausto, tipos muy parecidos a Aquiles. Con el tiempo descubrimos que su compromiso mayor no era con las ideas, sino con las emociones. Eran, como nosotros, unos revolucionarios sentimentales…”

“El fallecimiento de alguien es siempre un complot de la muerte contra la vida…”

“Y Aquiles, como saben, no esperó a que llegara la autora. La quiso tomar por el cuello antes de que ella apareciera en el horizonte…”

“Cuando volvió la luz, sus ojos estaban secos y las arrugas de su rostro habían regresado a su lugar habitual. Aparentó fortaleza, hizo como que no le importara, como si ya lo hubiera esperado. A mí no me engañaba. Estoy seguro que si ponía mi oído junto a su pecho hubiera escuchado un estrépito de vidrios rotos. Así era ella. Siempre aparentando una fortaleza que se le había esfumado desde que un ataque al corazón acabó con la existencia de mi padre”.

Y cuál es, en definitiva, el papel de Ciorán en el contexto de este grupo de jóvenes sublevantes? El que manejaba la personalidad del filósofo rumano, el que lo había llevado a sus amigos, era el Poeta. Leamos cómo se da el papel, el atractivo del polémico Emil Ciorán:

“Bueno, sobre todos nosotros, periféricos de la revolución, hijos emocionales de las utopías, ilusos menesterosos y pesimistas circunstanciales. En realidad, todos lo amábamos. Si no hubiera sido por él, hubiéramos terminado como fanáticos, como amantes mediocres de cualquier ideología extremista. El Poeta tuvo razón: era la fuerza que tensaba la cuerda en sentido contrario, los pies sobre la tierra, el revés de la ilusión. `No se trata de estar más o menos abatido, hay que estar melancólico hasta el exceso, extraordinariamente triste. Entonces es cuando se produce una reacción bilógica saludable. Entre el horror y el éxtasis practico una tristeza activa¨, escribió el rumano”.

Y aquí está la clave, el centro de la fascinante narración:

 “Qué paradójico y hasta contradictorio- que quienes pensaran en la revolución como un estado superior de la felicidad, admiraran, al mismo tiempo, el pesimismo original, la tristeza genética y la lucidez diabólica de Emil Ciorán. El que mejor lo entendió sin duda fue el poeta”.

           La novela está muy bien escrita –escritura de poeta, diría García Márquez; hay un manejo fluido del diálogo, una profusión de descripciones y/o retratos paradigmáticos y una vivisección de un tiempo, de una época que merece no solo ser conocida sino estudiada.

            Y, sobre todo, en una zona que, otrora, fuera llamada –apócrifamente- “el sólido Norte”, pero que ahora, cuando aquéllos están en las catacumbas, renace con su tradición impoluta de poetas y creadores del más alto nivel, como el autor que hoy hemos intentado reseñar.


            El libro ha sido publicado, bella, correctamente, por la Compañía Editorial Americana S.R.L. para su sello CEA.


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