LUIS EDUARDO GARCÍA
“Hay escritores, como Rimbaud, que
fascinan a los lectores, gracias a su vida rutilante y aventurera; otros, como
Emil Ciorán, gracias a las pequeñas dosis de veneno que inoculan en nuestro
pensamiento. El pelirrojo de Charleville alteró los nervios de su época usando
el `desarreglo de todos los sentidos´. El filósofo rumano, en cambio, asustó a
sus contemporáneos a punta de lucidez y escepticismo”
LEG
Adictivo
filósofo del pesimismo y del sinsentido, Emil Ciorán , el rumano es utilizado
como símbolo, muy congruente, en la reciente novela del poeta Luis Eduardo
García; y este nombre es, precisamente, una suerte de santo y seña que utilizan
varios jóvenes revolucionarios trujillanos, en su levantisca serie de
actividades.
El texto narrativo
ganó uno de los premio de la Fundación
para la Literatura Peruana, y dilató el universo intelectual de su autor,
suficientemente conocido como poeta, narrador y periodista, largamente
galardonado: en 1985 obtuvo el VI Concurso
El Poeta Joven del Perú y, en el 2009, el Tercer Premio en el prestigioso
evento Internacional Copé, de Poesía.
En lírica,
nuestro autor ha publicado seis volúmenes, Dialogando
el extravío (1986), El exilio y los
comunes (1987), Confesiones de la
tribu (1992), Teorema del navegante (2008),
La unidad de los contrarios (2010) y
Filosofía vulgar (2013), En cuentos,
sus obras son Historia del enemigo (1996)
y El suicida del frío.
Periodista
señero en el trujillano diario La Industria,
actualmente, a lo creativo, une su trabajo académico-administrativo: dirige la
Facultad de Comunicaciones de la Universidad Privada del Norte, en la misma
ciudad.
La novela en
sí es un periplo por las esperanzas –y desesperanzas- de un grupo de jóvenes en
la siempre levantisca ciudad de Trujillo. Con el desarrollo de cuatro historias
paralelas, García da a conocer sus cada vez más enjundiosas dotes narrativas,
su manejo riquísimo del diálogo, su adentramiento en la compleja sicología de
sus personajes, y la aparición de ideas y conceptos, no solo de Emil Ciorán,
sino de uno de los más universales poetas recién revalorado: Fernando Pessoa.
Los ochentas y noventas –décadas
neurálgicas- aparecen en estas trémulas páginas que invitan no solo a la lectura sino a la relectura, porque Luis
Eduardo García no narra por narrar, sino que, cada uno de sus capítulos, es una
vivisección del universo de una juventud que, por levantisca, corrió más de un
riesgo y se cobró con más de una muerte. Y, por ello mismo, devino en
paradigmática de una conducta que persistentemente quiso cambiar un mundo que,
por desgracia, aún no cambia, pero que no por ello se ha de cesar en el combate
por la mutación de las obsoletas estructuras, de la carroña que constituye la
vida cotidiana.
Algo que no puede negarse porque está
allí, transparente, es que quien narra es un poeta.
Veamos, si no, sus lampos frecuentes:
“En la cárcel conocimos también a los que habían caído con él. Facundo, Camilo
y Fausto, tipos muy parecidos a Aquiles. Con el tiempo descubrimos que su
compromiso mayor no era con las ideas, sino con las emociones. Eran, como nosotros,
unos revolucionarios sentimentales…”
“El fallecimiento de alguien es
siempre un complot de la muerte contra la vida…”
“Y Aquiles, como saben, no esperó a
que llegara la autora. La quiso tomar por el cuello antes de que ella
apareciera en el horizonte…”
“Cuando volvió la luz, sus ojos
estaban secos y las arrugas de su rostro habían regresado a su lugar habitual.
Aparentó fortaleza, hizo como que no le importara, como si ya lo hubiera
esperado. A mí no me engañaba. Estoy seguro que si ponía mi oído junto a su
pecho hubiera escuchado un estrépito de vidrios rotos. Así era ella. Siempre
aparentando una fortaleza que se le había esfumado desde que un ataque al
corazón acabó con la existencia de mi padre”.
Y cuál es, en definitiva, el papel de
Ciorán en el contexto de este grupo de jóvenes sublevantes? El que manejaba la
personalidad del filósofo rumano, el que lo había llevado a sus amigos, era el
Poeta. Leamos cómo se da el papel, el atractivo del polémico Emil Ciorán:
“Bueno, sobre todos nosotros, periféricos
de la revolución, hijos emocionales de las utopías, ilusos menesterosos y
pesimistas circunstanciales. En realidad, todos lo amábamos. Si no hubiera sido
por él, hubiéramos terminado como fanáticos, como amantes mediocres de
cualquier ideología extremista. El Poeta tuvo razón: era la fuerza que tensaba
la cuerda en sentido contrario, los pies sobre la tierra, el revés de la
ilusión. `No se trata de estar más o menos abatido, hay que estar melancólico
hasta el exceso, extraordinariamente triste. Entonces es cuando se produce una
reacción bilógica saludable. Entre el horror y el éxtasis practico una tristeza
activa¨, escribió el rumano”.
Y aquí está la clave, el centro de la
fascinante narración:
“Qué paradójico y hasta contradictorio- que
quienes pensaran en la revolución como un estado superior de la felicidad,
admiraran, al mismo tiempo, el pesimismo original, la tristeza genética y la
lucidez diabólica de Emil Ciorán. El que mejor lo entendió sin duda fue el
poeta”.
La novela
está muy bien escrita –escritura de poeta, diría García Márquez; hay un manejo
fluido del diálogo, una profusión de descripciones y/o retratos paradigmáticos
y una vivisección de un tiempo, de una época que merece no solo ser conocida
sino estudiada.
Y, sobre
todo, en una zona que, otrora, fuera llamada –apócrifamente- “el sólido Norte”,
pero que ahora, cuando aquéllos están en las catacumbas, renace con su
tradición impoluta de poetas y creadores del más alto nivel, como el autor que
hoy hemos intentado reseñar.
El libro ha
sido publicado, bella, correctamente, por la Compañía Editorial Americana S.R.L. para su sello CEA.
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