CARGADA DE MIELES
Penetraba el corazón
el blanco rocío
y el maduro banano
se cargaba de mieles.
Un ruido palmeo libre
sobre los duraznos,
llevando el cuerpo
de naranja
desnuda
confundiéndola de fresa
hasta los pies.
Consumía de él, ella
los dos
rojos ciruelos,
embadurnada su boca
de fruta
melosa
Ágil, agua le traía
para
limpiarle la mesa,
que había ya levantado
su blanco mantel.
Empezaba a molerse
la castaña
dorada,
llenando el hoyo
del batán una
y otra vez
hasta hacerse
la harina tostada
más fina,
moliéndose los cuerpos
al derecho y al revés.
Llego la castaña
a orillas del lago aromado,
con los brazos
y la espalda
doloridos del amor,
se abrió con dulzura
la entrada de la canasta.
La cabecita del pájaro
silbaba al costado,
abrió el vino de almendras
con confianza,
mientras la boca carmesí
probaba guayaba,
el maracuyá se vertía
en almíbar cocido,
sobre el ardiente cuerpo
del campo de cebada.
Inspirada la voz
del descanso de la fruta,
con la cara gorda
y encendida la banana
sonreía,
se adornaba con una corona
de mi tupida selva,
como dedos carnosos
entre los rubios vellos,
sin preocuparse
de las canas de las cejas
los frutos maduros
se incendiaron en llamas.
Y en el silencio
consumieron el canasto.
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