LA FILOSOFÍA Y EL CORONAVIRUS
Por Jorge Rendón Vásquez
Hace unos días, en estos de confinamiento en la soledad inspiradora de
la creación conceptual, me topé en mi biblioteca con el libro de Emmanuel
Kant Crítica de la razón pura y volví a leer allí: nuestro mundo mental
está formado por ideas a priori, puras, inmutables y que, al proyectarse
como una película, crean el mundo exterior de la materialidad.
Hegel corrigió a Kant al negar que esas ideas a priori fueran inmutables y las vio en evolución dialéctica
ininterrumpida.
Estamos, claro, ante el idealismo, tal como Parménides lo creara en
Grecia y lo modelara Platón al darle a las ideas como hábitat lo que llamó el Topus Uranus, o, se diría, el alma, hace
unos 500 años a. C.
Si alguien hoy quisiera comprobar si esas ideas a priori existen
no tendría más que encontrar en ellas la del coronavirus, que ha puesto en
jaque a la humanidad, y buscar otras ideas a
priori para eliminarlo, dejando que estas hiciesen este trabajo en el Topus Uranus; y, en consecuencia, cerrar
los laboratorios que no descansan, tratando de encontrar algún fármaco y vacuna
para erradicar la pandemia, y disponer el abandono del aislamiento, la
circulación sin mascarillas y la prescindencia de lavarse las manos.
Las facultades de Filosofía están pobladas de profesores —filósofos— que
enseñan a rajatabla el Idealismo y no perdonan a los alumnos que no repiten de
memoria sus doctas enseñanzas. No lo han dicho, pero, se supone que lo piensan:
para ellos, se debería cerrar las otras facultades que forman a los estudiantes
para tratar con el mundo de la naturaleza, la sociedad y la conciencia, en
razón de que las ideas puras del Topus
Uranus no necesitan los servicios de profesionales. Por vía de
consecuencia, si alguno de esos filósofos idealistas tuviese la desdicha de ser
invadido por el coronavirus, no requeriría el auxilio de las ciencias médicas,
puesto que esa intrusión sería ilusoria.
Diógenes fue un filósofo que vivió entre el 412 y el 323 a. C. en Elea,
una ciudad griega del sur de Italia. Un día escuchó a Zenón, entonces joven
discípulo de Parménides, afirmar que, en una carrera de Aquiles, tenido por el
corredor más veloz de Grecia, y una tortuga colocada muy adelante, esta nunca podía
ser vencida, porque cuando Aquiles la alcanzaba, ella había ya avanzado algo, y
así sucesivamente hasta que la separación a favor de la tortuga se hacía infinitesimal.
Su razonamiento contra el movimiento parecía irrebatible. Diógenes se rascó la
cabeza, pensando y dijo: “el movimiento se demuestra andando”. Salió del tonel
en el que vivía y, ante las carcajadas de todos, se puso a caminar a grandes
zancadas, adelantando a los que se pusieron a su lado.
Como lo dijera Marx, superando a Hegel, el mundo mental refleja, como
conceptos, recuerdos y otros hechos psicológicos, las cosas y los hechos de la
naturaleza y la sociedad en su evolución dialéctica, y es, asimismo, una
creación del cerebro.
Por lo tanto, en este caso concreto, al coronavirus se le derrota con
la ciencia, la conciencia de la necesidad de defenderse, modelada por la experiencia
y las prescripciones de la ciencia, la práctica de las medidas de protección y
con las disposiciones apropiadas, impartidas por quienes han recibido el
encargo de administrar la sociedad, todo esto en la materialidad del mundo
exterior a la mente.
La filosofía idealista debe continuar arrumada en los anaqueles de las
bibliotecas.
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