EL ÚLTIMO MENSAJE DE MARTÍN
Por Jorge Rendón Vásquez
El 28 de julio, al mediodía, me quedé frente al televisor, lo que nunca
hago a esa hora. El presidente de la República, Martín Vizcarra, leía su mensaje
a la Nación en el recinto parlamentario, ocupado sólo por los congresistas jefes
de sus bancadas y dos edecanes, con el rostro cubierto por mascarillas.
Y, de pronto, comencé a interesarme por lo que decía, algo extraño, porque
estos mensajes suelen contar maravillas que podrían dar lugar a la trama de un
cuento de hadas, si su ramplón estilo burocrático no lo impidiese.
Para situarnos, voy a recordar que el presidente de la República es un
funcionario elegido por la ciudadanía para encargarse de la gestión de los
órganos conformantes del Poder Ejecutivo, y que está obligado a dar cuenta de ella
en el año anterior al aniversario de la Patria. Por lo tanto, lo que él y su
administración hayan hecho es nada más que el cumplimiento de sus obligaciones.
Lamentablemente, no hay en la Constitución Política ninguna norma que los
obligue a registrar su programa al momento de postular para el empleo presidencial
y a contrastarlo con su ejecución anual.
El mensaje de Vizcarra se articuló en torno a tres ejes: la pandemia del
coronavirus; la pandemia de la corrupción; y el estado de la macroeconomía.
De la primera dijo lo que todo el mundo conoce: la saturación de los
servicios públicos de salud por los contagiados; los denodados y, se diría,
épicos esfuerzos de los médicos y sus auxiliares; la esforzada acción de la
policía y las fuerzas armadas; la alentadora respuesta de la mayor parte de la
población; la superación de la enfermedad por el 70% de los contaminados; las
ayudas del gobierno a los grupos de la población de bajos ingresos; y las
ayudas a las empresas para su reactivación. Lo que calló delicadamente fue: 1)
que la acción del Estado contra la pandemia tuvo que destinarse a la atención
de los afectados por su negligencia, muchos por haber prescindido, de una
manera u otra, de las recomendaciones de protección estricta de sí mismos y de
los otros; y 2) que las clínicas privadas y algunos productores y comerciantes
se han aprovechado de la pandemia para subir los precios de sus mercancías, lo
que constituye un crimen de lesa humanidad que debería ser sancionado
severamente.
De esta dolorosa y excepcional experiencia, surge, a juicio del Presidente,
la necesidad de construir “un sistema unificado de salud que garantice la
prestación universal de este servicio para los peruanos de manera eficiente,
transparente e igualitaria”. Sin aludir a cómo, lo dejó como tema de un pacto.
Sobre la pandemia de la corrupción, el Presidente mostró que sigue empeñado
en combatirla. Dijo: “Debemos honrar el mandato del pueblo. No más impunidad de
los políticos”; “Necesitamos una justicia en la que podamos confiar”; “renuevo
mi disposición para trabajar juntos en impulsar la reforma de la justicia y en
consolidar la reforma de la política”; “Esos planteamientos, que fueron
respaldados por la mayoría de peruanos en el Referéndum, se tradujeron en
diversas reformas”; “Este Congreso fue elegido con un claro mandato ciudadano:
el de continuar las reformas, no dar marcha atrás, no bloquearlas, no
distorsionarlas. La reforma tiene que ser integral, sustantiva, de forma y de
fondo. Apreciados congresistas, me dirijo a ustedes respetuosa y democráticamente.
Tenemos la obligación de avanzar con las reformas, para que la inmunidad no sea
nunca más sinónimo de impunidad, para que no postulen a cargos públicos los
condenados por delitos dolosos. Necesitamos decisión y capacidad de
desprendimiento.”
¡Clarísimo! El presidente de la República muestra su conformidad con la
reforma constitucional votada en la legislatura pasada. No más legisladores, ni
presidentes, ni jueces constitucionales corruptos, protegidos por la inmunidad que
les ha permitido mantenerse campantes en sus cargos, riéndose de la ciudadanía
y de los fiscales y jueces que nada pueden contra ellos.
“No me compete —ha dicho Vizcarra en el mensaje— calificar dichas
decisiones, porque vivimos en un Estado de Derecho en el que cada entidad
estatal ejerce sus competencias de manera autónoma, pero sí me compete
reivindicar que, en una República, todos
somos iguales ante la ley.”
Me pregunto cuál podría haber sido la reacción del Primer Ministro quien,
siendo uno de los 36 asesores de la Comisión de Constitución en el Congreso de
la República, renunció airadamente a ese cargo, protestando por el retiro de la
inmunidad parlamentaria por esa reforma. ¿Cómo entendía que se debía combatir
la corrupción en los ámbitos parlamentario, ejecutivo y otras instancias?
(Tanta corrupción en el Perú me sugiere lo que podría ser el argumento de
un relato: en alguna ignota universidad pública, un grupo de investigadores
empeñados en crear una vacuna contra la corrupción, hacen cavar un túnel en una
montaña de los Andes, a un kilómetro de profundidad, e instalan allí un
laboratorio que cierran con una gruesa puerta de acero. Revestidos de material
aislante y escafandras, vierten en las probetas los caldos con los virus más
letales: coronaapros; coronafujis, toledus, ollantis, kuczyns y otras
variedades. Tras innumerables pruebas llegan a la conclusión de que su
agresividad y ganas de depredar al erario nacional no se reduce y que, por lo
tanto, es imposible obtener una vacuna que ayude a las defensas de la nación a
combatirlos. Decepcionados, abandonan la caverna y la sellan con una explosión
que cubre la entrada con toneladas de roca.)
La otra parte del mensaje destacó la potencialidad y la realidad de la
economía peruana frente a las carencias de la sociedad: “El Perú es un país con
una importante fortaleza y estabilidad macroeconómica y, al mismo tiempo, un país
con una gran desigualdad social y una fuerte debilidad institucional, que
incluye al sistema de salud, educativo y de conectividad, entre otros.”; evitó
señalar cómo reducir esta desigualdad; “La minería constituye hoy un componente
esencial para el crecimiento económico del país”; “existen 48 (proyectos) en
cartera que representan una inversión de US$ 57,772 millones de dólares y están
desplegados en 17 regiones del país.”; “En el sector Transportes y
Comunicaciones, el programa contempla una ambiciosa inversión de 3,897 millones
de soles para el mantenimiento de 11,790 kilómetros de vías nacionales y 48,858
kilómetros de vías vecinales”; “En el sector Vivienda y Construcción, se
destinan 535 millones de soles para financiar bonos adicionales para el impulso
de 20 mil nuevas viviendas”.
Martín Vizcarra me recuerda al presidente David Samanez Ocampo, un gamonal de
Huancarama, Apurímac, metido a político que gobernó el Perú desde el 11 de marzo
de 1931 hasta el 8 de diciembre de ese año, saliendo de un revoltijo de políticos,
una especie de Claudio, a quien la guardia pretoriana de la antigua Roma
encontró tras una cortina y lo hizo emperador a falta de otro. Samanez Ocampo
cumplió con dignidad el encargo, dio algunas normas laborales importantes para
su tiempo, organizó las elecciones, y luego se retiró de la política.
Los opinólogos de alquiler, cuyos personajes de la farándula política casi
se han extinguido y entrevistan hasta a las momias, le buscarán tres pies al
gato a Vizcarra, mas en vano, porque este, con su campaña contra la corrupción,
el referéndum y la disolución del Congreso, ha alcanzado ya un sitio de
renombre en la historia de nuestro país.
(29/7/2020).
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