lunes, 18 de febrero de 2019

EL RINCON DE CHARO ARROYO: EL ALBERTO TAURO QUE YO CONOCI.



EL RINCÓN DE CHARO ARROYO: EL ALBERTO TAURO QUE YO CONOCÍ


Hoy 18 de febrero se cumple el 25 aniversario de la ida a la eternidad de Alberto Tauro del Pino, he querido rendir un recuerdo y un homenaje a este hombre excepcional, peruano insigne, hombre cabal, padre amoroso, inolvidable amigo. Estas letras van en su memoria.

Alberto Tauro del Pino nació en el Callao el 17 de enero de 1914 y falleció el 18 de febrero de 1994, fue historiador, escritor, periodista, bibliógrafo y bibliotecario y brilló en todas estas disciplinas. Realizó destacados estudios en el campo de la historia y la literatura, pero principalmente en los temas bibliográficos.

Fue hijo de Miguel Ángel Tauro y de Catalina del Pino. Cursó sus estudios escolares en el Colegio de la Inmaculada de Lima, administrado por los jesuitas (1921-1930). Luego ingresó a la Universidad Mayor de San Marcos, donde cursó Letras y Derecho. En 1939 obtuvo su bachillerato en Letras con su tesis Mocedad de José Rufino Echenique.

Al año siguiente se doctoró en Letras con su tesis Presencia y definición del indigenismo literario, sobre la cual el doctor Osmán Gonzales elaboró un enjundioso ensayo destacando que “el uso del término indígena en Tauro del Pino adquiere un contenido y una dimensión mucho más amplias de las que usualmente se le daba (y, en cierto modo y determinados espacios sociales, se le sigue dando). Con el término indígena, nuestro autor se refiere a lo propio en su totalidad, y elude con ello cualquier pretensión particularista. Esta mirada le permite entender la literatura nacional como la convivencia mutuamente retroalimentada de las diversas expresiones literarias, tramontando las adscripciones locales, regionales o culturales.

A partir de este reconocimiento de la diversidad en igualdad de condiciones Tauro del Pino reitera la humanidad de lo propio dentro de la experiencia universal, con un sentido profundamente democrático.

Esta tesis la dedica Alberto Tauro a su padre con estas premonitorias palabras;

“A la memoria de mi padre, hombre sin par, íntegro, honesto.
Fue marino. Viajó mucho. Bajo el imperio del sentimiento, quiso vivir para el sosegado ensueño que esta tierra le brindó. Y, a través de largos años, calló la nostalgia que le hacía desear su propia tierra, su tradición, su paisaje hasta que su aliento se confundió con el silencio de la nada.
En el intenso ejemplo de su vida, sus hijos tenemos la más perdurable herencia que pudo legar, una bella y siempre renovada lección.”

Y digo que fueron palabras premonitorias porque lo describen a sí mismo: dice Alberto Tauro acerca de su padre “hombre sin par, íntegro, honesto”, características que lo distinguieron a él durante toda su vida.

Y añade: En el intenso ejemplo de su vida, sus hijos tenemos la más perdurable herencia que pudo legar, una bella y siempre renovada lección.

Lo cual se aplica igualmente a la impronta dejada por Alberto Tauro en su hijo Alberto y en Lucía y Talía, sus adoradas hijas.

Huella que también ha dejado en quienes gozamos de sus enseñanzas y de su particular amistad.
Entre 1933 y 1959 ejerció la enseñanza pedagógica en varios centros de educación secundaria y en el Instituto Pedagógico Nacional de Varones (1949-1953), más tarde Escuela Normal Superior, donde también ejerció la docencia entre 1960 y 1961. Le apasionó ser maestro de jóvenes estudiantes y escribió textos escolares con la sapiencia que siempre lo caracterizó.

Desde 1945, y por cuatro décadas, fue catedrático de Historia del Perú en la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos. En su alma máter fue también Jefe del Departamento de Publicaciones (1964-1969); Director del Programa Académico de Ciencias Histórico-Sociales (1969-1970); y Director de la Coordinación Académica y Evaluación Pedagógica (1973-1977).

LABOR EN LA BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERÚ

Ingresó a laborar a la Biblioteca Nacional del Perú como jefe de su primera Oficina de catalogación (1941-1943). En 1943, tras el incendio que destruyó la Biblioteca, colaboró con el director Jorge Basadre en su reorganización y reconstrucción.

Sucesivamente, ejerció como Jefe del Departamento de Ingresos (1943-1945) y del Departamento de
Investigaciones Bibliográficas, Manuscritos y Libros Raros (1946-1959). “En ese tiempo, entre tantos libros, me sentí muy bien, fui muy feliz, me gustó esa época en que trabajé en la biblioteca”, me comentó en una oportunidad. Por eso formó en su hogar una inmensa biblioteca que era su mayor tesoro material.

Ejerció la dirección interina de la Biblioteca Nacional en tres oportunidades. La primera en 1947, por viaje de Jorge Basadre a Washington D.C., como Delegado del Perú a la Asamblea Interamericana de Bibliotecarios. La segunda en 1951. Y la tercera en 1952, por haber sido designado el director Cristóbal de Losada y Puga, Delegado del Perú, a las ceremonias de conmemoración del Centenario del nacimiento de José Toribio Medina.

También ejerció la docencia en la Escuela Nacional de Bibliotecarios (1944-1958).
Y como escribe el sociólogo Eduardo Arroyo en un artículo: “En un Congreso de la Asociación Peruano-Soviética se eligió a Alberto Tauro del Pino como presidente conjuntamente con una directiva integrada por Arturo Corcuera, Sara Beatriz Guardia, Edith Puelles, Michel Azcueta entre otros.

La asociación se abrió a la sociedad y al trabajo en general. Exposiciones pictóricas, escultóricas, musicales, cinematográficas revitalizaron a la institución. Tauro del Pino presidió esos esfuerzos por
crear un nuevo hito de la vida cultural del país”.

MIEMBRO DE CORPORACIONES ACADÉMICAS

Fue miembro del Instituto Histórico del Perú, hoy Academia Nacional de la Historia (desde 1948), la Sociedad Peruana de Historia (desde 1948 y de la que fue director electo en 1958 y 1982), la Sociedad Geográfica de Lima (desde 1958), la Academia Peruana de la Lengua (desde 1980), el Centro de Estudios Históricos-Militares y la Sociedad Bolivariana del Perú.

COMISIONES

Como representante de las universidades, integró la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú (1971), para cuya Colección Documental preparó siete volúmenes.
Integró la comisión técnica para otorgar el Premio Nacional de Cultura en 1987.
Fue Presidente de la Comisión Nacional del Centenario de José Carlos Mariátegui (1994).

DIRECTOR DE REVISTAS Y OTRAS PUBLICACIONES

Dirigió –individual o colectivamente– las revistas Prometeo (1930-1931), Palabra (1936-1937), Biblión (1942), Fénix (1947-1958) y el Boletín de la Biblioteca Nacional (1947-1958). También dirigió la revista San Marcos, de su alma máter, a la que tanto amaba, dedicada a las artes, ciencias y humanidades. Y fue también, junto con Antonio Melis, director del Anuario Mariateguiano (1989-1994).

PREMIOS Y CONDECORACIONES

- Orden El Sol del Perú, en el grado de Gran Cruz y Premio Nacional de Periodismo “José Antonio Miró Quesada”, en mérito a sus colaboraciones en Jornada (1945) y La Prensa (1989-1994).

ACENDRADO MARIATEGUISTA

Alberto Tauro fue un hombre con una filiación y una fe, como dijo José Carlos Mariátegui, a quien admiró y cuya obra difundió permanentemente. Ya hemos dicho que dirigió el Anuario mariateguiano.

Peruanista de corazón, dedicó su vida a difundir al Perú: su historia, su belleza, su pasado. Pero a la vez se empeñó en crear conciencia de futuro basado en las variadas riquezas del país y en la tarea de crear un hombre nuevo en una sociedad nueva.

En el mencionado ensayo de Osmar Gonzales, sobre la tesis de doctorado de Alberto Tauro, encontramos que dice: “Uno de sus amigos más cercanos, Javier Mariátegui, el hijo menor del Amauta, escribió en algún momento lo siguiente:

“Alberto Tauro fue una personalidad singular, un peruano representativo de su tiempo … quizá la figura más lograda de la generación que hubo de suceder a la de 1920 … Investigador serio y responsable de nuestro pasado, su pasmosa erudición se iluminaba con las nuevas luces del conocimiento actual, Tauro perteneció a esa especie, lamentablemente en extinción, de enciclopedistas peruanos, capaces de ofrecer una imagen de conjunto del país real, de sus compromisos actuales y de sus responsabilidades futuras.”

Alberto Tauro, además de ser un riguroso historiador y un escritor consagrado, fue un maestro vocacional, que encontró en las aulas secundarias el lugar propicio para desarrollar esa fuerza que lo impelía a enseñar, la misma fuerza que luego en la universidad produce que pronto sea considerado un MAESTRO.

Son tantas las obras que ha dejado este maestro que sería imposible dar lectura a su relación. Solo decir que es una de las más abundantes y valiosas escritas por un peruano.

PRESIDIÓ, ADEMÁS, LA ASOCIACIÓN NACIONAL DE ESCRITORES Y ARTISTAS (ANEA).

Y es ahí, en el viejo y entrañable local del jirón Puno, donde conocí a Alberto Tauro a mediados de los años 70. Yo también era miembro de la ahora desaparecida ANEA, que en esa época albergaba a intelectuales de la talla de Genaro Carnero Checa, Gustavo y Violeta Valcárcel, José María Químper, Magda Portal, Jorge del Prado, Estuardo Nuñez, Francisco Izquierdo Ríos, Arturo Corcuera y otros ilustres personajes de la cultura peruana. Y también a muchos otros que, como yo, iniciábamos nuestras carreras con el ejemplo y las enseñanzas de los maestros mencionados,

La primera vez que vi a Alberto Tauro me pareció uno de esos personajes inalcanzables a quien se mira con el respeto reverencial que inspiran las personas carismáticas. Su sola presencia impresionaba, alto, serio, hasta circunspecto, de actitud serena, apuesto, siempre cuidadosamente vestido con elegancia señorial; inspiraba respeto y reverencia que se acrecentaban al tener
conocimiento de su saber.

“Buenos días, doctor, buenas tarde doctor”, lo saludaba yo con mucha seriedad, no me imaginaba que años más tarde llegaríamos a cultivar una estrecha amistad que ha dejado en mí una huella imborrable.

A mediados de los años 80, trabajando yo en Iberoamericana de Editores (IBESA), editorial ya desaparecida, el gerente me menciona que va a venir a la oficina “un importante historiador y escritor que va a publicar un libro con nosotros, se llama”, me dice, “Alberto Tauro del Pino, y tú te vas a encargar de la edición”. Noticia que me agradó sobremanera.

Así sucede, el doctor Tauro iba a editar un libro sobre “Historia de Arequipa”, de Germán Leguía y Martínez (Lambayeque 1861-Lima 1928), en esos meses él estaba pasando por un momento muy triste por la enfermedad de su esposa, que pronto llega a fallecer y algún momento me comenta que la lectura y el trabajo es lo único que lo distrae. Ese libro nunca se llegó a editar, y hace unos años conversé sobre el tema, por segunda o tercera vez, con el que fue gerente de IBESA, pero desgraciadamente el trabajo que avanzamos se perdió en el tiempo, aunque creo que Alberto Tauro debió guardar los originales.

Los meses que trabajamos juntos me permitió conocer la personalidad de quien antes me había parecido un personaje tan distante: y empiezo a descubrir ya no al erudito historiador, sino a su gran valor como persona y a apreciar su bonhomía, su paciencia, su cuidadosa educación, el amor a su familia, su permanente preocupación por su esposa y por lo que van a sufrir sus hijas con su muerte; es decir, un hombre cabal, noble, ajeno a odios y rivalidades, dueño de una generosa humanidad; y surge la amistad que enriqueció mi vida y que duró hasta su muerte.

Alberto Tauro era un hombre del renacimiento en pleno siglo XX, hablaba de diferentes temas, desde el más elevado hasta el más simple, con él se podía conversar de todo con la sencillez que da la sabiduría, era alegre y optimista, tenía muchos proyectos, le gustaba el teatro y sentarse en un café a conversar.

El año 1991 me citan Alberto Tauro y Arturo Corcuera para conversar sobre un proyecto editorial que querían encargarme, era la corrección y edición de dos libros que debían salir en ocasión del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, Encuentro de dos mundos, tarea que acepté y culminé. Estos dos libros fueron editados por la Comisión Nacional Peruana del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, presidida por Aurelio Miró Quesada, de la cual recuerdo a Félix Alvarez Brun, y no estaban a la venta, debían ser distribuidos gratuitamente, pero eso se hizo solo en parte a pesar de ser dos obras tan importantes para el estudio de historiadores, investigadores, periodistas, estudiantes y otros interesados en estos temas.

Uno de estos libros es "Perú: presencia e identidad", que recoge artículos de Aurelio Miró Quesada, Arturo Jiménez Borja, Miguel Maticorena, José Agustín de la Puente, Carlos Deustua, Armando Nieto, Estuardo Nuñez, Fernando Cabieses, Duccio Bonavía y Félix Alvarez Brun.
El otro, cuyo autor es Alberto Tauro, sobre el cual voy a extenderme un poco pues es una importantísima obra muy poco difundida por motivos que paso a explicar, es "Catálogo de seudónimos peruanos", que recoge 2121 seudónimos de autores peruanos desde el siglo XVII, y contiene, además, un documentado e interesantísimo prólogo del autor sobre la importancia y el porqué del uso de los seudónimos; y los seudónimos más conocidos de autores internacionales. Alberto Tauro estaba muy orgulloso de su publicación —yo también estaba muy orgullosa porque en el libro constan dos seudónimos que él no conocía y yo le proporcioné— y le encantó la edición, me comentó que le había costado mucho trabajo la recopilación de los seudónimos y que tenían que difundirse, pero yo no tuve la responsabilidad de su difusión. Es un libro utilísimo y no hay otro similar, y tiene como antecedente "Hacia un catálogo de seudónimos", del mismo Alberto Tauro, publicado como Boletín Bibliográfico de la Biblioteca Central de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en 1965, y que contiene 861 seudónimos.

Este libro, "Catálogo de seudónimos peruanos" fue el último que se publicó en vida de Alberto Tauro pues su gran obra "La enciclopedia ilustrada del Perú", en 17 tomos, salió después de su muerte.

El final llegó inesperadamente en febrero de 1994. Nos despedimos una noche, luego de ir al teatro, y fue la última vez que lo vi. Lo recuerdo diciendo alegremente “te llamó en la semana”. No hubo más llamadas. Se fue a los más jóvenes 80 años que he conocido, no los representaba y me sorprendió saber que tenía esa edad.

1 comentario:

  1. Gracias Charito, con esa forma tuya de escribir me involucro casi siempre en lo que escribes y aprendí hoy sobre un gran personaje como es Alberto Tauro, al cual he conocido por ti.

    ResponderEliminar