viernes, 5 de junio de 2020

HUACO (Cuento) Por NEVENKA WALTERSDORFER MENDOZA









HUACO
(Cuento)


¡Huac….huac…..!, ¡Huac….huac…..!

El canto del ave lo sacó de su sueño y recordó la amenaza que le hicieran. – Cuando el canto del huaco te haya despertado, regresaré…

Era la misma noche de tormenta como aquella en que Dionisio cometió...

El viento aullaba entre las ramas de los árboles y las hacía crujir  en un lamento atroz. Aquel día, tocaba la ventana con furia contenida. Dionisio pensó: ¡“eees el fiiin”!. Su sudoración se tornó fría, sobre la calle empedrada de la villa, escuchaba el casco de la pezuña de los caballos, arrastrando a duras penas una carreta, el chirrido de las llantas sonó como un eco demoniaco en la soledad de la noche, la puerta de la calle se abrió y el viento helado se filtró de golpe en la casa: SHHHHH…SHHHHH…..SHHHHH, invadiendo cada rincón; el golpe de los tacos subiendo la escalera marcaban su sentencia de muerte: taaac, taaac, taaac, taaac…, el rechinar de la puerta de su habitación paró su corazón en seco y luego, empezó a latir a un compás desenfrenado; una silueta, alta, delgada y encorvada, se dejó ver en el umbral, Dionisio jadeaba, babeaba…

Era la pesadilla recurrente que le acompañaba cada noche, desde hace más de cinco años y no lo dejaba dormir.

Se levantó exhausto, con ojeras pronunciadas y una cruz de ceniza marcada en su frente, se dirigió al espejo, miro su rostro y lloró, con un grito ahogado. Eran las tres de la mañana, ya no podía volver a dormir. ¡El viento, la puerta, los tacos, la carreta! Giraban en su mente. Nadie en la casa parecía haberle escuchado, él trataba de permanecer en silencio para no perturbar el sueño de sus hijos, de su amada esposa. En la mañana, a la hora del desayuno y todos sentados a la mesa, no le dirigían la palabra como de costumbre, pero algo cambió, hablaron de lo sucedido, después de cinco largos años rompieron su silencio. Su esposa e hijos se cogieron de las manos y hablaron, luego se abrazaron, permanecieron así por un largo rato y sin más marcharon cada uno a sus trabajos. Por fin, Dionisio retrocedió en el tiempo, se vio sobre el cuerpo aún tibio de la muchacha, vio sus pechos desnudos, su ropa rasgada y sus manos apretando el  delgado cuello de la muchacha, disfrutando como se iba extinguiendo su vida poco a poco, saboreando el momento, recordó cuando la policía iba tras él por la montaña rocosa, el ser detenido, el juicio, su ancha sonrisa al ver el rostro del doctor Adrián cuando escuchó el fallo del jurado declararlo inocente por falta de pruebas, recordó a ese padre maldecirlo: “Cuando el canto del huaco te haya despertado, regresaré…” se vio en esa noche de tormenta, cuando después de tomar una taza de té empezó a sentirse adormilado, fue directo a la cama, se quedó dormido y luego el huaco cantó, vio la silueta del  doctor Adrián en el umbral de la puerta, lo vio golpearlo con un palo, como él hiciera con su víctima, sintió cada golpe romperle las costillas,  recordó las manos de su verdugo estrujar su cuello hasta quitarle la vida y luego marcar su frente con las cenizas de su adorada hija. Se vio a si mismo salir de su cuerpo y convertirse en eso, en un fantasma, una presencia dolorosa condenada a repetirse una y otra vez.

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