HUACO
(Cuento)
¡Huac….huac…..!, ¡Huac….huac…..!
El canto del ave lo sacó de
su sueño y recordó la amenaza que le hicieran. – Cuando el canto del huaco te
haya despertado, regresaré…
Era la misma noche de
tormenta como aquella en que Dionisio cometió...
El viento aullaba entre las
ramas de los árboles y las hacía crujir
en un lamento atroz. Aquel día, tocaba la ventana con furia contenida.
Dionisio pensó: ¡“eees el fiiin”!. Su sudoración se tornó fría, sobre la calle
empedrada de la villa, escuchaba el casco de la pezuña de los caballos,
arrastrando a duras penas una carreta, el chirrido de las llantas sonó como un
eco demoniaco en la soledad de la noche, la puerta de la calle se abrió y el
viento helado se filtró de golpe en la casa: SHHHHH…SHHHHH…..SHHHHH, invadiendo
cada rincón; el golpe de los tacos subiendo la escalera marcaban su sentencia
de muerte: taaac, taaac, taaac, taaac…, el rechinar de la puerta de su
habitación paró su corazón en seco y luego, empezó a latir a un compás
desenfrenado; una silueta, alta, delgada y encorvada, se dejó ver en el umbral,
Dionisio jadeaba, babeaba…
Era la pesadilla recurrente
que le acompañaba cada noche, desde hace más de cinco años y no lo dejaba
dormir.
Se levantó exhausto, con
ojeras pronunciadas y una cruz de ceniza marcada en su frente, se dirigió al
espejo, miro su rostro y lloró, con un grito ahogado. Eran las tres de la
mañana, ya no podía volver a dormir. ¡El viento, la puerta, los tacos, la
carreta! Giraban en su mente. Nadie en la casa parecía haberle escuchado, él
trataba de permanecer en silencio para no perturbar el sueño de sus hijos, de
su amada esposa. En la mañana, a la hora del desayuno y todos sentados a la
mesa, no le dirigían la palabra como de costumbre, pero algo cambió, hablaron
de lo sucedido, después de cinco largos años rompieron su silencio. Su esposa e
hijos se cogieron de las manos y hablaron, luego se abrazaron, permanecieron
así por un largo rato y sin más marcharon cada uno a sus trabajos. Por fin,
Dionisio retrocedió en el tiempo, se vio sobre el cuerpo aún tibio de la muchacha,
vio sus pechos desnudos, su ropa rasgada y sus manos apretando el delgado cuello de la muchacha, disfrutando
como se iba extinguiendo su vida poco a poco, saboreando el momento, recordó
cuando la policía iba tras él por la montaña rocosa, el ser detenido, el
juicio, su ancha sonrisa al ver el rostro del doctor Adrián cuando escuchó el
fallo del jurado declararlo inocente por falta de pruebas, recordó a ese padre
maldecirlo: “Cuando el canto del huaco te haya despertado, regresaré…” se vio
en esa noche de tormenta, cuando después de tomar una taza de té empezó a
sentirse adormilado, fue directo a la cama, se quedó dormido y luego el huaco
cantó, vio la silueta del doctor Adrián
en el umbral de la puerta, lo vio golpearlo con un palo, como él hiciera con su
víctima, sintió cada golpe romperle las costillas, recordó las manos de su verdugo estrujar su
cuello hasta quitarle la vida y luego marcar su frente con las cenizas de su
adorada hija. Se vio a si mismo salir de su cuerpo y convertirse en eso, en un fantasma, una presencia dolorosa
condenada a repetirse una y otra vez.
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