EL ASESINATO DE UN
HOMBRE DIGNO EN ESTADOS UNIDOS: LA PROCESIÓN VA POR DENTRO
Por Jorge Rendón
Vásquez.
Miré en Internet un mapa esquemático de Estados Unidos en el cual una
multitud de oscuros círculos de tamaños diferentes lo cubrían en todas partes.
Pensé que indicaban la difusión de la pandemia covid-19 que ha hecho de Estados
Unidos también la primera potencia en este sombrío campo.
Pero, no. Era un mapa de las revueltas populares, en protesta por el
asesinato de un ciudadano afroamericano por un policía blanco que le presionó
el cuello con la rodilla luego de haberlo puesto en el suelo. El pobre hombre
gritaba que no podía respirar, lo que, al parecer, estimuló al guardián del
orden para continuar apretando.
Al comenzar las protestas, un fiscal dictaminó que se trataba de un homicidio
de tercer grado, expresión que, en el Derecho Penal de los países de ley
escrita, se traduce como homicidio culposo, es decir, por negligencia. Como las
protestas continuaran ese u otro fiscal cambió la incriminación a homicidio de
segundo grado, a su criterio, intencional, pero no premeditado (¿?) y comprendió
en la denuncia a los tres policías, también blancos, que contemplaban el
asesinato con una impavidez que no se tendría ni ante la matanza de un animal.
Este caso se ha convertido en especial para la justicia, porque el jurado
que juzgue al policía blanco no estará integrado sólo por los doce ciudadanos
escogidos con el avenimiento del fiscal y la defensa, sino por toda la
humanidad consciente que ha presenciado el homicidio gracias a la filmación de
algunos que se conmovieron por lo que veían o porque entendieron que valía la
pena registrar el suceso en su celular.
Y parece que este crimen no tiene atenuantes para el asesino, ni aun
concediéndole el beneficio de ejercer la función pública inherente a la policía
de preservar la seguridad y el orden. No, puesto que esta función no confiere el
poder de decidir sobre la vida y la muerte de las personas, a las que se debe,
por el contrario, proteger. El ciudadano estadounidense George Floyd, que tal
es el nombre de la víctima, fue detenido en la ciudad de Minneapolis por una trivialidad,
a petición de un almacenero: la sospecha de haber pagado con un billete falso
que, verosímilmente, alguien le dio en un pago o como vuelto. A cualquiera
puede pasarle. Este asunto pudo haberse arreglado allí mismo, dando lugar, a lo
más, a una citación a Floyd para explicar quién le había dado el billete y
determinar si era, en realidad, falso. Pero eso no podía ser. Floyd era afroamericano,
un hombre tranquilo de 46 años, y, de entrada, para el policía blanco, era
culpable. Además, este lo conocía por haber trabajado juntos vigilando una
obra. Vaya a saber qué resentimiento le habría quedado al policía blanco, y esa
noche entendió que la suerte le facilitaba el momento que había estado
esperando.
No es extraño que los policías blancos acribillen a pretendidos
delincuentes afroamericanos tras perseguirlos o detenerlos en sus vehículos.
Hace unas semanas, un hombre de color hacía jogging en un barrio de Atlanta.
Un expolicía y su hijo blancos lo persiguieron en su automóvil y le dispararon
hasta matarlo. Hubo también una filmación de este asesinato.
La población de Estados Unidos llega ahora a 328’300,000, de la cual los blancos
son el 60.4%, los hispanos o latinos el 18.3%, los afroamericanos el 13.4%, los
de origen asiático el 5.9%, los descendientes de los antiguos pobladores indios
el 1.3% y el 0.7% de otros grupos étnicos.
La población blanca es de origen europeo, y llegó al territorio de Estados
Unidos por oleadas. Las familias blancas de mayor poder económico forman los wasp (whites: blancos; anglosaxons;
y protestants); descienden, en su
mayor parte, de las primeras familias protestantes que arribaron en el siglo
XVII. En este grupo se encuentra el 1% de la población con ingresos per cápita superiores
a 500,00 dólares por año y el 5% con ingresos mayores a 100,000 dólares al año.
El 1% son 3’283,00 personas; y el 5% 16’415,000. El máximo poder económico, político
y cultural reside en estos dos grupos.
Los afroamericanos fueron comprados desde aquellos remotos tiempos a comerciantes
que los adquirían de cazadores y jefes de tribus africanas.
En la Constitución de los Estados Unidos de 1787, en vigencia, no se abolió
la esclavitud, a pesar de que se declaró en su primera frase: “Nosotros el pueblo de los Estados
Unidos, con miras […] a garantizar las Bendiciones de la Libertad para nosotros
mismos y para nuestros descendientes…” Los constituyentes eran propietarios de
esclavos, incluso Thomas Jefferson, quien propuso se la eliminara (tenía una
amante negra con la que vivió hasta el fin de sus días).
Fue necesaria la derrota de los estados confederados esclavistas, en la
guerra de secesión de 1861 a 1865, que causó más de un millón de muertes, para
que se reformara la Constitución por la enmienda XIV de 1868 que declaró abolidas
la esclavitud y la servidumbre.
Pero, luego de unos años, los blancos racistas volvieron a la carga, y en
los estados del Sur se excluyó a los afroamericanos de los derechos civiles y
se los sometió a un régimen de apartheid. El Ku Klux Klan, una organización no
tan secreta de blancos cubiertos con capuchas y túnicas blancas, se dedicó al
deporte de colgarlos con la anuencia disimulada de autoridades y jueces.
La lucha de los afroamericanos y de muchas personas blancas continuó en la
década del 50 del siglo pasado para que se les reconociera los derechos civiles
que se les negaba. Uno de sus líderes fue Martin Luther King. En 1963 el
presidente Kennedy envío al congreso un proyecto de ley para darles esos
derechos. El senado rechazó el proyecto y Kennedy fue asesinado. Lindon B. Johnson,
quien lo sucedió en la presidencia, mantuvo la iniciativa, y el proyecto se
convirtió en la Ley de Derechos Civiles de 1964. En represalia, un fanático
blanco asesinó a Martin Luther King el 4 de abril de 1968.
Esta ley no ha erradicado, sin embargo, el racismo de muchos blancos. Los
asesinatos de afroamericanos han continuado, en particular a manos de policías
blancos que gozan de la lenidad de una justicia de blancos. Al contrario, esta
justicia se muestra muy diligente y severa con los afroamericanos que conforman
más del 30% de la población encarcelada.
Tras la discriminación racial se asoma la discriminación económica: la
comunidad afroamericana recibe en promedio diez veces menos ingresos que la
comunidad blanca, tiene menos oportunidades de promoción social y de trabajo y es
la más afectada por la pandemia del covid-19.
Pero no es sólo esta comunidad la afectada. Hay segmentos de las clases
trabajadoras de otros grupos étnicos e incluso blancos golpeados por las crisis,
el desempleo y la inseguridad económica con los que el neoliberalismo se ha
ensañado y que no tienen ninguna posibilidad de mejorar de situación, ni de
enviar a sus hijos a las universidades.
La sociedad estadounidense no ha entrado aún del todo en ebullición.
Mientras tanto, la procesión sigue yendo allí por dentro, desalienando a
muchos, más rápidamente ahora, como una reiteración de la ley histórica por la
cual los imperios, monolíticos y todopoderosos para el exterior, se descomponen
interiormente y y pueden abrir paso a otros modelos de sociedad.
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