“Es una
poesía mujer, escrita desde la sazón última de la palabra que llega, más allá
de los símbolos a los orígenes de ellos, a los lugares impropios, a los centros
donde nacen, viven y conjugan, con muertes y con vidas, con momentos de amparo
y de otros abismos, la soledad y el amor que no sabemos si existe, si lo
inventamos, si creemos en él o nos pronunciamos en contra. Todo eso es ser
poeta y Cecilia lo es, lo es en la fuerza, lo es en la presencia de ese yo
radical pero noble, en esa voz cuyos imanes corren por la sangre de los vivos.
Ana María García
Es que es eso, en
esencia, Cecilia Molina: una voz dulce pero imponente que defiende y revindica
el valor de ser mujer. Actúa y convive en sociedad con un cierto temor, pero con
una fuerza natural que le permite revelarse y lanzar su grito de desagrado a
través de sus versos.
Su poesía, no
desciende de Magda Portal, ni siquiera de Blanca Varela o María Emilia Cornejo
(tres poetas peruanas que ejercieron una fuerte influencia en la poesía escrita
por mujeres después de los 90). Cecilia Molina ha sabido abrirse un espacio
propio en la literatura. No se ha detenido a cantar la rosa cantada por tantos
otros, ni la lluvia que estalló en otros patios y otros caminos. Por el
contrario, la poeta ha creado sus propios moldes y modelos en los cuales
germinó y desarrollo su voz poética. Su obra surge de ella misma, con esa voz
potente, dulce y la vez irónica que conlleva a los lectores a buscar en la
poesía ese equilibrio de valor humano que alimenta y ensancha la existencia del
hombre sobre la tierra.
Para dar fe de lo que acabo de decir,
citaremos los siguientes versos, en donde la poeta nos deja entender con
precisión su postura como mujer frente a una sociedad aberrante, machista y
monstruosa, que es la forma como la concibe desde el yo poético, Cecilia Molina.
Y nos dice:
“No soy aquella que tu quisieras que fuera…
Esa es Cecilia Molina, una
voz femenina y una mujer rebelde que sabe decir no, no quiero, no me da la gana
de ser lo que tú (la sociedad o el sistema que mueve el mundo) quieren que sea.
Eso es el grado más alto de rebeldía o revolucionario que puede alcanzar una
persona; y Cecilia Molina lo es, en su voz, en su fuerza, en su virtud, en su obra
y su vida.
Líneas más abajo, en el mismo
poema, nos dice:
Soy el recuento de tantas voces…”
Si bien es cierto y
con razón suficiente, hemos dicho que…, la poesía de Cecilia Molina nace y
germina de Cecilia Molina. Pero en el acto de escribir y el yo poético, la
poeta se disgrega en tantas otras voces que sienten la misma necesidad de
expresarse y ser escuchadas. Dicho de otro modo: La voz del poeta, en este
caso, de la poeta Cecilia Molina, es el conducto o medio a través del cual, se
deja escuchar la voz de una sociedad o sector determinado. Y eso hace que el
lector sienta esa presencia viva, ese cálido latido de aliento, o se descubra
así mismo en los versos de la poeta.
Ya lo dijo Miguel Hernández,
en una carta, bellísima pieza literaria, dirigida a su amigo y maestro, Vicente
Aleixandre…
“Los poetas somos viento del pueblo; nacemos
para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus
sentimientos hacia las cumbres más hermosas (…) El pueblo espera a los poetas
con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo”
En ese mismo
paradigma podríamos decir que, la tarea de un poeta o principio fundamental de
todo creador…, es defender la vida. Hacer posible el amor entre los seres vivos
sobre la tierra. Humanizar la sociedad, al menos, intentar mejorar el mundo, ese
pedacito de tierra o medio en el que uno vive y es parte. Cecilia Molina lo
entiende de esa manera. Habla de amor, pero no de ese amor cursi, inútil y
romanticoide que compara a la mujer con una estrella o una rosa. Cecilia nos
habla del amor, pero de un amor muchísimo más profundo en la extensión máxima
de la palabra. Ese amor -social humanista- que no solo une a las parejas de
enamorados, sino que es el cordón umbilical que conecta al hombre con la
sociedad, con un cierto temor o precaución, pero que lo hace interactuar y
moverse de una manera más razonable y justa.
En otro de sus
poemas, Cecilia nos dice:
Un día, fuimos huevo de inocencia…
Éramos peces de un solo mar…
Ahora caminamos sobre la tierra, bípedos
Voraces devoradores, pensantes
Calculadas las horas. Muertos
Estos versos
muestran claramente el desarraigo y desencanto de la poeta sobre la humanidad. Alinea
su pensamiento al enfoque filosófico de Jacques Rousseau quien dijo que: "El hombre nace bueno, la sociedad es quien
lo corrompe" Pero, la poeta Cecilia Molina agrega además, al
pensamiento de Rousseau, algo de igual envergadura e importancia y dice: “Fuimos huevo de inocencia / Éramos peces de un solo mar…” Más allá
de la belleza del arte y el tratamiento la palabra, estos versos nos dan a
entender que, para Cecilia Molina: el hombre nace libre, libre de toda
conjetura prejuiciosa que daña y divide a la sociedad en clases, religiones,
costumbres…, o cualquier tipo de señalamiento bastardo que se ha utilizado,
irresponsablemente, para diferencia a un sector de otro. “Ahora caminamos sobre la tierra, bípedos / Voraces devoradores…”
quizás estos versos sean la radiografía perfecta del hombre actual. Y Cecilia
Molina lo dice, de una manera magistral y hermosa que no nos queda a sus
lectores, nada más sino leer sus versos y detenerse a pensar en las
generaciones que están en camino y la miserable herencia que recibirán de
nosotros, que no sabemos vivir en sociedad y no entendemos el verdadero valor
de la vida y el mundo que nos rodea.
A pesar que, para
algunos falsos críticos y malos lectores, los versos que hemos citado pueden
parecer decadentes y hasta transitorios en el tiempo; y bien puede ser
entendido, en cierta medida por la escases de lectura y la falta de análisis.
Pero la poeta Cecilia Molina, a través de sus versos, no ha hecho sino
enfrentarse a este flagelo decadentista. Su arte “no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle
forma”, como afirmaría Bertolt Brecht, en su definición sobre el arte.
Cabe decir, a modo
de conclusión: La esencia o la luz de la poesía de Cecilia Molina, es un arte femenino:
“Una mujer está –siempre más allá de la
mitad de la nada”, nos dice uno de sus versos en la que anltese y revindica
a la mujer, ubicándola en el -tiempo y el espacio- como un ser superior que
está siempre más allá del todo. Porque, la “nada”,
significa para la poeta, el punto de partida del “todo” y el todo, es la forma como ve Cecilia Molina el mundo,
disgregando desde la cumbre más alta a su partícula más diminuta.
Entonces, toda su
obra es un arte comprometido con las causas nobles. A menudo, muestra su
preocupación por la vida y el devenir del hombre. Gracias a su imaginación nos
permite soñar, amar, vivir y también despertar nuestra conciencia y revelarnos
ante cualquier grupúsculo o adversidad.
Esta aquí con
nosotros, Cecilia Molina. Y lo seguirá estando porque, su poesía va trascender
hacia las próximas generaciones. Nuestros hijos, nuestros nietos lectores,
leerán sus versos con ese mismo interés y entusiasmo que nosotros lo hacemos
hoy.