sábado, 19 de septiembre de 2020

NINFA EN LA PROA SOBRE EL MAR DEL SUR. Por RUTH HURTADO ESPEJO.

 



                  NINFA EN LA PROA SOBRE EL MAR DEL SUR

                                                                      Al Puerto de Paita.

La luna en lo alto de este cielo estrellado me adormece en las noches donde sólo me acompaña  el recuerdo lejano del día que zarpamos del Puerto de Palos. Me habían preparado para la proa de un barco. Me hicieron con amor, y quien deslizara sus manos sobre mí, era un joven apuesto, a quien de tanto mirarlo, llevo grabada su imagen dentro de mi corazón. Me tocaba con ternura, mientras mi corazón saltaba de la emoción dentro de mi pecho. Sus ojos eran claros y sus manos tibias. Yo sentía el vibrar de su cuerpo mientras me trabajaba. Y su olor para mí era especial. Aún mis entrañas se remecen al recordarlo. Yo a él lo miraba con pena porque sabía cual sería mi destino final. Mi escultor me arregló la cara con sumo cuidado, pintó de celeste mis ojos  tristes convirtiéndome el  rostro en uno  de ninfa alegre. El presagio de los tiempos era que cada barcaza llevara una ninfa  engalanada . En mi cabellera rojiza sentí que me incrustaron una rosa náutica seguida del ramillete de florecitas de surtidos colores. Rodearon mi cabellera suelta con cintas celestes,  color de los sueños. Porque sueño sería mi travesía desde el día que me despidieron con euforia  en el muelle de madera de mi pueblo natal. Al arriar la nave en cuya proa iba mi figura de ángel  guardián, recibí sobre mí una lluvia de pétalos de rosas blancas entre cantos de despedida.  Miré a mi pueblo con dolor, pues pensaba si algún día regresaría. Si volvería a ver esos cielos claros,  si escucharía nuevamente el cantar insistente de las aves del campo o si  volvería  a respirar ese aire tan especial de los puertos del sur de mi país. Mi corazón se me helaba pues venían hacia mí diálogos de las personas del puerto. Unos  vaticinaban un regreso triunfador. Otros decían que más allá de las fronteras,  tal vez encontraríamos monstruos marinos cuyas fauces nos  engullirían . Entonces mi corazón se me encogía de temor. Los hombres de la barca matizaban el miedo entre cantos de travesía aprendidos en las calles del pueblo   consumían licor para amenguar el temor..

 

      Días de días navegamos guiándonos por la cruz del sur  rodeados de estrellas tintineantes, avanzábamos  entre nieblas nocturnas y soleados e interminables días entre  mares desconocidos. Yo le había cogido el ritmo de pájaro en vuelo engarzada entre los maderones que formaban la guía de proa. Y el borbotear de las aguas  marinas, en su vaivén , me llevaban veloz, alejada de todo ruido mundano, ensimismada en mis propios pensamientos y en el sube y baja del oleaje que acariciaba mi cuerpo..Esta, cada vez se hacía más caliente y contemplaba como a mi lado saltaban los pececillos plateados o los tiburones con sus dientes afilados que zigzagueban  a nuestro alrededor,  siguiendo su camino hacia el sur,  igual que nosotros. A veces la luna salía luminosa y potente, entonces me daba ganas de cantar  canciones de mi pueblo cada vez más lejano. Sólo recuerdo el bullicio  que salía de las tabernas  donde los marineros maldecían o apostaban a regresar con la gloria de sus arcas llenas de oro.  Decían que en las tierras del sur, encontrarían a mujeres bellísimas y se convertirían en grandes señores..

 

      Y así fue que  llegando a tierras vírgenes  tiramos ancla en una bahía, cuenca  de mar tranquilo .  Grande fue la sorpresa al encontrar en ella pobladores oriundos del lugar vestidos con extraños atuendos, bellas mujeres de piel cobriza llegaron junto a esbeltos nativos y rodearon nuestro barco .Hablaban una extraña lengua Se agolparon a mi alrededor mirando mi atuendo, prendida yo a mi proa. Las cintas celestes de mi cabellera se habían hecho girones y había perdido en medio del mar unas cuantas flores, mi pecho semicubierto de ninfa les atraía por su blancura. Y  miraban con sorpresa mi cabello rojizo. Me pusieron el nombre de La Figura.

¿Quién será esa figura ¿  –decían-  contemplando mis ojos temerosos.   ¿ De dónde vendrán estos barbados que sólo saben gritar desde el barco sorprendidos de vernos? Algunos pensaban que serían  hijos del  dios Wiracocha,   pues la  tez era blanca y los cabellos dorados. El disparo de un arma de fuego les mostró el poderío.  Se regresaron a nado rápidamente. Mi corazón hubiera querido huir. Regresar velozmente cruzando los mares allende. Pero mi destino se escribió esa tarde que arribamos a esa ensenada. Lloré por el lar perdido. Por mi pueblo natal. Por mi acento español. Por mis tardes de jolgorio y los bailes flamencos. Lloré por mi Madre Patria. Por mis sones castizos. Por mis vestidos al vuelo y mis bobos al aire. Por mis campanadas de iglesia llamando al ángelus. Por los coros de monjes y las letanías. Por mis casitas blancas y mi Guadalquivir. Por mis carretas   jalados por caballos blancos. Por mis palacios moriscos y sus grandes balcones. Por mi acento español. Perdida en esa ancha  bahía,   sólo escuché el roce de sogas al bajar los botes cargando arcabuces, sables y soldados. Ibamos  a invadir la playa de ese puerto norteño donde la arenisca blanca nos tendía  su mano acogedora para dar comienzo a una nueva vida, de dolor y sufrimiento, de pérdidas y ganancias, de triunfos y derrotas. Era un esbozo de puerto el que nos regalaba sus tierras calientes, su río cercano, su gente amable aunque recelosa, ignorante de que perderían un poco de su identidad para dar pase a una nueva época en la historia de la humanidad.  Se abría el adevenimiento de una civilización nueva, el cruce de dos culturas. La hegemonía de una lengua extranjera sobre la oriunda. Los tallanes  recibirían con sorpresa y dolor ese suceso inesperado.  Aún se conservan sus mitos ,  leyendas y creencias. Aún existen naciones no incorporadas a pesar del correr del tiempo. Una nueva nación se abría paso. Pero ahí estaban los tallanes, oriundos de esos sitios para conservar muchas de  sus costumbres.  Fui testigo de la fundación de este  puerto llamado Paita el día 30 de marzo de 1530. Un sacerdote clavó la cruz en el suelo y utilizando el nombre de Francisco el conquistador, puso la primera piedra para la Iglesia que hasta hoy lleva su nombre: San  Francisco,  al frente de su plaza de Armas. Hoy se cumplió el presagio. Lo traje desde España cuando una gitana me leyó las cartas. “Vivirás eternamente –me dijo – en un bello puerto llamado Paita”.  Aquí me  encuentro en el cruce de una esquina,  colgada entre dos calles como si fuera mi proa.   Sin embargo cuando llegan turistas aún escucho decir:  -¿ Quién será  ¿ De dónde habrá venido? –  Ya casi no recuerdo nada de lo pasado. Las noches de luna y la gente que se parece a la mía me entretiene. De noche los amantes se dicen cuitas de amor a los pies de mi imagen. De día  niños me miran  con ojos risueños. Sólo sé que ahora pertenezco a este puerto tan querido  La tallanas me enseñaron a sobrevivir. Su lengua  SEC me enseñó de su sabiduría. Sé que  vine por un designio especial. Cuido mi puerto con esmero y celo. Gozo de sus celebraciones. Soy una mezcla feliz que marcha hacia el futuro con optimismo.. Hoy vi un pájaro chilalo exhalando  su grito de triunfo junto a mi  y eso  es de buen augurio. Agradezco a la luna que me acogió con amor. Vivo en Paita,  puerto de promesas. Día a día planificamos construir una nación mejor.

 

                                                                                              Ruth Hurtado Espejo

                                                                                                      Paita  Perú

 

 

 

 

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