martes, 2 de enero de 2018

JOSÉ BELTRÁN PEÑA, OSO HORMIGUERO DEL AMOR Por WINSTON ORRILLO


 

José Beltrán Peña pertenece a ese grupo de poetas que, amén del mero ejercicio del arte, son, ellos mismos, editores, difusores del arte de la palabra, en revistas, certámenes y demás eventos en los que, la poesía y sus alrededores, pueda tener –y de hecho tiene- una mayor proyección que aquella que le damos los meros ejercitantes de la soledosa construcción lírico-épica.
 Así, Beltrán, como Rosario Valdivia Paz-Soldán, Carlos Zúñiga Segura, y Gustavo Armijos, entre varios otros, son no solo cofrades de la poesía, sino sus difusores –ellos mismos- en revistas, antologías y organización de recitales, verbi gratia.
 José Beltrán Peña dirige la revista de poesía peruana Estación Com-Partida y la Revista Peruana de Literatura, Palabra en Libertad, así como Ediciones Amantes del País, entre otras actividades, como las Noches culturales-literarias, en el prestigiosa Club Social Miraflores.
 Su incesante difusión del arte y la cultura, le ha merecido medallas y condecoraciones, como la Pablo Neruda, de la Asociación Latinoamericana de Poetas de Chile, en el 2004, y en ese mismo año, la Medalla al Mérito, Washington  Delgado, de la ANEA, filial Cusco; el Chasqui de Oro, del Ministerio de Educación del Perú, 2008; la Medalla de Oro de la Sociedad Peruana de Poetas, 2012, y la Distinción Honoris Causa de la Fundación Universidad Hispana de la República Bolivariana de Venezuela, con el respaldo del Instituto de Estudios Vallejianos, la Alianza Francesa de Lima y la Asociación de Periodistas Peruanos en el Exterior.
 Reseñar sus numerosos poemarios, nos sustraería el poco espacio del que disponemos, y, mejor, vamos de lleno al motivo y título de esta columna.
 En su poema Impulsos, escribe Beltrán:

 “De impulso a impulso.
No es difícil hacer el amor,
como dice un oso hormiguero”.

Y es en esta condición vitalísima que se halla Amoramar, el poemario motivo de esta reseña, que viene a ser como una summa lírica del desbocado vate, que, a nuestro juicio, se desenvuelve mejor  en las estancias líricas breves, aquellas vecinas al Haiku que él, por otra parte, practica profusamente.

 Así, leamos:

 “El sueño despertó sus ilusiones
quebrantando a la propia realidad del estar.
El revólver disparó flores”.

O esta otra:

 “Lo mejor de la noche
fue la madrugada amanecida en tu cuerpo.
Sonrosadas caderas gritaban: otra vez”.

 Y seguimos a este pertinaz oso hormiguero, en permanente búsqueda de dónde introducir la trompa (es un decir):

 “Las arrugas desaparecieron sin respuestas
la magia del amor se hizo presente
las canas enamoradas brillaron jóvenes”

El poeta discurre en medio de una vida ahíta de sentido mágico-sensual:

 “El embrujo de su palabra
La hizo cambiar la soledad del amor
La luna llena sin maquillaje”.

Y en un remate pertinente, tenemos ésta, Amor inmortal:

 “No sé si es un milagro
o una maldición
mi corazón se ha detenido
y la sigo amando”.

 Un verdadero aluvión de poesía amorosa, de la muy difícil poesía de amor, por cuyos senderos anfractuosos José Beltrán Peña discurre: y el asunto, por cierto, no está exento de peligros que no cesan, como el canto de las sirenas, o los escollos Scila y Caribdis, de acosar al poeta que, no obstante, tiene logros continuos como el que leemos en su Poética:

 “Déjame entrar en ti
como el gusano
sale de la manzana”.

 El presente libro aparece en Amantes del País, Ediciones.

 NOTA: Ilustración de la poeta Fanny jem Wong.

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