José Beltrán Peña pertenece a ese
grupo de poetas que, amén del mero ejercicio del arte, son, ellos mismos,
editores, difusores del arte de la palabra, en revistas, certámenes y demás
eventos en los que, la poesía y sus alrededores, pueda tener –y de hecho tiene-
una mayor proyección que aquella que le damos los meros ejercitantes de la
soledosa construcción lírico-épica.
Así, Beltrán, como Rosario
Valdivia Paz-Soldán, Carlos Zúñiga Segura, y Gustavo Armijos,
entre varios otros, son no solo cofrades de la poesía, sino sus difusores
–ellos mismos- en revistas, antologías y organización de recitales, verbi
gratia.
José Beltrán Peña dirige la
revista de poesía peruana Estación Com-Partida y la Revista Peruana de
Literatura, Palabra en Libertad, así como Ediciones Amantes del País, entre
otras actividades, como las Noches culturales-literarias, en el prestigiosa
Club Social Miraflores.
Su incesante difusión del arte
y la cultura, le ha merecido medallas y condecoraciones, como la Pablo Neruda, de la Asociación
Latinoamericana de Poetas de Chile, en el 2004, y en ese
mismo año, la Medalla
al Mérito, Washington Delgado, de la ANEA, filial Cusco; el Chasqui de Oro, del
Ministerio de Educación del Perú, 2008; la Medalla de Oro de la Sociedad Peruana
de Poetas, 2012, y la
Distinción Honoris Causa de la Fundación Universidad
Hispana de la
República Bolivariana de Venezuela, con el respaldo del Instituto
de Estudios Vallejianos, la
Alianza Francesa de Lima y la Asociación de
Periodistas Peruanos en el Exterior.
Reseñar sus numerosos
poemarios, nos sustraería el poco espacio del que disponemos, y, mejor, vamos
de lleno al motivo y título de esta columna.
En su poema Impulsos, escribe
Beltrán:
“De impulso a impulso.
No es difícil hacer el amor,
como dice un oso hormiguero”.
Y es en esta condición vitalísima que
se halla Amoramar, el poemario motivo de esta reseña, que viene a ser como una
summa lírica del desbocado vate, que, a nuestro juicio, se desenvuelve mejor
en las estancias líricas breves, aquellas vecinas al Haiku que él, por
otra parte, practica profusamente.
Así, leamos:
“El sueño despertó sus
ilusiones
quebrantando a la propia realidad del
estar.
El revólver disparó flores”.
O esta otra:
“Lo mejor de la noche
fue la madrugada amanecida en tu
cuerpo.
Sonrosadas caderas gritaban: otra
vez”.
Y seguimos a este pertinaz oso
hormiguero, en permanente búsqueda de dónde introducir la trompa (es un decir):
“Las arrugas desaparecieron sin
respuestas
la magia del amor se hizo presente
las canas enamoradas brillaron
jóvenes”
El poeta discurre en medio de una
vida ahíta de sentido mágico-sensual:
“El embrujo de su palabra
La hizo cambiar la soledad del amor
La luna llena sin maquillaje”.
Y en un remate pertinente, tenemos
ésta, Amor inmortal:
“No sé si es un milagro
o una maldición
mi corazón se ha detenido
y la sigo amando”.
Un verdadero aluvión de poesía
amorosa, de la muy difícil poesía de amor, por cuyos senderos anfractuosos José
Beltrán Peña discurre: y el asunto, por cierto, no está exento de peligros que
no cesan, como el canto de las sirenas, o los escollos Scila y Caribdis, de
acosar al poeta que, no obstante, tiene logros continuos como el que leemos en
su Poética:
“Déjame entrar en ti
como el gusano
sale de la manzana”.
El presente libro aparece en
Amantes del País, Ediciones.
NOTA: Ilustración de la poeta Fanny jem Wong.
Tus poemas son hermosos, misiles para la imaginación.
ResponderEliminarGRACIAS ME HICISTE SONREIR!! TE ABRAZOOOOOOOOOOOOOOOO!!
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