viernes, 21 de octubre de 2016

DOS POEMAS DE JUAN PEDRO CARCELÉN


JUAN PEDRO CARCELÉN (Lima, 1945) es economista, con estudios en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad Católica de Chile, lo que se ha traducido en una reconocida trayectoria profesional que incluye el ejercicio de la docencia en las universidades Católica y del Pacífico. Entre muchos otros cargos, ha sido gerente general del Banco Central de Reserva, Superintendente Adjunto de Banca y Seguros; y presidente, director, gerente y asesor de una diversidad de organizaciones, en el país y en el extranjero.
Carcelén es autor de las novelas El otoñal primer romance de la tía Elvira (2001), Eterno retorno de los soldados de plomo (2003) y Fiesta de disfraces (2012), con excelente acogida de la crítica, así como de la obra lexicográfica Diccionario de travesuras del idioma (2015); y fue editor literario y coautor de la obra colectiva César, siempre. A César Calvo, de sus amigos (2002), homenaje al renombrado poeta y amigo. Asimismo, ha publicado cerca de un millar de artículos periodísticos en diferentes materias. Los poemas que publicamos pertenecen a su poemario RÍO HABLADOR, recientemente presentado en el Club Social Miraflores.



FIESTA BRAVA


Vítores, pasodobles, sol radiante.
Trajes de luces, vino en bota,
aires de octubre, primavera
del Señor Morado.

¿Es que acaso la tradición taurina
no engalana nuestra Lima mestiza,
es que algún marciano duda
del arte supremo de la lidia
y de la estocada?

Tradición: ritos, costumbres.
¿Es que por ventura las usanzas
de nuestros abuelos heredadas
son pauta imperecedera
del bien, de la paz
 y de la conducta humana?
Ante tal predicamento, la esclavitud
es la virtud del conquistador;
las guerras —mientras más sangrientas, mejor—
enaltecen a quienes las apadrinan; y,
desandando los siglos,
el espectáculo de los gladiadores,
donde el césar ordenaba vida o muerte,
era pacífico,
constructivo y ejemplar.

Arte:
manifestación soberana de la belleza.
¿La belleza de la muerte
del enemigo indefenso?
¿Me dirán que la música, la poesía,
la escultura
avalan de alguna forma el abuso,
no precisamente noble,
del más fuerte?
Bajo tan admirable premisa,
Manolete es émulo de Rembrandt,
El Cordobés reúne los méritos de Stravinsky
y El Niño de la Capea es más o menos
lo mismo que Vallejo.
¿En qué universo vivimos?                             

No me compadezco del toro.
Me avergüenzo de pertenecer a la misma especie…
de su verdugo.





          ADÁN


Fue al morder la manzana
cuando me alumbraron tus ojos,
y descubrí tus primores,                    
y tras ellos la inocencia
que yo apetecí desgarrar.
No miré a la serpiente que
agitándose aplaudía
               —metafóricamente aplaudía,
               pues de manos estaba privada—,
el trofeo de sus vilezas,
la eficacia de su maldita ponzoña,    
perversamente inyectada
               en aquel fruto prohibido.

Transcurridas las horas,
mi corazón aún palpitaba
al unísono del tuyo.
Cantábamos nuestro júbilo,
retozábamos con euforia,
zanganeábamos embelesados;
no ambicionábamos oros, poderes, carruajes,
              ni siquiera halagos para el paladar,
cuando el Creador,
celoso, embromado
              por las telarañas que el Maligno
había tejido en nuestro destino,
nos expulsó del bucólico paraje
que, cual amigo mudo, mecía
nuestras devociones.

Nos arrojó a un planeta ignoto
sin aquilatar nuestras culpas,
sin el debido proceso,
sin el derecho a defensa,
sin apoyarse siquiera
             en el dictamen de una
                             comisión investigadora
             o en el de un fiscal bisoño.
Hoy, nuestros herederos,
con pulcritud afanosa
             contagiada siglo a siglo,
deben exhibir integridad,
y hacerla pública, evidente…
para postular, con golpes de pecho,
 al retorno a un paraíso…

prometido.


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