JUAN PEDRO CARCELÉN (Lima, 1945) es
economista, con estudios en la Pontificia Universidad
Católica del Perú y en la Universidad Católica de Chile, lo que se ha traducido
en una reconocida trayectoria profesional que incluye el ejercicio de la
docencia en las universidades Católica y del Pacífico. Entre muchos otros
cargos, ha sido gerente general del Banco Central de Reserva, Superintendente
Adjunto de Banca y Seguros; y presidente, director, gerente y asesor de una
diversidad de organizaciones, en el país y en el extranjero.
Carcelén es autor de las novelas El otoñal primer romance de la tía Elvira (2001),
Eterno retorno de los soldados de plomo
(2003) y Fiesta de disfraces (2012), con
excelente acogida de la crítica, así como de la obra lexicográfica Diccionario
de travesuras del idioma (2015); y fue editor literario y coautor de la obra
colectiva César, siempre. A César Calvo,
de sus amigos (2002), homenaje al renombrado poeta y amigo. Asimismo, ha
publicado cerca de un millar de artículos periodísticos en diferentes materias. Los poemas que publicamos pertenecen a su poemario RÍO HABLADOR, recientemente presentado en el Club Social Miraflores.
FIESTA BRAVA
Vítores, pasodobles,
sol radiante.
Trajes de luces, vino
en bota,
aires de octubre,
primavera
del Señor Morado.
¿Es que acaso la
tradición taurina
no engalana nuestra
Lima mestiza,
es que algún marciano
duda
del arte supremo de
la lidia
y de la estocada?
Tradición: ritos,
costumbres.
¿Es que por ventura las
usanzas
de nuestros abuelos
heredadas
son pauta
imperecedera
del bien, de la paz
y de la conducta humana?
Ante tal
predicamento, la esclavitud
es la virtud del
conquistador;
las guerras —mientras
más sangrientas, mejor—
enaltecen a quienes
las apadrinan; y,
desandando los
siglos,
el espectáculo de los
gladiadores,
donde el césar
ordenaba vida o muerte,
era pacífico,
constructivo y
ejemplar.
Arte:
manifestación
soberana de la belleza.
¿La belleza de la
muerte
del enemigo
indefenso?
¿Me dirán que la música,
la poesía,
la escultura
avalan de alguna
forma el abuso,
no precisamente
noble,
del más fuerte?
Bajo tan admirable
premisa,
Manolete es émulo de
Rembrandt,
El Cordobés reúne los
méritos de Stravinsky
y El Niño de la Capea
es más o menos
lo mismo que Vallejo.
¿En qué
universo vivimos?
No me compadezco del
toro.
Me avergüenzo de
pertenecer a la misma especie…
de su verdugo.
ADÁN
Fue al morder la manzana
cuando me alumbraron tus ojos,
y descubrí tus
primores,
y tras ellos la
inocencia
que yo apetecí
desgarrar.
No miré a la
serpiente que
agitándose aplaudía
—metafóricamente aplaudía,
pues de manos estaba privada—,
el trofeo de sus
vilezas,
la eficacia
de su maldita ponzoña,
perversamente
inyectada
en aquel fruto prohibido.
Transcurridas
las horas,
mi corazón
aún palpitaba
al unísono
del tuyo.
Cantábamos
nuestro júbilo,
retozábamos
con euforia,
zanganeábamos
embelesados;
no
ambicionábamos oros, poderes, carruajes,
ni siquiera halagos para el paladar,
cuando el
Creador,
celoso, embromado
por las telarañas que el Maligno
había tejido
en nuestro destino,
nos expulsó
del bucólico paraje
que, cual
amigo mudo, mecía
nuestras
devociones.
Nos arrojó a
un planeta ignoto
sin aquilatar
nuestras culpas,
sin el debido
proceso,
sin el
derecho a defensa,
sin apoyarse
siquiera
en el dictamen de una
comisión
investigadora
o en el de un fiscal bisoño.
Hoy, nuestros
herederos,
con pulcritud
afanosa
contagiada siglo a siglo,
deben exhibir
integridad,
y hacerla
pública, evidente…
para
postular, con golpes de pecho,
al retorno a un paraíso…
prometido.
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