EXORCISMO CONTRA LA PANDEMIA
AUTOELEGÍA (*)
Y bien
Ya estamos muertos:
Terroso es
El crepúsculo
En esta
Catacumba.
No hay
Contraseña alguna
Ni ungüento
Ni trofeo.
Todo aquí
Es remolino
Desmembramiento
Invicto,
Socavón sibilino.
Buscamos camaradas
Y el sahumerio
No vale:
Yacen acorralados:
Bruñidos en
La misma
Cartografía
Aciaga.
Relevante es acaso
El atiplado
Canto
De los recién llegados.
Levadizo yo
Aúllo
Sin mi gata (la
Insomne).
Minados somos
Todos con
El agravio
Exangüe.
Despiadado es
El valle que
No nos da
Alborozo:
Ventisca permanente
Amnesia y alimañas:
Esculturas, carruajes,
Colmenas de vampiros.
Saqueo por doquiera
¡Vaciaron
Los graneros!
Oráculos taimados,
Alevosos, furtivos.
Gnóstico, inabordable
Distingo al padre mío;
Y mi siniestro abuelo
Ahí yace, neblinoso.
Continúan los zafios,
Infames, incestuosos:
Se contonean, ávidos,
Por si los tramontamos.
Pero el escaparate
Crece con más osarios:
¡Floración de la muerte,
Desbocada y rumiante!
¡Reverbera la tarde
En que nos incrustamos
En esta muerte viva!
WINSTON ORRILLO
(*) No es paradójico cantarle a la muerte para,
mutatis mutandis, defender la vida. El poema, siempre,
es un canto a la existencia, en su plenitud más exhaustiva.
No hacer nada, pasársela en argucias para esconder la
depresiva cuarentena: ¡ése el canto trepidante al no ser!
Mientras tanto, para ustedes, mis hermanos del volcán
del verdadero existir: “adelante, paso de vencedores”.
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