martes, 3 de septiembre de 2019

LUIS YAÑEZ: POETA EN LA EXTENSIÓN DE LA PALABRA. Por WINSTON ORRILLO.




LUIS YAÑEZ: POETA EN LA EXTENSIÓN DE LA PALABRA

Por WINSTON ORRILLO.



     “¡Torres de Dios! ¡Poetas!/ ¡Pararrayos celestes!
                                              Rubén Darío
                                                          


No recuerdo desde cuándo conozco –y admiro- al poeta, educador  y luchador social Luis Yáñez. Creo  que fue en una cueva, cuando ambos éramos pitecantropos, Y nos dedicábamos al arte rupestre. Y yo lo veía pergeñar, entonces,  sus primeros balbuceos líricos.

Aparte, por cierto, de los dibujos de aquellas fieras que, hogaño, llaman la atención y han sido desvalijadas por los llamados “artistas modernos y/o contemporáneos”
Pero, desde entonces, su discurrir fue anfractuoso, pues no escogitó el camino facilongo del enriquecimiento neoliberal, y su poesía laudatoria del statu quo, sino que se puso al lado de “los de abajo”, y compartió sus vicisitudes, y les enseñó lo poco (en realidad, mucho) que sabía, pues su estirpe pertenecía a la de aquellos que siembran en las mentes –y almas- los caminos de la inteligencia, de la forja de ese mundo nuevo (aún sin construir).

Era, es, fue, desde siempre –no se había aún inventado el terminejo- un intelectual, un maestro comprometido (Sartre y Simone de Beauvoir, aún no se asomaban al matadero en el que nos tocara discurrir).

Arequipa, tierra de poetas y espartanos (recuerdo, aparte de Melgar, nuestro pre-Javier Heraud, y a otro un un jurista impoluto, al que las leyes sociales –hoy pateadas y escarnecidas por el neoliberalismo ad usum- pero al que los trabajadores tanto le deben: Jorge Rendón Vásquez). En Arequipa, pues, y en 1931, nace Luis Yáñez Pacheco, maestro –en el arte y la vida- por antonomasia. 

Ni qué decirlo: el Misti fue su padrino, y ese mágico cielo diáfano lo alimentó, nutrió su espíritu y sus neuronas: con su adrenalina fue, lenta pero seguramente, alimentando su estro. Y el contacto con la juventud, con los alumnos del arte y la vida, le sirvió sin ninguna duda.

Y vinieron sus libros, de poesía y de teoría poética, hasta concluir, provisoriamente, en esta Antología personal , cuyos primeros cuatro números ha tenido la exquisita gentileza de hacérnoslos llegar, y que motivan estas frágiles letras de agradecimiento.
Porque, en ella, cada entrega, nos re acerca a su poética, pues, aparte del obligatorio tributo lírico, verbi gratia, en el número 2, discurre –como si estuvieras en pleno dictado de clase de “El arte de la ficción”, con términos fácilmente inteligibles, como que están dedicados a sus alumnos, digamos de la inmortal Cantuta.

En el número 4  de la misma colección, hay páginas luminosas  sobre Teoría poética:  Cómo se escribe un verso”, el mismo  título de una de sus composiciones paradigmáticas, que no podemos dejar de citar en su integridad, y que es una de las infaltables piezas de cualesquiera de las antologías poéticas ad usum,:

Léamosla:
 
Cómo se escribe un verso:  Por si acaso,/ por si necesitas/ mi filiación/ para que las teorías y la metafísica/ no sean requisitorias/ contra mi muerte,/ te voy a decir/ cómo se escribe un verso.//Nacer a la vida/ y ser apaleado.// Cruzar con urgencia la niñez/ y ser apaleado.// Amar/ y ser apaleado.// Estar en la verdad/ y ser apaleado.// Una pausa,/ porque el lomo del hombre/ no es tan fuerte.”

Basta leer esta presea para saber frente a quien estamos!

Cuando los hombres de su edad se hallan en casas “de reposo” o al cuidado de los nietos sublevantes, a Luis Yáñez, al maestro, al poeta, al camarada, lo hallamos en la permanente Feria Popular del Libro, en la emblemática Amazonas. O en las conferencias y marchas para que nuestra bienamada patria cambie de una vez por todas, previa fumigación de las inexpresables jaurías que emporcan el Congrezoo nacional.

Todas las entregas de ésta, su Antología personal, llevan el óleo que le hiciera otro artista inmortal, Bruno Portuguez, el grande.



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