hasta más tarde o nunca
vine al mundo en una época benigna
y, por primera vez en mi vida siento una calma chicha.
una extraña agonía me sonríe ––maternalmente––
de alguna parte. y no sé más: ¡qué honda angostura la del presagio!.
toda la noche luché contra la fiebre,
sus arpones incendiados de mercurio
desgarraron mi entraña como un poco de lava
cayendo de sí misma y en sí misma, convulsa, asesinada.
qué largo es el día para un hombre enfermo.
larga la mórbida soledad de su delirio.
esto tú no lo comprendes, y te enfadas conmigo
por no ponerme al teléfono, ni contestar tus mensajes de texto.
no te culpo si piensas que soy el hombre
más idiota del mundo, el canalla que un día
te prometió amor eterno y, sin embargo,
aquí me tienes, a la otra orilla de todo lo vivido,
como al otro extremo de la luna donde todo es frío.
no sé si te das cuenta pero esto de no poder morir, inútilmente
dar vueltas en la cama como llamarse uno gregorio samsa,
sin poder nada y no saber nada más qué hacer
y no tener a quien pedir un poco de agua,
resulta un hallazgo dulcemente triste.
yo quería contarte algo. poner aquí
más que una amarga confesión existencial, al menos: algo.
pero otras vez la fiebre dispara sus misiles contra mí
y me está faltando el aire, ese aire que ahora mismo te sobra a ti.
adiós, pues. hasta más tarde o nunca.
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