MONIQUE PARDO: RECUERDOS DE SU ADORADA AREQUEPAY
Por: Hélard Fuentes Pastor.
DIARIO "EL PUEBLO" 19-01-2019. AREQUIPA.
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Hace algunos meses, en una discoteca arequipeña, se presentó la extraordinaria Monique Pardo. En aquella oportunidad, además de identificarse con Arequipa y enamorar a la concurrencia, demostró que sigue siendo auténtica, brillante e inteligente, cualidades que destacan los periodistas cuando la artista deja un momento su personaje junto al maquillaje del tocador y nos invita a descubrir una trayectoria llena de anécdotas e inolvidables experiencias, tanto en la farándula como en las letras peruanas. Vale recordar que el año pasado, durante las actividades de la ANTIFIL en Lima, para asombro de críticos, la cantante peruana interpretó el famoso poema de María Emilia Cornejo: «Soy la muchacha mala de la historia».
ENTRE VOCES Y VERSOS
Muchos autores desconocen su afición por la literatura; no obstante, sus conversaciones de pequeña con Luis Alberto Sánchez y su participación en veladas literarias del ICPNA de Miraflores (Lima). Aquí sobreviene el recuerdo de los poemas que recitó en su etapa escolar en el Lince, dónde su profesora de Lenguaje reconoció sus altas cualidades para la lectura y la premió parándola en una silla como símbolo de la clase.
– Ella me distinguió desde los seis años –afirma la artista– y yo me sentí cómo si me hubieran dado una medalla de oro, me sentí orgullosa. A partir de ese día, empecé a leer poesía, desde los 5 años, en cada actuación y festividad.
En una oportunidad, con motivo del Día de la Madre, interpretó la canción española: «Mi escapulario». ¡La canta como si fuera ayer! Vestida de torerita, a ritmo del tamboril: «Nunca se supo quién fue su madre /porque la ingrata lo abandonó / Una viejita lo vio en la calle /y con cariño lo recogió (…)». Al terminar, arrodillada, las señoras la ovacionaron mientras lloraban de emoción.
Posteriormente, en el colegio Teresa González de Fanning, conoció a María Luisa Sandoval, una profesora española que le enseñó teatro e impulsó su talento. Una vez le hizo recitar los poemas de García Lorca, y cuanto tenía examen de Matemática, le pedía que la llame para salir a ensayar. A Monique le hubiera gustado seguir Letras o Derecho, pero no tuvo la oportunidad. Y, aunque causa extrañeza su paso por la literatura y el teatro, siempre estuvo vinculada a dichos escenarios como demuestra el estudioso José Beltrán Peña, reproduciendo su poema «Abril» en la página de la Sociedad Literaria Amantes del País (2017).
– Pepe Beltrán tiene poemas míos y es una persona que me llamaba y me invitaba a recitales –manifiesta la artista al comentarle que el poeta es gran amigo nuestro.
Su vida es un infinito poema de versos sentidos, soñadores e irónicos, que inicia en Lima en 1956, cuando Carmela Gayoso Berrospi, un 24 de noviembre, dio a luz a una niña. Vivió junto a ella y su padre, Fernando Rodríguez Pardo, apenas unos meses. Luego, creció bajo el cuidado de su tía Rosa Mercedes (n. 06-07-1909), a quien considera su verdadera madre e inspiró la canción «Caramelo», un clásico escrito por el médico-compositor Rodolfo Gonzales Pinedo (n. 16-06-1944) y grabado en el estudio de Blanca Rodríguez Vásquez.
– Mi madre fue una hermosa huanuqueña y mi padre Fernando, español. Su matrimonio se rompió cuando tenía ocho meses de nacida y fui a los brazos de la hermana de mi madre, Rosa –comenta Monique.
A los 14 años se casó y tuvo a su hija Lucero Silvia Celinda Márquez, un 30 de marzo de 1971; sin embargo, no todo sería color rosa. Pronto, su vida cambió. A los 16 años se divorció con la preocupación de tener que mantener a su niña, y también, a esa misma edad, el cineasta Tony Vásquez la descubrió como modelo. Dos años más tarde, se convirtió en maestra de ceremonias de Jorge Eduardo Bancayan Núñez para la Feria del Hogar, es así cómo conoció a Celia Cruz, Rubén Blandes y otros cantantes internacionales.
ENTRE LUCES Y TELONES
Uno de sus padres artísticos fue José Vilar. También hizo cine con Francisco Lombardi y Luis Llosa. ¡Imagínese! María Silvia Rodríguez Gayoso, además de ocupar numerosas portadas en diarios y revistas por su personaje: Monique; atesora preciosas fotografías posando, por ejemplo, para el disco de cumbia «Eterno Amor» de la banda Sonido 2000, que data de 1980. Y, a fines de los años noventa, trabajó como conductora del programa: «Mójate con Monique», que transmitía vía Canal 33.
La tremenda e irreverente Monique llegó a entrevistar a los personajes populares de entonces: la vedette Iris Loza «La Poderosa», con quien sostuvo un picante diálogo sobre las poses amatorias, quizá con la misma picardía conversó con Javier Valle Riestra, que recordemos le robó un beso, y cómo no recordar al músico Augusto Polo Campos.
Podemos charlar horas de horas sobre tantos personajes; empero, la anécdota más atractiva fue su encuentro con Mick Jagger del grupo The Rolling Stones en el hotel Holiday Inn, allá por 1969, cuando el rockero británico visitaba Iquitos para grabar la película «Fitzcarraldo» del alemán Werner Herzog, entretejiendo una de las leyendas más comentadas en la prensa nacional. Al respecto, Monique nos anuncia la próxima publicación de su libro: «También se puede amar de pie», dónde se ocupa de ésta y otras figuras.
En tanto, nosotros, le insistimos en lo interesante que sería leer sus memorias, dónde recién podremos descubrir a la maravillosa pelirroja de la televisión peruana que supo abrir paso entre tablas, luces y telones, y, a la valiente mujer que enfrentó episodios difíciles siendo víctima de un secuestro, prejuicios sociales, violencia e impunidad.
«MI ADORADA AREQUEPAY»
Sus lazos con Arequipa son fuertes. Remiten a la juventud, cuando llegó con Susy Díaz para trabajar –sorpresivamente– en un night club. El contrato parecía interminable, duró dos meses, y en ese tránsito sucedieron muchas cosas.
– Yo nunca, en mi vida, había trabajado en un night club; entonces, me chocó un poco, pero me enseñó mucho. Me enseñó que no soy nadie para despreciar a mi propio género: las mujeres, que no tienen la suerte de tener unos padres que les paguen estudios (…) Tendría pues 25 años (…) Y, un día entró un tipo a mi cuarto, había pasado poco tiempo de mi secuestro, y tenía mi pistola en la mesa de noche porque el juez me había dado licencia, saqué la pistola, casi de espaldas le apunté al tipo y éste retrocedió. ¿Con qué cara de loca me habrá visto? (…) Yo lloraba mucho y quería volver a Lima.
Aquí, aprendió a respetar el oficio de tantas mujeres que al inicio las calificó de forma agresiva. Las insultaba, y a pesar de ello, cuando lloraba, corrían a consolarla.
– ¡Les pedí perdón! (…) Mira que buenas, ellas me consolaban cuando yo las insultaba (…) Ahora, yo fui a Las Cucardas en Lima con una obra de teatro que se llamó: «Tiempos de SIDA», para darles un mensaje que hay que cuidarse. Cuando me refiero a ellas públicamente siempre digo: Yo respeto a mis amigas «Las Polillas», porque detrás de ellas siempre hay una historia, y muchas de las historias son hijos (…)
También enamoró con un chico que era dueño de una panadería, a quien describe guapo, bueno y educado; y conoció a un señor que le regaló un Mercedes, incluso llegó a irse a Lima, le propuso matrimonio, pero nos confiesa entre risas que la aguantó siete meses y no llegó a casarse. Sin embargo, el vínculo más fuerte con la Ciudad Blanca fue su amistad con el locutor Humberto Martínez Morosini, de quien aprendió tanto, y, sobre todo, el maestro Mario Cavagnaro, a quien quiso como a un padre.
– Yo, jovencita, le digo: «ya no quiero enseñar mi cuerpo, todo el mundo me mira la cola, en todos los periódicos, primera plana». «Canta», me dijo. Don Mario Cavagnaro me adoraba (…) Él fue mi padre, para mí y para mi hija, nos llevaba los domingos a los patines, al circo, tuvo mucha paciencia (…) Él me enseñó las primeras técnicas para cantar, me dijo: «Cantar es una técnica» (…) ¡Me has hecho recordar! Voy a grabar «El regreso», porque fue mi gran maestro (…) Con una pierna, estando ya grabe, vino a mi casa a despedirse (…) Un gran baluarte de Arequipa, sería maravilloso que le realicen un recuerdo póstumo –ratifica con grata sensibilidad.
Finalizando la entrevista, en halo de misterio que nos tiene acostumbrados, señaló lo siguiente: – Yo siempre me refiero a mi adorada Arequepay, porque un hombre que me amó allí, me enseñó que se decía Arequepay (…)
Es probable, que cada uno de estos pasajes que retornan bíblicamente a sus labios y se han empoderado de un labial de múltiples expresiones, sean la mayor evidencia de sus aptitudes literarias. Hoy, ya no es el inocente rostro de una bailarina que en los años setenta compartía escenario con Carlos Mándros (de Perú Negro) en el local «La Gata Caliente», la atractiva portada de los discos de Tulio Enrique León, Néstor Quintero, entre otros, o la voz ranchera en el «Xochimilco»; sino un testimonio de vida que ha llegado a rendir homenaje a escritores como César Vallejo.
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