BUENO LEONCIO,
MACERA PABLO: LA VIDA Y LA MUERTE: P. MADRE. Por WINSTON ORRILLO.
“Primera canción/ No he inventado ninguna melodía.//Los que amaron
dirán:/ `Conozco esta canción…/ Y me había olvidado de lo hermosa que era…´// Y
habrá de parecerles/ la primera/ canción con que soñaron”
“Cuarta canción// Yo me ahogo de cielo./
Mi corazón se inclina/ y las islas no llegan.// Dame tu mano entonces,/ quiero
morir tocando/ el extremo más dulce de la tierra.”
Juan
Gonzalo Rose
Resulta que ya tenía casi listo mi artículo, que títularía LEONCIO BUENO, CIEN AÑOS (aun hay controversias sobre el día exacto que arribara al mundo el dueño de las baterías “Tungar”), poeta obrerísimo, fundador de Comas y, hoy en día con un terno blanco absolutamente incongruente, y perseguido por infinitos homenajes de los que tiene que huir como el gato del agua.
En fin, Leoncio, a quien conociera por el entrañable Arturito
Corcuera, quien me llevara hasta Breña, santuario donde medraba el mítico
poeta fundador del Grupo Intelectual Primero de Mayo, en su taller de baterías Tungar, para un obvio renacimiento del
sistema eléctrico de mi Fiat de
aquellos añares.
Yo había picoteado sus “Al
pie del yunque”, “Pastor de truenos”,
“Invasión poderosa”, pero el
poemario que más me había impresionado fue “Rebuzno propio”, que le valiera “Mención Honrosa” (honrosísima,
añadimos) en el Premio Nacional de Poesía
1971.
Nos hicimos, pues, amigos; escribí sobre él: “Vocación y destino de un poeta”, en la
revista Oiga, donde yo dirigía la
sección cultural (5 de febrero de 1971).
Como dato importante, cuando, por mi posición política le resulté insoportable
al neoliberal director, Paco Igartua,
éste simplemente decretó mi cese –así son ellos- y fui reemplazado, adivinen
por quién…por Alpedito Barnechea, que
empezaba a deletrear en temas de cultura (aún sigue en ello) y, mientras tanto,
se había casado con una pitucaza
trujillana.
Con Leoncio la amistad (y las discrepancias) continuaron: el,
eminente trotskista; y el suscrito,
humilde militante del Partido de Vallejo y de Neruda.
Lo seguí leyendo y opinaba, con frecuencia sobre la originalidad
de su poética y el carácter integérrimo de su adhesión al pueblo, de donde
procedía –obrero de construcción civil, autodidacto, movilizador popular mecánico de polendas, como que llegó a tener
su propia empresita: la constructora y reparadora de baterías, ya citada: “Túngar”.
No dejó, Leoncio, sin embargo, los avatares del gineceo y la
ginecocracia: no los he contado, pero sus hijos conforman un pequeño pelotón.
Una anécdota.
En uno de mis viajes culturales a la Patria de Goethe, de
pronto mi mujer me dijo que me buscaba, con apremio, un joven que decía
proceder de nuestra patria; ¿se imaginan? Era un hijo del múltiple Leoncio. No
sé su nombre ni qué secuencia tendría en la serie…
En fin, el tiempo y el arte discurren. Nos veíamos muy poco
porque no somos amigos de “visitas”; además, el tiempo no alcanza para la
confección de nuestra precaria obra, y para las lecturas necesariamente
postergadas durante nuestros cuarenta años de ejercicio docente
universitario…ahora ya, convertido en un misérrimo jubilado –felizmente mi
esposa, Fuji mediante, tiene para varios años más antes de jubilarse; así que,
de allí, viene el condumio…
Hasta ahora que me entero del justo homenaje que le hace Javiercito
Corcuera con un documental sobre su centenario, a cuya proyección no pude
concurrir, pero, con el reciente ejemplo, de ese paradigma que nos regalara con
el que hizo sobre el autor de El río…ni
qué pensarlo.
En resumen, la poesía
de Leoncio le ha abierto un lugar cimero entre los auténticos bardos peruanos,
y ahora le toca al Ministerio de Cultura entregar un homenaje en metálico para
poder, de vez en cuando, repetir la frejolada
que en su casa-fundo de Lurín (todo muy proleta,
por si las moscas), hiciera recientemente.
Y mientras mi homenaje a la vida impertérrita de Leoncio iba
madurando, se aparece Ella, la reputa
muerte.
Al abrir el diario veo la foto de mi nunca bien admirado
Pablo Macera. Con el anuncio de su deceso. Fue mi profesor en primero de
Letras, en San Marcos, naturalmente, año 1958.
Pero la amistad creció, cuando un grupo escogido de diz que
los mejores alumnos del curso de Raúl Porras, fuimos invitados a Colina 398,
Miraflores, para “ayudar” al maestro que, entonces, hacía un Índice onomástico
nada menos que del Mercurio Peruano.
A cada estudiante le tocaba un volumen y se trabajaba la tarde entera, con la
interrupción de la sacra hora del lonche que, inevitablemente, comprendía los
sápidos “chancayes”.
Y por allí aparecían Pablo Macera y Carlos Araníbar (este se
adelantó en el periplo), pero ya se encontrarán,..
Ambos eran los ayudantes
de cátedra del maestro Porras, pero mejor –y más cerca- nos encontrábamos
con Pablo: (Carlos era medio reticente y no tenía apertura con los jóvenes estudiantes del Primer Año de
Letras.) Tanto que al poco tiempo Pablo nos invitó a su inolvidable casita, al
costado del Estadio, nada menos que en la calle José Díaz.
Más adelante, para un postgrado, Pablo viaja a la patria de
Sartre, donde tuve la osadía de escribirle: él siempre me contestó, incluso,
sin reticencia alguna, con las respectivas correcciones estilísticas y la
permanente recomendación de lecturas imprescindibles para los jóvenes.
Pasa el tiempo y leo sus artículos y me regocijo con su papel
de oráculo de la izquierda de aquel
entonces. El libro de sus conversaciones
con Jorge Basadre es una suerte de non
plus ultra. Yo acudí, varias veces, al Seminario de Historia que
desarrollaba en su añoso local sanmarquino, en la difícil espalda del Congreso.
En fin, todo lo que significara Pablo, mucho repercutía en
mí. Alguna vez fui invitado a su nueva casa en Maranga (: no sé por qué
matrimonio andaría). Y retomamos charlas interrumpidas.
Hasta que llegó su imperdonable accidente (no gramatical) de
ingreso y la alineación con el fujidelito.
Como dicen que existe una conciencia, se lo dejo a ella para
que lo juzgue.
Desde entonces, como que sus oráculos fenecieron: su voz
enronqueció y se entonteció. Es
bueno, como sustituto, ir a sus obras escritas anteriormente.
Y de este modo llega a sus 90 años y casi un mes más…
Anécdota muy curiosa. Ambos nacimos el 19 de diciembre, igual
que Alejandro Romualdo, Juan Landázuri Ricketts y el querido camarada Leonid
Ilich Breznev.
Pero, así, cuando yo celebraba la vida centenaria del poeta
Leoncio Bueno Barrantes, se me va este sumo poeta de la historia y del
pensamiento de vanguardia, con frases inolvidables como las de que el Perú es un burdel.
Y no dejó, Pablo, de tener razón si vemos la patria que los
aprofujimoristas han manejado desde un Congrezoo
que –pretenden y no hay que dejarlos- reeditar.
Aunque sea como homenaje a Pablo Macera Dallorso y su
pensamiento del Perú popular, al que
reivindicara en su añoso local del Centro de Limalahorrible. Queden estas líneas volanderas.
Cuando me preguntó un periodista, le respondí: “fue un hombre
del Renacimiento”. Y decodifica, tú, todo lo demás.
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