ANTONIO SARMIENTO
ANTONIO SARMIENTO NOS LLEVA A SU COLINA INTERIOR. Por WINSTON ORRILLO.
“Como ese libro perturbador de Rulfo, el mío se puebla de personajes evanescentes, que no sabemos si están vivos o muertos. Es esta arqueología de la memoria, este huaquear en el pasado, en una realidad ilusoria, lo que seguramente ha movido al jurado de este concurso a señalar que mi libro logra `la relectura de la historia como recurso poético´, solo que mi historia es una más de las cientos de miles de historias contadas en voz baja y que llevan la irrevocable marca postraumática del sismo de 1970”
A.S.
Aparentemente es una lectura sencilla, pero, cuando vamos ingresando a los meandros de esta lírica sui generis, hallamos que, en el substrátum de un aparente explorar arqueológico, se encuentra la búsqueda, la prosecución de la criatura humana que medra, aquí y acullá, en una colina de versos que no es sino un socavón donde la vida, fácilmente, se pierde y se torna, por momentos, irrecuperable.
Porque con el fondo del cataclismo del 31 de mayo de 1970, que causara varias decenas de miles de muertos, y sepultara dos pueblos –Yungay y Ranrahirca- Antonio Sarmiento Ticona ha entonado un himno a la vida y a sus vicisitudes trágicas.
Ganador del Cope de Oro, primer premio, en la XVII Bienal de Poesía, 2015, la obra ha discurrido marginalmente–no sé si por su intrínseca dificultad o por el sentido de capilla –argolla- que es característica de nuestra prensa “cultural”, no solo de hogaño. No es peregrino, asimismo, que el autor no pertenezca a las comparsas literarias ad usum, y que detentan espacios y suplementos dominicales, con nombres que se repiten hasta la saciedad y que merecen homenajes icónicos, mientras que la magna obra de un chimbotano (Antonio Sarmiento Ticona1966), excelente poeta, crítico e investigador literario, apenas merece una mención, así, como de pasadita, porque no olvidemos que la presea que él ha limpiamente ganado es la más importante, en poesía, bienalmente hablando y el Jurado Calificador (Marcela Robles, Ricardo Silva-Santisteban, Américo Mudarra, Giovanna Pollarolo y Pedro Cateriano, representaban nada menos que al Ministerio de Cultura, la Academia Peruana de la Lengua, la UNMSM, la PUC y el propio Petroperú).
Sarmiento no es un parvenu en las letras nacionales: autor de siete poemarios y dos obras de teatro, amén de sus conferencias y ensayos literarios, publicados por revistas nacionales e internacionales, su trabajo, en el actual poemario, cabalga entre las influencias de Rilke y S.J. Perse, amén de sus lecturas ecuménicas, que pueden localizarse en sus epígrafes: Borges, Cernuda, Eielson, Huidobro, Antonio Machado, Louis Aragon y Marcel Hennart, entre otros.
Un poeta muy culto, qué duda cabe, pero que sabe dosificar su lenguaje, que revela influencia clásica (griegos y latinos, cómo no), amén de la presencia de La Biblia que, sabiamente, adoba con un hablar popular, para no alejarse de su entrañable hábitat.
Por momentos su lenguaje es visceral y nos conduce de la mano del espíritu, hacia el Norte de su colina particular (Nota: relevaremos, con negrita, las más brillantes metáforas e imágenes, en general, del autor)
“llamaré a esta calle con tu nombre que/ se eleva en la colina de los muertos/ de entre todas las palabras del mundo/ en una aurora esencial y horas como frutos/ para escarbar en tu silencio más allá de la palabra antes del tiempo con uñas/ que arañen la muerte con sombra y sangre/ empapado de furia, con leguas de noche.”
Se trata de la metafórica excavación que un arquéologo, Le Chevalier, hace en” una colina de 15 metros de altura, que se extendía unos 115 metros en dirección norte y sur, y 160 en dirección oriente y occidente. Dicha colina, llamada antiguamente Hissarlik (nombre que coincide con la llanura donde se iniciaron las excavaciones para localizar la Troya cantada por Homero, y que está situada en los Dardanelos, Asia); dicha colina –solo un conjuro literario a juicio del comentarista- está en el paso de los muertos, en tierra bajada de La Florida”
En fin, un recurso literario que se debe a la prodigiosa imaginación del autor que, verbi gratia, prosigue:
“En la siguiente colina está enterrado el ojo de agua donde fue embalsamado/ el deseo errante con aloe y baja espuma// Es el sitio del amor/ el dadivoso lugar de los suplicantes/ de torcazas huyendo a otro cielo/ llevándose la tentación en sus ala // En su honor fue edificado el santuario/ para los amantes que llegan en largo peregrinaje/ haciendo sonar sus joyas más pesadas//”
Y en la siguiente cita vemos no solo el manejo de la metáfora –sine qua non para todo grande poeta- sino el uso de ese lenguaje que habíamos tipificado como una conjunción de actualidad y clasicismo. Leamos:
“---aves agoreras salían en desbandada/ de los agujeros negros del poema/ graznando hacia alegres cerros …//los más osados tapiaron las grutas/ donde se fermentaba la música/ y donde el hexámetro no podía ser pronunciado sin respirar/ con esa respiración medrosa/ de los cantores bellos y ciegos/ los dáctilos y los espondeos/ cambiaban de forma y tenían el/ color hollado del otoño el ojo de los gigantes nos intimidaba a/ toda hora hasta que ingresamos a la/ última capa del lenguaje en el/ Halicarnaso ¡oh! Poder irresistible/ de la palabra en boca aún no nacida/ manando como ambrosía de la roca// en la cima el demiurgo cantaba/ ¡y eran de oír sus cantos!”
¿Quieren más? Porque hay mucho donde podamos ingresar y quedarnos, allí, estupefactos por los hallazgos de este poeta que, para muchos, era totalmente inexistente (el maldito poder mediático):
“En la planicie”: ¿Quedarán espacios todavía para apacentar,/ el canto a mil kilómetros a la redonda?// Ábranse lunas ábranse mares/ Den paso a las nubes de helecho/ que en larga caravana viajan/ para acompañar al pastor meditativo/ absorto en mil genuflexiones.// Oteando está desde la pendiente/ al ganado que pasta en la verdura,/ a su vera descansa la luna y el/ amurallado mar se abre en dos/ al colpe de su cayado.// Mientras/ contempla en la roca/ pacen las cabras/ pace el poema”
Antonio Sarmiento Ticona ha escrito un libro paradigmático. Y no será, con toda seguridad el último, porque apenas (1966) acaba de arañar el medio siglo de vida, es decir, de creación totalizadora. Y, verbi gratia, el inmenso poeta Arturo Corcuera –acaba de pasar los 80s- y está en plena creación como el suscrito que acaba de asomarse a los 3/4 de siglo y, adelante, camaradas
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