PATRICIA GUISSE CASTELLANO
FRÍO
Era otro de esos días fríos
que calaban los huesos.
–Temperatura 13° la mínima.
–Humedad 95% la máxima.
La radio pasaba el reporte
del clima.
Era un pez y en Lima todos
estaban igual, convertidos en pececitos de un mar gris.
Caminar con tacos en medio
de los charcos, no era fácil, menos para perseguir la combi.
Tenía treinta minutos para
llegar al trabajo, estaba tranquila, consiguió un asiento. La gente
particularmente no la molestaba, salvo cuando la combi olía a mierda y
terminaba peleando con los pasajeros para que abrieran las ventanas, pero...
–
¡Baja en la esquina! –casi se pasa el
paradero, ahora cual guerrera del Cénepa atravesaría la pista, era un cruce de
tres vías.
Debía enfrentar los charcos
en la pista, los autos que venían a velocidad y a los faltosos que dirían algún
piropo vulgar, al verla con su minifalda.
La luz cambia a rojo, los
carriles de Norte y Sur se detienen, entonces entra en acción el carril con
dirección este-oeste. Estaba en la tercera fila, dentro del tumulto organizado
de la esquina, para cruzar la avenida. No la tendría fácil, los primeros
cruzarían tranquilos,
¿Pero ella, Sheylita cómo
haría?
–Meta: Cruzar, llegar al
trabajo. Faltaban ocho minutos.
La luz cambia, la gente se
tira como ganado a cruzar y evadir los carros.
–Los tacos no ayudan, los
tacos no ayudan.
–Señorita apúrese, escucha a
su espalda, luego el chirrido de una llanta, un golpe seco.
Giro rápidamente, lo
suficiente para ver volar y caer en la pista al hombre, donde fue arrastrado
por otro auto. El policía detiene el tránsito, Sheylita y otros se acercan,
sacan su celular, toman fotos.
–
¡Me salve! ¡Me salve! –pensaba–, lo voy a
colgar en mi face, miró su reloj: era tarde.
Volvió
a correr por la pista.
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