Van cayendo las miradas/ ¿qué es el amor?/ Es la piel persiguiendo su otro yo…//Suave van cayendo tus labios/ con gestos que dicen sin hablar…//Por si la luna se despierta/ cae el mar a su belleza/ como dulce sal de lluvia/ que a la tierra se entrega…//Busca ser la amada/ donde tu amor/ sueñe con tu amar.” sov.
(A finales del año pasado, conocimos
a la joven poeta Sandra Olivari Veramendi, quien nos encantó con su poema leído
en un recital realizado en el romántico distrito de Jesús María, para después
celebrar mi onomástico con algunos colegas de la palabra. Después con todo el
rito del primer poemario me hizo entrega de su Peregrinaje de amor,
encontrándome con las palabras justas de la destacada poeta Graciela Briceño y
con el desatinado comentario de Camilo Fernández Cozman, quizás lo escribió
haciendo memoria de su primer y único poemario publicado. Es un primer poemario
bueno que tiene mucha madera y fuerza para seguir trabajando con la palabra e
iluminarnos el sendero de la poesía, y concuerdo con el poeta mayor, Winston
Orrillo quien ha escrito un centrado artículo sobre el libro, por ello lo
difundo. Felicitaciones querida Sandra...)
El primer libro de Sandra Olivari Veramendi, Peregrinaje de amor (Editorial Casa Tomada, Lima, 2016), es el espejo tremolante de la lucha de la joven autora por lograr un lenguaje personal, en medio del maremágnum del amor, temática que el buen Rilke no recomendaba para los bardos, especialmente para los que se inician: la razón, la sobreabundancia del asedio a un asunto que deviene en tópico, y donde es difícil ser “original”, si tenemos –a veces, quizá, en demasía- verdaderas preseas, tanto que la lírica –especialmente la romántica- se halla ahíta de textos paradigmáticos sobre el particular.
Sin embargo, el querido Pablo Neruda, cuando se le preguntara qué recomendaría a un poeta joven, presto respondió: “Que escriba poemas de amor”, “Que escriba poemas de amor”, “Que escriba poemas de amor”.
El hecho es que Sandra es una peregrina amor, parafraseando el título de su opera prima. Aunque, en realidad, todos los poetas jóvenes son peregrinos del amor e igual, los no muy jóvenes, porque el amor deviene en un desiderátum que anhelamos, no solo para nuestro solaz, sino que, por su intermedio, arribamos a confines quizá nunca previstos.
El amable lector tiene, pues, para escoger, ya que, verbi gratia, en el epígrafe que hemos transcrito, junto a disquisiciones –más o menos cotidianas- sobre el amor, aparece, refulge un oxímoron que revela la lucha interior de la joven autora. Este es, sin duda alguna, esa “dulce sal de lluvia”.
En fin, estamos plenamente de acuerdo con el presentador del volumen, el escritor y crítico, académico doctor Camilo Fernández Cozman, quien, pedagógicamente, en sus palabras liminares, señalara:
“La poesía es el arte del ejercicio de la palabra. No es fácil llegar a formar un estilo propio: exige un trabajo arduo con el lenguaje. Poesía es sinónimo de concisión verbal: técnicamente no debe sobrar ni una palabra. En tal sentido, es un género hermano del cuento y opuesto a la novela. Por eso, un primer poemario es sinónimo de búsqueda incesante desde el punto de vista estilístico”.
Al respecto recordamos la congruente cita de nuestro poeta-héroe-martir, Javier Heraud, quien señalara que “la poesía/ es un trabajo difícil/ que se pierde o se gana al compás de los años otoñales…”
En los poemas de Sandra se vivifica el marcado conflicto entre decirlo “todo” y/o decirlo poéticamente: es cuestión de un largo y metódico aprendizaje, cuando hemos decidido que el poetizar será nuestro leitmotiv. De este modo, hay textos suyos donde se le filtran, aviesos, algunos prosaísmos, en un buen texto como “El pasajero”, del que, sin embargo, tomamos, a continuación, varias versos:
“Eres la pequeña tibieza del vapor/ como una lágrima sin la tristeza/ como los recuerdos que me golpean.//Son los colores de mi piel ante ti renovada/ no hay amores vividos/ tan solo mil pedazos.//Eres pasajero que no baja a amar/ no hay en ti más paisajes que buscar/ tan solo dejas que caiga la lluvia al mar”.
Por momentos, en el avatar de su incesante búsqueda, ella des enmadeja la energía del corazón para continuar su discurrir trastabillante:
“Camino entre líneas de versos/ vivos y muertos/ cediendo el paso a algunos tintineos/ de un vespertino despertar.//Nado dentro de un mar lleno de deseos…//Electricidad mojada que no mata foráneo corazón/ que viaja alrededor del universo como vapor/ Nace del cielo y de tus incansables labios/ Llenándote los cabellos de flores y el pecho de paz.//…Y enterrando en memorias este volcán,/ Se lleva mis pies en su cuerpo/ Sin dejar de tocar melódicas historias con mis manos.” (“electricidad mojada”, otro acierto).
“Cultivar una fe en la palabra y ser fiel a la idea de que la poesía equivale a un trabajo constante”. Palabras del prologuista que plenamente compartimos, porque esto vale no solo para Sandra, sino para la gran marejada de bardos jóvenes, la mayoría de ellos en agraz, y, como se le puede atribuir esta conclusión (aunque no sea ése el orden de sus palabras) según Camilo, mutatis mutandis, no logran, muchas veces, “cincelar la palabra en tanto mecanismo interminable de orfebrería (pues), El arte verdadero exige un trabajo constante y una disciplina inacabable”
Por ello, vale la pena recordar –y cada vez que puedo lo recuerdo- el pensamiento del gran poeta francés, Paul Valèry, quien expresara que “no hay poemas acabados, sino abandonados”, pues uno, nunca, concluye de corregir un texto. Máxime si tenemos en cuenta que J. Keats dijera que la poesía, el arte de la palabra, se subsume en su expresión: A think of beaty is a joy for ever”. Una cosa bella es algo para siempre, y es lo que nosotros creemos se halla , ínsito, en el arte de la poesía.
La autora es licenciada en Ciencias de la Comunicación, analista de prensa y redactora en algunas revistas, con lo que se cumple una tendencia actual muy marcada: la que unimisma a los periodistas con los creadores. Para lo cual es válido recordar las palabras del genial “Gabo”, quien afirmara que, para una buena prosa periodística, había que rastrear en el background poético de su autor.
Sandra Olivari Veramendi, de este modo, comparte su trabajo en lo mediático con su búsqueda permanente de una lírica que, allende el carácter efímero de lo periodístico (que según “Toño” Cisneros se convierte muy pronto en “papel para envolver pescado”) pueda quedar, indeleble, en nuestra sensibilidad de atentos y exigentes lectores, máxime en una poesía, como la peruana, que ha sido capaz de dar a luz a nombres epónimos como los de Vallejo, Martín Adán, Jorge Eduardo Eielson, Emilio Adolfo Westphalen, Juan Gonzalo Rose, Alejandro Romualdo, Gustavo Valcárcel, Javier Heraud, César Calvo, Arturo Corcuera; y, en la ladera de donde ella proviene, adonde acaba de asomarse, bastaría citar a la inmensa Blanca Varela.
Que al primer libro de SOV luego de un ímprobo trabajo, sucedan más, muchos más: la gran lírica peruana está esperándola
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