“Colgar nuestros sueños del cordel/ en espera de la suerte…// Entreabrir/
las puertas del cielo,/ acariciar esa tortolita cubierta de escarcha// entre
las pestañas verdes del barrio/ o/ a las muchachas de
fascinante tibieza/ en edad de oler a duraznos.//Arrojan al viento nuestras
hora atribuladas/ los rezadores.// Las cartas en las alforjas/ se vinculan en
sus radiaciones telúricas,// El violín, / entre sus cuerdas tripa de cordero/
guarda el secreto de la dicha…// Todos miramos/ al violinista/ nacer morir renacer/ en el instante de la misma
tierra.// Entre canciones que fluyen / de espléndidas tinajas plasmadas/ por
alfareros nativos/ los olvidados vestigios alimentan/ el silencio amarillo/ del waranway…”
C.Z.S. Espiritu del violinista
“En el buen sentido de la palabra, bueno”
Antonio Machado
Un breve poemario, que no llega a las cincuenta páginas, es
la nueva entrega, en Alejo Ediciones
(de Santiago Augusto Risso Bendezú), del reconocido poeta y editor Carlos
Zúñiga Segura, fundador y director de la Revista de Poesía, La manzana mordida, así como de
Ediciones Capulí, ambas creadas el
23 de setiembre de 1975.
Pero el acucioso lector tiene derecho a preguntarse qué hace
la cita del gran poeta español, Antonio Machado (“Caminante no hay camino, se
hace camino al andar”), en el frontis de nuestro artículo y debajo del
epígrafe? La explicación es la siguiente: No conozco, entre el cúmulo de
personas que, en nuestro medio, discurren en el campo de la creación poética y
de la edición, alguien con las cualidades éticas de C.Z.S.: él es hombre
integérrimo, un cabal amigo y, supongo, para los más jóvenes, un preciso
(precioso) y atento consejero, como que
una de las características de su trabajo literario es el auspicio de las nuevas
generaciones de creadores.
Soy de los que unimisman el trabajo creador, con las
condiciones éticas: no creo en los advenedizos que medran acá y acullá,
especialmente en el campo del arte – que
tan fácilmente se presta al travestismo y a las maromas intelectuales.
Abomino, pues, el arribismo genuflexo
intelectual, en una sola expresión.
Carlos es un artista
de admirable modestia y de trabajos ímprobos, pues no solo ejercita la
creación –cada vez más intensa- sino que ayuda a muchos, con su revista y con
su sello editorial, lo que le ha valido –con estricta justicia-el obtener
preseas a nivel nacional e internacional, verbi
gratia el Reconocimiento
Institucional a la Creatividad , por dedicar su vida a forjar, en los
niños, los valores culturales (distinción otorgada, muy justamente por la Biblioteca Nacional del Perú).
Pero su labor no solo se ha circunscrito a la publicación de
lo suyo (con siete poemarios, dos libros de relatos, así como seis antologías
en sus cuarenta y dos años de labor constante), sino que ha ofrecido numerosas
conferencias y recitales, en los más distinguidos auditorios culturales de
nuestro país, así como en Ecuador, Colombia, Alemania y Cuba. Su última tarea
–ya no stricto sensu en el terreno de la creación
pero algo tiene que ver con ella- es Poetas
en su Café, que se cumple en Magdalena del Mar, ininterrumpidamente,
desde hace ¡catorce años!
Cuando uno llega a este punto, es imposible no preguntarse, y
¡de dónde saca ese tiempo que, verbi
gratia, nos es tan escaso a nosotros que, para cumplir con una producción
sostenida, hemos optado por vivir cenobíticamente!
Pero vayamos a Intacta memoria, texto del que
estamos haciendo una breve reseña, y del
que (mírese el comienzo del artículo) se ha tomado un largo epígrafe, que
proviene de El espíritu del violinista,
largo poema (los tres del volumen lo son) que, como los otros dos: Memorias del Santiago Azapara Gala, Gran
Señor de Tayacaja (tierra nativa del bardo) y Registro de Curambayo,
trabajan en la exhumación de la historia, del mito, de la leyenda, de todo
aquello que conforma y confirma nuestra identidad inconfundible.
El lirida, por momentos, es un arquéologo, un antropólogo, un
etnólogo, y todo esto dicho en un lenguaje personal que, como en el poema del epígrafe, no
desdeñan las pestañas verdes o esa
espléndida sinestesia del silencio
amarillo/ del waranguay…en fin, una fiesta para los sentidos y es menester
no olvidar que, sea como fuere, estamos en el campo de la poesía, del arte de
la palabra, por más que abarquemos temas épicos y/o sociales.
Porque el poemario nos lleva a una suerte de rescate cósmico,
carácter permanente en la gran creación de este poetizar:
“Preciso sea/ peregrinar entre las wakas/ y convocar/ a las ánimas/ y
formar parte del Ser/ y propiciar el florecimiento/ del Cosmos unitario.//
Entre haravicus alborozados/ inaugura/ exultante el violinista su tambo.// Los
abuelos traen velas/ y/ profetizan días de fiesta/ en el murmurio de nostálgicas
cuculíes.//Sugerentes y evocadoras, las calles dan fe/ de vida/ entre
narradores y poetas/ que peregrinan y beben/ hasta que el cielo se refugia/ en
el corazón.”
Y así en las Memorias
de Santiago Azapara Gala, Gran Señor de Tayacaja (al suscrito le encanta decir que, el
verdadero Gran Señor de Tayacaja, es Carlos Zúñiga Segura, no por gusto nacido
allí mismo), vemos una profusión de apus y el rumor del monte, y el
arcoíris, y las alegrías y quebrantos, y
los chasquis (Ayacóndor Tayaguaman que,
en relevos de siete días “sin descanso/
llenaban de complacencia al Inca”) y suceden las fechas de la lucha
constante para mantener nuestro territorio,
desde el siglo XVI hasta casi el presente.
Mientras tanto, Curambayo
(Registro de Curambayo) es la
historia y leyenda del primer guerrero peruano en causar pánico a los soldados de Pizarro:
“Como el viento adherido/ en el pueblo, te veo/ noche y día siempre en
guardia.// En los peñascos, atajos y oteros,/ infundiendo temor/ a los
invasores y cañaris / con huaicos de galgas/ y zalagardas/ que solo
combatientes de estos reinos/ pueden concebir…// Con aire fresco y celeste
sonrisa/ los muertos recuperarán sus follajes./ La cofradía castrense/ que
preservó tu memoria/ entregará los pergaminos/ que hablan de los tayas/ y su
cultura del maíz y la papa…”
El poeta edulcora la historia y,
enaltece, vía el gran Curambayo, la lucha permanente y la próxima victoria “Contra
el olvido y para siempre” de la sagrada causa del pueblo, enraizado “en tus sueños/ y en los nuestros/
para siempre.”
Una rara avis, sin ninguna duda, en el poetizar de hogaño, pero alguien
tiene que buscar lo que, inútilmente, se quiere olvidar, sin darnos cuenta que,
por aquí, precisamente, discurrieron grandes bardos como el inolvidable José
María Arguedas.
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