“alza tu puño de acero/ pidiendo a los dioses/
Que el ocaso se encienda/ hasta alcanzar la aurora…”
“taytachakunamanta mañarikuspa/ runkhiyasqa makiykita huqariy/
Antawara rawrarichun/ achikhariy ayparinankama…”
WCH
Los maravillosos caminos del azar me llevan a conocer a esta verdadera rara avis, a este relevante poeta y traductor bilingüe, quechua-español, Wáshington Córdoba Huamán, quien me honra al solicitarme unas palabras como frontis de Entre la lluvia y el viento (Para wayraq chawpinpi), su nuevo libro a punto de iluminar la bibliografía de los textos en estas dos lenguas.
Lo hermoso está en comprobar cómo, a pesar del universo hostil – alienado, aunque el término parezca ya, a estas alturas, obsoleto- esta alienación se encuentra perfecta, criminalmente viva, y se trasunta en la marginación, en el universo de lo que el querido comandante Hugo Chávez Frías, denominara el terrorismo mediático, de los autores que pergeñan textos que no son idóneos o no le convienen al Establishment.
Nuestro autor (1962), WCH, nació en el corazón del Ande, nada menos que en Muñamuña (distrito de Circa, Abancay, Apurímac) terruño donde medran los relámpagos, entre los pajonales y el viento, mientras las flores, salvajemente bellas e impolutas, se mecen entre las cordilleras y las manos de los integérrimos trabajadores que sueñan con edificar un mundo distinto, acunado por el rocío y el redoble de una lluvia pertinaz y salutífera.
Su talento y su sólida preparación intelectual –no creemos en el espontaneísmo aventurero- lo llevaron como lúcido expositor en el “V Fórum de Lenguas Amerindias”, cumplido en Barcelona, España, en 2008. Todo en mérito a sus traducciones, a la lengua de los amautas, de verbi gratia, El sueño del pongo y La agonía de Rasu Ñiti, de José María Arguedas. El caballero Carmelo, de Valdelomar. Ladraviento y El toro que se perdió en la lluvia, de Félix Huamán Cabrera. Kuya Kuya, de Óscar Colchado Lucio. Ñakay Pacha, El ángel de la isla y Tierra de Pishtacos, de Dante Castro. La muchacha de coposa cabellera e Hijos del viento, de Julián Pérez Huarancca y Paco Yunque, de César Vallejo .
Aparte, por cierto, de sus traducciones mencionadas, su libro de creación poética personal, Alarido de montañas (Urqukunak Qapariynin), fue ilustrado por otro fruto de su talento “creador”: Milton Wilmer Córdoba Soto (1990), su primogénito, artista plástico autodidacto que, con el óleo y la témpera, ha trabajado, muy bellamente este poemario.
Más temprano que tarde, anhelamos ver una muestra completa del talento de Milton –ganador absoluto en todas las categorías, cuando apenas tenía diez años (2000, 2001)- en el Concurso convocado por el Comité Olímpico Peruano.
Pero volvamos a nuestro creador bilingüe. W.C.H. es, ante todo, un poeta lírico que usa el arma lingüística de sus creaciones, para acceder -y hacernos acceder- a un vasto panorama: el de la literatura vernácula, que él recrea con singular maestría.
Su libro, el presente, Entre la lluvia y el viento, nos llena de vastos espacios, nos acerca a un sinnúmero de yerbas inéditas, de las que estamos tan alejados los citadinos. Su corazón es flamígero, y los pétalos de sus versos nos guían, sabiamente, entre los arrecifes andinos y nos permiten decodificar el eco de las multitudes, en las alas del cúmulo de pajonales, plenos del coraje indómito del Ande, aún persistente, a pesar de que ¡tantas veces! quisieron acabar con él o, por lo menos, hacerlo imperceptible, manejable.
Por eso, invito, férvidamente a leer estas coplas húmedas por el rocío, madrugador y pleno, de esa agüita del no-olvido que prevalece en el alba, o en cualesquiera de sus cántaros repletos de todas esas ilusiones presentes en las chozas, tiernas como en los surcos de los atardeceres de Octubre, con su olor a tierra preñada de amaneceres de pueblo impertérrito, que pare harauis que medran, allende las intrigas de un Sistema inhumano, como el que actualmente padecemos.
Harauis, pues, éstos que son, en realidad, euforias, ecos de un pueblo invencible, milenario, con sus ayatakis, tatuados al compás de mulizas imborrables, como los ensueños enhiestos, que claman al alzar los puños denodados, que imprecan a los dioses hasta inventar la nueva aurora.
Toda la naturaleza es humana en esta poesía, todo es un permanente descubrimiento para nuestra sensibilidad, deformada por las lecturas mal llamadas “occidentales”.
Pero el autor no se enclaustra y, muy por el contrario, se abre al universo social de obreros, niños marginados, gente desposeída, miserables en los que habrá de renacer este canto que deberá de servirles de gonfalón para sus necesarias, impostergables reivindicaciones.
Búsqueda, en fin, del Inkari, de ese perpetuo renacer del alba original; de lo que se deduce que, verbi gratia, Valdelomar, Arguedas, Florián y Vallejo, son recreados, en las traducciones de Wáshington Córdoba Huamán.
Y, digámoslo de una vez por todas: la justicia es el horizonte que se halla detrás –y delante-de estos versos entrañables, entre una lluvia y un viento realmente inéditos y que, a la vez, renuevan nuestros sueños permanentes.
Este libro, en fin, toda su poesía, es un canto a la dignidad del hombre, a su permanente lucha por la justicia, lo cual implica un respeto por el paisaje original que es, en fin, la defensa de la vida (piénsese en las depredaciones de las actuales compañías mineras, celestinamente toleradas por los gobiernos ad usum).
Lo anterior es lo que deducen sus férvidos lectores y comentadores.
Alarido de montañas fue su libro anterior, magnífica entrega poética que ha merecido la entusiástica recepción de, por ejemplo, Mario Rubén Álvarez, poeta también bilingüe y periodista de la tierra de Augusto Roa Bastos y de Elvio Romero. Entre otros entusiastas receptores de aquella obra, se cuentan a William Hurtado de Mendoza Santander (poeta bilingüe peruano), Félix Huamán Cabrera (proficuo creador nacional) y el conocido poeta y compositor ayacuchano, Ranulfo Fuentes.
Todos ellos coinciden en la grandeza de la voz –“telúrica y magnética”- de Wáshington Córdoba Huamán , adalid de una poesía, de una lírica que necesitamos con cada vez mayor urgencia.
Fiel a su lar nativo, pues, WCH, nos trae, renovado, su cantar esclarecido y esclarecedor,y por ello es idónea la calificación que le diera el escritor paraguayo, Mario Rubén Álvarez, quien sostiene que, su voz, plena de tan soterrados fulgores, discurre entre el relámpago y la azucena.
Según la posición de Barthes, una autor solo escribe una sola obra –y la renueva- durante su vida entera: sería, asimismo, el caso de Walt Whitman y sus Hojas de yerba (o más cerca de nosotros, el Noé delirante, de Arturo Corcuera).
De ese modo, esta poesía la de WCH, encarna, ella misma, el cantar de su estirpe andina, quechua y por ello mismo, universal. Fue el gran Tolstoi el que dijera: “pinta tu casa y pintarás el mundo”.
WCH., poeta de espigas que enarbolan los sueños que jamás serán arriados, a pesar de obvios y momentáneos reveses. Ella, la creación de nuestro autor, es un voto final por la esperanza. Y no podrán matarlo, dijo el gran Romualdo en el Canto Coral a Túpac Amaru (que es la libertad).
En este caso, no podrán matar al pueblo, y como enuncia un decir de nuestras recientes luchas latinoamericanas: “¡No nos moverán!””
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