viernes, 5 de mayo de 2017

GAMALIEL CHURATA VOLVIÓ A CAMBIAR DE RESIDENCIA. Por OMAR ARAMAYO "PREMIO PALABRA EN LIBERTAD"

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Churata, defensor de las causas indígenas, probablemente es el poeta que más cambios de residencia haya tenido en vida, como de finado.
Del cementerio de Ángel fue llevado a Puno en una cajita de cartón de leche gloria, en los vehículos más extraños y finalmente en tren, a la Apacheta de Los Amautas por Domingo Huamán Peñaloza y su hija Estrella, un cementerio que fundara su discípulo, el poeta Inocencio Mamani en la Ventilla, Alto Puno, en los años 80, casi especialmente para alojarlo a él y sus compañeros.
Durante una semana lo velamos, allí, en la Apache de los Amautas o nido de los cóndores, como se conocía a la residencia de Mamani; con los días los estudiantes de medicina y los traficantes de restos humanos, redujeron su cuerpo físico a su mínima expresión.
En los 90, lo trasladamos al cementerio de la ciudad de Puno, donde había un poco más de seguridad, la Beneficencia , no obstante la gestión del alcalde de entonces, Víctor Torres Esteves, lo destinó al pabellón dé párvulos, lo cual tenía indignados a sus hijos. Fue a las once de la mañana, en medio de flores y discursos, que lo rescataban del olvido. No tenía una loza sino cemento fresco, sobre el cual escribí el nombre del poeta y los años de nacimiento y deceso.
Como se sabe, Churata, a su muerte, fue completamente olvidado por los suyos, por los estudios literarios, y por el Perú entero. Exumarlo de esa fosa ha sido tarea de cuarenta años. Ahora vemos que los estudiosos del mundo entero, o parte de él, elaboran las teorías más alquitaradas y saludables.
Hace seis años el anterior alcalde se comprometió en construir, en el cementerio de Puno, un lugar decoroso donde finalmente el vate pudiera descansar, pero como casi todos los alcaldes del Perú, no cumplió con su palabra. Sobre todo la beneficencia, que por años ha sido siempre una institución parásita .
Hace dos años, por gestiones de un sobrino suyo, el sociólogo Pedro Pineda, se le concedió un nicho aparente, donde fue trasladado a los pocos días.
El viernes, 2 de mayo, hace dos años, a las ocho de la noche, pasaba casualmente por la puerta del cementerio, y de pronto me encuentro con los descendientes de Churata, como en un sueño. Así tuve el honor de acompañar a su hija Estrella, que llegaba de Taquile, y a Pedro y su esposa, Marlene, que la esperaba, a confirmar finalmente, la lápida donde puede leerse que allí descansa el autor de El Pez de Oro.
La noche era clara, el cielo estrellado de Puno de una profundidad incalculable, el verdadero infinito. Detrás del cementerio una banda de bronces que había perdido para entonces, por la faena del día, a sus platillos, redoblantes y bombos, tocaba furiosamente pero con gran dulzura, para confirmar que el amauta nos hablaba desde el otro lado del telón; aunque los músicos no lo supieran racionalmente.
Al día siguiente Estrella partió a Nueva York, donde vivía y donde falleció el año pasado. Yo me quedé aun algunas horas, lateando por las calles de Puno.

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