(Nuestro distinguido y respetable colega, el escritor OMAR ARAMAYO, el 17 de febrero del 2011, hizo publico un artículo por el fallecimiento del brillante y talentoso fotógrafo, El Chino Dominguez. Han pasado seis años de ello y mantiene vigencia el contenido de su escrito, así como el seguir viviendo a través de sus fotos el gran fotógrafo nacional. Publicamos el escrito en sinónimo de homenaje.)
Ha muerto el Chino Domínguez, y su muerte ha sido como el incendio que aviva las llamas de su obra, si antes se veía de cerca ahora se ve desde lejos. Si antes alguien quería no verlas, ahora exigen conocerlas, saberlas, mirarlas, explicarse dónde estaba realmente la magia de Domínguez. Y aunque la frase es manida con cada muerto célebre, con el maestro adquiere una connotación especial, por tratarse de un hombre que trabajó la imagen, que hizo la imagen de más de cincuenta años de la vida nacional.
No en vano se decía él mismo al mirarse en el espejo de sus amigos y en el hondo pozo de su propia obra, que su trabajo documentaba al Perú, tanto como antes lo había hecho Guamán Poma de Ayala, Pancho Fierro, Courret o Martín Chambi.
Domínguez tenía una conciencia clara, prístina, del concepto de Obra. Y esa vocación, esa sensación, lo acompañó desde cuando era un mozalbete; desde entonces empezó a acumular sistemáticamente sus negativos. Tenía conciencia diaria, y al minuto estaba construyendo un gran edificio, una arquitectura inhollable, aquella que deja la realidad, que deja de ser la realidad para convertirse en imagen; como un ser que deja su cuerpo y su espíritu a un costado del camino y al viento para convertirse en otra cosa: imagen, imágenes, representación, ojo y corazón, ojo y latido, ojo y estructura. Lente en el ojo, en el otro ojo; feedback en la mañana del otro.
Tenía conciencia histórica, sabía perfectamente que la secuencia de sus fotos tejía el gran argumento del quehacer nacional. De su tragedia, de sus vicisitudes, de las pasiones de los hombres que día a día se mueven en las aguas de la decisión de las grandes mayorías, muchas veces en el inútil intento de renovar su condición.
Sabía, Domínguez, que sus fotos eran la esencia líquida que corre por las venas de esto que se llama Perú. Se ha dicho tantas veces que los periódicos hacen la historia del mañana; Hegel decía que los diarios son el evangelio del mañana, para este reportero gráfico su quehacer diario era el pan de cada día, pero no solamente el sustento doméstico, sino el pan que guardaba para mayo, para ese mes hermoso en el cual todos los peruanos, como quería Vallejo, nos podamos sentar a la mesa para tomar juntos el desayuno.
El concepto de colectividad, del todos, de comunión que anima su obra, para que finalmente si los peruanos tuviéramos que reclamar qué nos corresponde a cada quien, en propiedad perpetua. Y tal vez solamente nuestra historia. Incipiente, dramática, adolescente, de grandes naufragios, de oportunidades perdidas, de promesas escandalosas, de un pasado glorioso; al fin, nuestra historia.
Además Domínguez tenía una pasión, un fervor, la política.
Desayunaba con el acontecer político y se acostaba con él. Su obra documenta los diversos los ciclos políticos que se sucedieron desde que abrió los ojos a su lente maravilloso.
Se podrían hacer varios videos, cortometrajes, películas, con las secuencias que captó en el día a día. Está el velasquismo en todo su esplendor y en su decaimiento, la izquierda en su ufanía galopante y en la búsqueda de la construcción de un país nuevo, el APRA en todo su largo y dramático proceso, el fujimorismo hegemónico, la marcha de los Cuatro Suyos.
Se podrían hacer varios videos, cortometrajes, películas, con las secuencias que captó en el día a día. Está el velasquismo en todo su esplendor y en su decaimiento, la izquierda en su ufanía galopante y en la búsqueda de la construcción de un país nuevo, el APRA en todo su largo y dramático proceso, el fujimorismo hegemónico, la marcha de los Cuatro Suyos.
Y al mismo tiempo el contexto internacional: México, Honduras, Nicaragua, Francia, Alemania, Rusia. El lente peruano de Domínguez tenía esa curiosidad y al mismo tiempo el estilete para develar cualquier misterio, sospecha, evidencia velada, o solo verdad por iluminarse.
Eso le permitió hacer fotografías que son verdaderos iconos. Domínguez es un fotógrafo icónico. Hace símbolos gráficos. Más que logos, poemas, sentencias. Cuaja pasiones. En su lente los poetas, las artesanas, los criollos, los mendigos, las presas y presos, se convierten en imágenes políticas. Hay fotos de Domínguez que son un grito, o solo una pregunta al soberano inquisidor, el que mira desde adentro.
Ha muerto Domínguez, pero está más vivo que muchos que caminan por las calles, nos llama a tomar unas cervezas y un ceviche que será calificado de acuerdo a a las leyes del día de hoy, porque hoy tiene sus propias leyes.
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