“Me retiene su llanto el nervio tenso./ Oh delicados tiempos
que fuimos de las manos/ paseando por las calles y los parques urbanos/ y un
tranvía llevaba tu risa y mi alegría!// Hemos sido felices como en cuentos y
sueños./ Hemos sido tan claros, que éramos dos pequeños/ Dando vueltas y
vueltas en el mismo tranvía”.
Penitenciería de Lima, febrero del 53
C.L.
García Márquez, más de una vez,
escribió que, para lograr la belleza, la perfección del estilo (se refería al
periodismo, a la prosa de no ficción) era necesario ser poeta. Y esto se
cumple, ineluctablemente en los casos de los más altos prosistas de nuestro
tiempo. Y esto lo aplico, “sin dudas ni murmuraciones” a nuestro homenajeado de
hoy, el relevante periodista y creador, César Edmundo Lévano La Rosa, que se ha asomado al umbral de su nonagésimo
cumpleaños, en lo que he titulado sus “inexhaustas” jornadas.
Porque todo ha sido la vida de César,
menos el sosiego, la calma necesarias –en algunos casos- para enhebrar aquellas
palabras que habrán de trascender, y que solo en contados casos, se hallan en
las páginas de diarios y revistas, hebdomadarias o no.
Desde los albores de una vida signada
por el alacrán de las necesidades más elementales, con una familia identificada
por el gonfalón de la lucha social –especialmente su tan recordado progenitor-
César (la verdad no le he preguntado, pero quizá la adopción de ese “nombre” es
una suerte de homenaje al autor de “Masa”)
Edmundo, discurrió entre diarios y revistas y su fundamental cátedra sanmarquina.
Hoy, un nuevo libro de Paco Moreno (está feraz el
cangallino) Rebelde sin pausa, Paracaídas editores, nos entrega una –visión, la primera, a la que
habrán de seguir varias más, sin duda ninguna. En el volumen se halla la vera
imagen de un hombre combativo y combatiente, dueño de un humor a toda prueba y
del conocimiento entrañable del difícil arte de escribir todos los días, y
hacerlo con una prosa realizada con donosura, pero siempre muy bien informada
(por la lectura de libros en los varios idiomas que César, autodidácticamente,
domina).
Cuando el que esto escribe aún
ejercía cátedra en mi adorado sanmarquitos, tarea sine qua non de mis alumnos de los cursos de redacción, era leer
al maestro Lévano, y pretender decodificarlo, a pesar de que él no escribía “en
difícil”, pero, sí, con un estilo que no tenía nada que ver con el
periodismo-basura ad usum.
Yo mismo aprendía -¡cómo no!- al
leerlo: me informaba, me documentaba; buscaba, en su prosa y en sus
metalenguajes, el pulso del acontecer cotidiano, el faro que me permitiría
desplazarme por las cochambrosas calles del presente. Ahora mismo, con los
desaguisados de los patibularios fujiapristas, leo con ansiedad sus puntos de
vista, siempre tan certeros.
Criollazo (habitaba el entrañable
Rímac, no lo olvidemos), su amistad hegemónica con MA0 –léase Manuel Acosta
Ojeda-, Alicia Maguiña, Carlos Hayre, Jorge Vega –“Veguita” o Juan Gonzalo, el
grande, nos permitían tenerlo siempre en el discurrir cotidiano; nunca en las
apócrifas estancias del periodismo de “los de arriba”.
Por ello su “estilo” era, al mismo
tiempo, llano, directo, pero lleno de información; pues era de los que pensaba
–pensamos- que aquello que no enseña, mejor que vaya al basurero de la prensa chicha, aquella que Antonio
Cisneros llamaba “papel para envolver pescado”. De allí que no pocos de sus
artículos, en una sección especial de mi biblioteca, se encuentren prestos para
seguirnos dando las respuestas para el-a veces- groseramente repetitivo
devenir.
¿Y la poesía? Pues es la que se halla
en las entrañas de todo lo que hace él con su prosa incantatoria, pero asimismo
en los volúmenes de versos que –muy pocos- ya se han publicado.
Sugerimos que, ahora, que se ha
dejado atrás la falaz “facilidad”, típicamente fujimorista, de graduarse sin
tesis ninguna, algún o algunos de los jóvenes aspirantes a las titulaciones
académicas universitarias –puede ser uno
o un equipo- estudien la obra poética del maestro César Edmundo Lévano La Rosa
e intenten atisbar cómo ella se trasunta en su proficua producción
periodística.
No por gusto hemos citado, a guisa de
epígrafe, el cuarteto final del muy bello soneto –escrito en la cárcel, llamada
panóptico en ese entonces- que, en febrero de 1953, dedicara a su adorada
Natalia, con quien se casara en 1956 (para
toda la vida porque hoy la Institución se ha vuelto como quien dijera de usar y botar) y con la que fundara una
familia paradigmática, luego que ella la esperara hasta su salida de la cárcel
política –una de las tantas- que padeciera.
El poema es toda una presea y, quien
ha escrito aquella, no necesita “demostrar” que es un lírico por antonomasia (lo
que le sirviera ¡tanto! para enhebrar su periodismo sui generis).
Usé –en el título- el no muy común
adjetivo “inexhaustible” porque soy de los que creen que hacer periodismo es
hacer docencia, y que los depredadores del lenguaje –que padecemos cotidianamente
en los media- no tienen nada que hacer
en el rescate de una profesión que ennoblecieran José Carlos Mariátegui –su
penate- y Truman Capote, entre muchos otros. Y mi Norte en esto es, nada menos
que el autor de 7 Ensayos, quien,
muchas veces, me ha mandado al
Diccionario: solo un ejemplo, cuando él dice que su visión del mundo no es
“anastigmática”. ¡¡¡!!!
Y, para ahorrarles el viaje hasta la
biblioteca, les explico que la palabreja quiere decir “inagotable”, porque así
ha sido el trabajo de César Edmundo, siempre, y más aun, en este su nonagésimo año de vida.
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