LA ESPECIE HUMANA FRENTE AL CORONAVIRUS
Por Jorge Rendón Vásquez.
Llevada, en gran parte, por el transporte aéreo, la infección del Covid-19
se ha hecho universal. Ataca a todos los que puede, sin discriminaciones. Sus
víctimas son, por ahora, los seres humanos, algunos o muchos de los cuales cooperan
con él, transmitiéndolo.
Es un virus similar a otros que causan la gripe, pero más agresivo. Lo
descubrió en 1964 la microbióloga escocesa June Almeida, casada con un actor
venezolano. Tomó muestras del fluido de la nariz de varias personas con gripe,
las puso en el microscopio electrónico y lo vio: un infinitesimal ser vivo,
esférico y con prolongaciones semejantes a la corona de la reina de Inglaterra.
Le causo gracia y lo llamó Coronavirus. Cuando dio a conocer su descubrimiento
en un artículo, la ningunearon. Pero lo que ella había hallado no pasó
desapercibido para otros más inteligentes y menos egoístas. Ahora se han
acordado de ella.
Tan temible atacante viaja en las gotículas de saliva de quienes lo tienen
que se esparcen cuando hablan, como un pulverizador, hasta un metro delante, penetra
en los otros cuerpos humanos por la nariz, la boca y, a veces, los ojos, que se
comunican con la nariz, se mete en la garganta, incuba allí unos días,
multiplicándose, y pasa a los pulmones. Las defensas del cuerpo humano detectan
a los invasores y se traban en una lucha a muerte con ellos. La alternativa es:
o las defensas vencen, matando a los invasores; o estos las matan a ellas y matan
al afectado. La posibilidad de que triunfen las defensas aumenta si conocen ya
a esos enemigos y disponen de los anticuerpos necesarios, lo que pueden lograr
con las vacunas.
La lucha del cuerpo humano contra otros enemigos, como esos, o más grandes,
como las bacterias, los hongos y los parásitos, es permanente.
Esto nos lleva a preguntarnos, de nuevo, qué es biológicamente el cuerpo
humano, y la respuesta es: un conjunto superorganizado de billones de células especializadas
en funciones que han evolucionado desde que apareció la vida sobre la tierra
hasta convertirnos en la especie animal dominante de las demás especies.
A las células las vio por primera vez, en 1665, el inglés Robert Hooke con
un microscopio que él mismo hizo y le puso ese nombre por su parecido con las
celdillas de las abejas. En 1830 Theodor Schwann y Matthias Schleiden,
alemanes, descubrieron las células humanas.
La evolución de estos conjuntos de vida ha sido el resultado de un combate
constante y mortal contra otros conjuntos, combate regido por la ley de la
selección natural, por la cual se imponen o vencen los individuos más aptos,
que pueden serlo por su fuerza, constitución, reacciones o número, y en la
especie humana, además, por su inteligencia y organización. Charles Darwin descubrió
esta ley y la expuso en su libro El
origen de las especies por medio de la selección natural, publicado en 1859.
En su libro El origen del hombre
dijo: “El hombre puede tomar de animales inferiores, o comunicarles a su vez,
enfermedades tales como la rabia, las viruelas, etc., hecho que prueba la gran
similitud de sus tejidos, tanto en su composición como en estructura elemental,
con mucha más evidencia que la comparación hecha con la ayuda del microscopio o
del más minucioso análisis químico.” (El
origen del hombre, cap. I). Esta vez, el Coronavirus, en un salto triple, ha
pasado de los murciélagos, que conviven con él, a algunos hombres y mujeres no
adaptados para soportarlo y de ellos ha migrado a otros.
Con el ataque del Coronavirus estamos, pues, ante otro episodio de la
selección natural. Sobrevivirán los más aptos que, en el caso, son los que
poseen defensas más firmes, por lo general las personas menores de 60 años, y
los que sepan defenderse. Saber defenderse implica conocer al enemigo y sus vías
de penetración en el cuerpo humano y, consecuentemente, impedirle que ingrese,
o sea, mantenerlo a raya, fuera de nosotros.
Ya se conocen los medios de defensa: 1) aislarse en las casas o
departamentos en los que se habita; sólo salir adonde haya gente cuando sea
estrictamente necesario; las personas mayores de 60 años deberían quedarse en
casa, salvo que no tuvieran otra persona con la cual vivan; 2) al salir a ambientes con gente llevar siempre
la mascarilla, anteojos, y guantes si es posible; 3) lavarse bien las manos con
jabón cuando se retorna a casa; las cosas tocadas por personas infectadas, como
los pasamanos, las manijas, el dinero y otras podrían ser un puente de
transmisión del virus; 4) desinfectar los zapatos con una solución de legía y
lavar la mascarilla y la ropa usada en la calle con jabón; la luz del sol es un
desinfectante natural, no por el calor, sino por los rayos ultravioleta; un par
de horas de exposición pueden bastar; 5) tomar una tableta de vitamina C, 1 gr.
por día para reforzar las defensas.
Entre los menos aptos frente al Coronavirus se encuentran las personas que
no se informan sobre este; los indolentes y negligentes activos y pasivos que
prescinden de someterse a las medidas de protección; y las personas con menores
ingresos que habitan en ambientes congestionados o carecen de servicios de agua
y desagüe, y que, a pesar de esta situación, deberían ser más cuidadosos.
Es evidente que la propagación de esta pandemia se debió, en los primeros
momentos, al desconocimiento de su peligro y a la reacción tardía de los
gobiernos. Quienes portaban el virus lo transmitieron libremente. Cuando la
infección se extendió y se supo lo que significaba, la contaminación corrió a cargo
de los indiferentes y negligentes y de los portadores asintomáticos. Después
que los gobiernos dispusieran ciertas medidas obligatorias de protección, teóricamente
ha debido terminar la propagación del virus en unos quince días. No ha sido así.
Los casos han continuado hasta hacer colapsar los hospitales. Todo lleva a
indicar que son los negligentes los afectados y causantes de la transmisión a
otros descuidados.
Si está probado que las medidas de protección son eficaces —puesto que de
otro modo no se les recomendaría— el país debe ya reintegrarse paulatinamente a
la normalidad y permitir la reanudación del trabajo en las empresas y la
administración pública, todos usando los indicados medios de protección. La
asistencia a las escuelas y las reuniones deberían aún esperar. Para las demás
personas la regla debería ser: salir a la calle sólo cuando sea estrictamente
necesario.
Hasta que la conciencia social sobre la importancia de las maneras de
defenderse sea más sólida, se requerirá exposiciones de información y consejo e
instrumentos jurídicos obligatorios para la ejecución de ciertos comportamientos
de relación social.
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