domingo, 1 de marzo de 2020

EL SORDO CANTAR DE LIMA Por CESAREO "CHACHO" MARTINEZ



EL SORDO CANTAR DE LIMA

Por CESAREO "CHACHO" MARTINEZ  

Está abriéndose la noche.
Está abriéndose el tiempo.
La gran puerta de Lima se está abriendo.
Hay un estruendo como de cielos que crujen,
como de hombres que crujen.
Oigan animalitos y hombres desterrados, la puerta de Lima está abriéndose.
Veamos. Un solo grito más, una sola señal humana sufriente,
Y habrá pasado el primer hombre.
Con su temeroso cargamento de amuletos y arco iris, ellos, los desterrados,
Estamos sacudiendo la puerta de Lima.

Ahora ya está abierta para todos.
Mostrando sus entrañas de locura y agua muerta, la ciudad de Lima está aquí.
Inclusive para los raudos pájaros de cantar nocturno, abierta para los rayos del sol.
Oscurecidos por la indiferencia, encallecidos por el sol, penetremos ahora.

La tierra está humeando. Y en tu rostro aún gimen las briznas de la noche.
He dejado a descansar mi caballo brioso y he plantado mi cabeza en el arenal.
Mis brazos en el arenal. Y estos ojos transidos de vigilia en el seco arenal.
He desparramado mi cabeza entre las arenas. Aquí es donde alcanzará alguna belleza.
O tal vez, con sus horrendos zumbidos, estos locos vientos la despeñen en el desatino,
irremediablemente en el desatino

Las arenas retienen la calentura para la noche. Pero la noche, lo sé tardará mucho.
He de hacerme un espacio para entonces,
un espacio de verdura y aguas vivas,
pero que no exceda el tamaño de mi familia.
Vuelve mi cabeza. Se sacude se extiende se extraña y se olvida.
Tensada por el aire,
tristemente atenazada por las abluciones de estos vientos, se olvida.

Ahora el sol asciende con malicia.
El mismo sol que abunda y merodea tanto tiempo en los cielos, tanto tiempo abundando
sobre nosotros, sin embargo lejos de nosotros.
He plantado mi choza en los alrededores, donde los dioses disputan un espacio a las ratas.
Pero las ratas, con sus ojos azorados, invierten el tiempo de los hombres.
Y el tiempo de los dioses parece que ha concluido.

II

No es el día ni es la noche.
Sólo amanece o anochece; no lo sé.
Una sombra quebradiza se arrastra oscureciendo el aire y la visión de las cosas.
No hay rastros de dioses ni la pezuña gris de las bestias oliendo el arco iris.
Sólo amanece o anochece. No lo sé ni podré ya saberlo. Seca y sorda es esta tierra.
Seca y sorda para mis sentidos (que ya no sienten); para mis ojos que sabían tantear en la oscuridad.
Atrás, muy lejos, aúllan los abismos cirniendo la arena azul del tiempo.
Sé que esos aullidos tienen una voz para mí. Una señal sutil que salvaría mi cuerpo.
Pero ya no entiendo su parloteo; ya no percibo su mensaje. No puedo volver la cabeza.
Algo atroz como los reflejos del sol en la nieve me lo impide.
No puedo enderezar mis ideas.
Sólo tiemblo y habito en silencio.

No sé si amanece o anochece. Es incierta esta hora y el miedo amenaza desde cualquier lugar.
Presintiendo que entraba en otros abismos, abrí los ojos para no extraviarme.
Ni de día ni de noche. Sólo la tenaz niebla arrastrando este mundo.
Sólo este chirriar de la niebla atormentando mis ojos.
Abro el corazón, entonces, para ver mejor. Mas el corazón está flojo, pesado pedernal de niebla.

La gran puerta de Lima es la niebla. Sus patios y despensas son de niebla.
Nacen en la niebla. Comen y se ayuntan en la niebla. Si sueñan, sus sueños son de neblina.
En Lima sólo amanece o sólo anochece. No es el día, que es perfecto y hecho de urgencias.
Ni es la noche, que es cerrada tutaytuta.

Penetré en la niebla a tajo abierto. Abrí la niebla para que mis pies conocieran las arenas.
Y las arenas al principio calentaron mi corazón. Entonces toqué las puertas de niebla.
Toqué las grandes y las chiquitas. Toqué las puertas diminutas.
Aquéllas que son alumbradas por la esperanza y la sombra de quien llega.
Pero jamás llegué. Descansé mucho para llegar tarde sobre las arenas de la niebla.
La niebla es buena en Lima. Pero no es la noche.

No hay noche ni día en Lima.
Entre la niebla es difícil saber quién te habla, quién te ama, quién te escupe.
Puede estar abierta la ciudad. Puede estar despierta o dormida.
O pudieron haberla trastornado.
Pero la niebla te arrastra haciéndose extraño a ti mismo.
Urgido de sol trago niebla. No me equivoco. Transito bajo la niebla ceremoniosamente.
Ahora ya no podré volver la cabeza.
Siento arder mis ojos y temo la enorme sombra de los cerros que aún crece en mi memoria.

III
Visto el sol
Sólo el sol. El único
Es decir el cínico
El que se zafó de mí y vino a sentarse a esta mesa
Veámoslo arder:
Sólo bajo el sol sentencioso hablará la sabiduría
Y cantará para todos
Y todos los animales brillarán
Sacudiendo sus cuerpos deformes bailarán
Clavando sus garras en la tierra danzarán
Ya verán. El sol besará a todos
Y todos lo besarán
Diminutos para el sol
Oscuros para el sol arden los hombres
Solo el sol de quinientos mil años
El sol sólo de quinientos mil barbas
Sólo el sol siempre solícito
El que se zafó de mí y se fue saltando a danzar con ustedes
El verde sol oscuro
El que desata el arco iris
Este que nos abandona sin inmutarse
El que se quita y nos deja llorando
El purísimo sol arcaico
Este novísimo sol incaico
El que se zafó de ti y vino llorando a encender mis sueños
Este rico sol de los pobres
Este más rico sol de los más pobres
Sólo el sol siempre solícito
No este que está arriba
Sino el que está más arriba
El que está en el cielo de Lima
El único. Sólo el sol
El sol de Lima.

IV

¿Dónde están ahora los dioses?
Bajo esta sorda tierra no se mueven.
Tal vez estén ocultos, dominando con sus alas otros mundos,  otros resplandores.
Tal vez. Tal vez.
Dónde están ahorra que profano sus nombres, convocándolos a esta danza,
incitándolos a que bailen y se pronuncien.
Porque si no danzan, consideraremos que han perecido.
Hace tiempo que no se escucha el dulce canto de la torcaza y sé que esta mañana
nuevamente será de urgencias. Y sé que hacia el mediodía arderá la bruma.
Ni dioses, ni bestias.
Sólo estos hombres, carcomidos por el uso de las auras, sintetizados por la luz,
discurriendo bajo la niebla.
Tan atentos a las cosas, entresacados de las cosas, sin la capacidad
de nombrarse a sí mismos, sin la potencia ya de un grito.

¿Hacia dónde encaminas ahora tus pasos, presuroso corredor de los cerros,
antaño tronador de las eras?
Con la mira incierta mides el declive de los edificios donde tú mismo,
a la hora de la existencia, habrías cambiado de plumaje.
Escuchas el trotar de la muchedumbre (¿hacia dónde van?) y aguaitas
el interior de las casas; intuyes que todo bien.
Todos están vivos pero nadie te ha visto; ninguna sombra se ha topado con tu sombra.
Habitas. Solamente habitas.

Sin embargo presumes que existes.
Ellos escrutaron tu rostro mas tu cuerpo se mantiene intacto.
Tu cerebro camina pero esta mañana ha gemido tanto; salvado de las charcas,
tu cerebro ha explotado muchas veces.
Pero tu cerebro trabaja y tus brazos descansan esperando el abrazo de tus bestias.
Animalito citadino, reconoce tus alimentos.

Ya es mediodía.
Ha caído la bruma y la hambruna.
Sobre los techos de las casas repta la bruma.
Sobre los pechos de los hombres crepita la hambruna.
Ni dioses, ni bestias.
Melanio Ataucuri Sono, sobre tus ojos violentos ha caído la bruma.

V

Algo de paz, Señor
Hay un estruendo como de hombres que crujen
Sobre las alas de la luciérnaga se viene la noche
Y pronto nos habrá engullido a todos por igual
Un hombre vestido de hombre contempla el horizonte desde el puente de Chosica
Y allá en el cielo no hay menos rojo que azul; aunque el ocre ya se insunúa
Este hombre ha parecido tanto durante el día
En el día ha mutado tanto que ya no tiene memoria
Sólo la baranda del puente, Señor, resiste su temblor
Rencorosas bajan las aguas del río ya sin sol
Y las sombras, vengativas, ascienden por el valle
Es la hora de los deslindes entre el cielo y la tierra
La hora en que la simple luciérnaga lo dice todo
El hombre ha vuelto la cabeza del lado de los vientos
Es que necesita aire para seguir pereciendo
Ahora el cielo ha completado su telar ocre
Animal insurrecto, el río, ha levantado la voz
Sobre los ruidos humanos, Señor, el río ha levantado su voz
Pero el hombre está allí, perplejo y maravillado
La escena del horizonte lo tiene embrujado
Aunque, al parecer, es el crepúsculo quien gime
Como una fiera descubierta en su acto sagrado, gime
Que esta visión sea, por hoy, su recompensa.

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