En una semana han muerto dos queridos amigos, dos muy queridos colegas escritores y artistas. La causa ha sido la misma: infarto.
Rescato un poema mío de hace algún tiempo, y decido dedicárselo a ambos: el del corazón. “Este viejo tambor”, y el otro es sobre los muertos, en general, que nos acechan. Aquí van, pues: ambos para los dos amigos: el primero, Ricardo Vásquez Olivares, catedrático sanmarquino de odontología y artista gráfico, autor de más de media docena de carátulas de mis primeros poemarios; el segundo, el relevante narrador piurano Miguel Gutierrez, cuya memoria –muy fresquita aún- escuece todavía.
¡ESTE VIEJO TAMBOR!
A Ricardo Vásquez Olivares y Miguel Gutiérrez
Mantenga usted
su mano
sobre mi corazón. ¿Silencio? ¿No
lo escucha? Es mi
viejo motor
medio averiado. Pero
ahora funciona. Ya,
aproveche. No
sea que
más tarde
se pare, el
muy tozudo. Perdónelo,
es muy torpe. Un
caballo sería
-tal vez-
más diligente. ¡Este
viejo tambor! Si
A veces
Hasta temo
Que deje
De cantar
Sin poder avisarme.
CUANDO PIENSO EN LOS MUERTOS
Cuando pienso en los muertos
me confundo. Cuando recuerdo
(a veces) su estatura, y también
sus andares turbulentos, su pulular
altivo a mi costado:
ya no sé cómo hacer
para decirles, que está bien,
que lo sé, que los conozco,
que reverencio –humilde-
sus harapos. Pero a ellos
parece no importarles.
Continúan su danza
calculada. Hacen muecas,
me apagan el cigarro; contaminan
el aire, me persiguen; surcan
la soledad que me acompaña.
Y escriben, con mis manos,
su apellido (aunque yo no lo quiera,
como ahora).
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