martes, 13 de abril de 2021

DELIREMOS CON TERESA RUIZ ROSAS: SOBRE SU GRAN NOVELA. Por WINSTON ORRILLO.

                                                             TERESA RUIZ ROSAS.
 

 

DELIREMOS CON TERESA RUIZ ROSAS: SOBRE SU GRAN NOVELA

 

                        “Tallar el lenguaje como un diamante”

                                                                T.R.R.

 

                                                  Por  WINSTON ORRILLO

 

Una gran novela que le valiera, con estricta justicia, el Premio Nacional de Literatura, y que consagra, a su autora, como la más relevante creadora peruana en prosa de ficción, en los días que corren.

Arequipeña por antonomasia, Teresa es no solo escritora de narrativa, sino que ha desarrollado -desarrolla- un ingente trabajo como traductora literaria.

Entre sus más connotadas creaciones, figuran El copista (finalista del Premio Herralde de novela y del Premio Tigre Juan, para primeras novelas) y otras obras, todas con galardones y/o menciones en eventos internacionales de su especialidad, como La feliz posteridad, La mujer cambiada, Nada que declarar (que el suscrito comentara hace varios años). Su obra cuentística, asimismo, ha merecido diversas distinciones, y fue recogida en El color de los hechos.

Varias de sus piezas de arte literario, han sido traducidas al alemán, neerlandés, inglés e italiano Ella, por su parte, ha vertido al español obras de la lengua de Goethe y del húngaro.

Reside en el extranjero, mucho tiempo en Alemania, y ahora en España,  Barcelona.

La obra que tenemos entre manos, Estación delirio, ha sido editada por el prestigioso sello “Literatura Random House”, en el 2019, y nos llega por habernos reencontrado con la autora en la excelente antología de Ricardo González Vigil, Cuentos peruanos de la pandemia, donde figura una joyita de su narrativa breve.

Hecho el contacto, ella ordenó se nos enviara la novela que comentamos, la misma que se convirtió en una obsesión para nuestra lectura, lo cual fue, paradójicamente, favorecido por la pandemia que nos nos permitía salir de casa, por lo que el tiempo entero fue-y no fue tiempo perdido- dedicado a no solo leer, sino estudiar (es nuestro método de trabajo cuando accedemos a obras mayores) su presente Estación delirio que, valgan verdades, por momentos nos hizo, a nosotros mismos, caer en la vorágine de sus páginas donde la razón y la sin razón coexisten,  conviven desaforadamente.

En la Estación Central de Stuttgart, Anne Khal, que tiene tres nombres a lo largo de la obra, sui generis secretaria de una reputada clínica psiquiátrica, encabeza una desaforada caravana de mujeres-pacientes dadas “de alta”, súbitamente, por la voluntad de su director-propietario, el doctor Curtius Tauler,  quien “decide” cerrar su nosocomio para dedicar, lo que le queda de su luenga vida, al arte, en realidad su pasión secreta..

Las pacientes, o ex pacientes (cuyas desopilantes historias A.K. nos va relatando), tienen que ser embarcadas a sus respectivos destinos, en una tarea que cumple Anne Khal a duras penas.

Mientras tanto, se nos cuenta la vida de A.K. en Arequipa, donde, casada en ese entonces, conoce a Silvia Olazábal Ligur, alter ego de la autora, y con la cual, y las hijas de ambas -Anne y Silvia- discurren por aventuras estético-literario-psiquiátricas, que nos permiten adentrarnos en un mundo de creadores paradigmáticos y episodios esquizoides, con abundantes y abundosas citas que no resistimos la tentación de copiar para tenerlas en nuestro fondo de pensamientos celebérrimos.

Por momentos, la obra se torna difícil por la profusión de nombres germanos y de otras nacionalidades europeas, pero el esfuerzo vale la pena porque acabamos enriquecidos por el mundo al que nos conduce la autora, que hace gala de una prosa paradigmática y una exquisita visión del arte, la psiquiatría y todo lo concerniente al enriquecimiento de nuestra asombrada visión del mundo.

Sin llegar a la hipérbole, por momentos, esta novela nos lleva a nuestras no recientes lecturas, verbi gratia, de Thomas Mann y/o Henry James.

No es excesivo decir que Teresa Ruiz Rosas mejora, ostensiblemente, en cada una de sus obras, con las que nos deleita, a la vez que nos educa, o reeduca.

 

 

 

 

 

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