MANUEL GUERRA: EN EL
PODIUM: ESCRITOR Y PERIODISTA
Por WINSTON ORRILLO.
“Esta gran humanidad ha dicho ¡basta! Y su marcha de gigante no se
detendrá hasta lograr su segunda, definitiva independencia.”
2da
Declaración de La Habana
Su obra, como la de muchos beneméritos escritores, creadores
peruanos, permanece medio sepultada por toneladas de indiferencia, no casual, sino cuidadosamente, preparada,
ejercida por las mafias culturales de aquí y acullá. Mafias que manejan y/o son
manejadas, por lo que el inolvidable y heroico comandante Hugo Chávez
denominara, con sapiencia, el “terrorismo
mediático”:televisión, radio y periódicos, con excepción de “Diario UNO.”
Su (nuestro)“delito”) la
militancia: el estar al lado de los que el gran escritor mexicano llamara
“los de abajo”. Y luchar con ellos, por ellos, para ellos, en un mundo donde el
neocolonialismo, la sociedad de consumo y demás coberturas verbales del
despiadado, criminal y genocida Establishment,
sigue encabezado –hoy más que nunca- por el imperio norteamericano, cuyo eje
visible, el multilunático Trump, no es sino uno más: la
cabeza del melanoma, pero es lo mismo, llámense Bush Clinton, Nixon, Obama, o el
apócrifo seráfico Kennedy, asesinado por un lío entre mafiosos, quien tiene, en
su prontuario, el haber ordenado la invasión de Cuba por Bahía Cochinos, la histórica””Playa
Girón”, derrotada amplia, absolutamente por el pueblo de Martí y Fidel, mientras
éste comandaba la victoria contra los mercenarios. El ejército defensor de Cuba,
además del regular, profesional, estuvo integrado por estudiantes, por
alfabetizadores, uno de los cuales (Camacho,
Camachito) tuve la suerte que me tocara como guía en uno de mis viajes a la
llamada “Perla del Pacífico”, el Primer Territorio Libre en América.
He aquí, pues, la causa del silencio contra la importante
obra narrativa de Manuel Guerra, escritor cajamarquino, nacido el 18 de junio
de 1957, y la culminación de cuyos estudios universitarios, fue obliterada por
la militancia en la izquierda combativa, donde ocupara diversos cargos
relevantes, hasta culminar, hoy en día, en la expectante Secretaría General de Patria Roja, uno de los gonfalones de la
aguerrida izquierda nacional, y cuyo trabajo se encamina hacia la perentoria
unidad, para deodorizar el ambiente político, y fumigarlo de todas las
bacterias y ratas que ocupan, verbi
gratia, el inefable “Congrezoo”,
que viene batiendo todos los records de inmoralidad, apoyo indecente al delito,
pues sus propios miembros son delincuentes –ellos mismos- productos de albañal,
seres excrementicios: (no hay otra forma de calificar a Keikos, Bartras,
Betetas, Becerriles, Vilcatomas, Arimborgos, Salazares, Salgados, Torres, Blanca
Chávez, Aramayos, Tubinos, sigue la
lista… pues son todos).
En fin, la lucha continúa y, mientras tanto, la creación
literaria, y todas las creaciones artísticas, son formas de combate, arietes,
gonfalones, encaminados a alimentar el espíritu de nuestros hermanos de clase.
Y esto es cardinal, porque
sobran los ejemplos de aquellos que, por la inmersión absoluta en el
devenir político, se vieron obligados a
abandonar la creación de aquesta belleza
(estremecedora) que el pueblo necesita y nos demanda…
Al otro lado se hallan los que, sin bajar la guardia
creativa, prosiguen, proaiguieron, con
la lucha social: los ejemplos sobran: Neruda, Louis Aragón, Paul Eluard, Liubomir Levchev, José Saramago, Eduardo
Galeano, Roberto Fernández Retamar; y, también, asimismo, en nuestro doloroso
país, César Vallejo, Gustavo Valcárcel, Alejandro Romualdo, Alejandro Peralta,
Xavier Abril, Leoncio Bueno, Francisco Bendezú, Juan Gonzalo Rose, César Calvo,
Arturo Corcuera, Javier Heraud, entre varios otros.
De lo que se trata es
de que, nuestra visión política coadyuve –no oblitere- la mirada artística que,
siempre, va más allá de lo apariencial.
Y eso sucede con la valiosa, y aún por descubrir, obra
narrativa de Manuel Guerra Velásquez
(solo usa nombre y primer apellido, como Ricardo Palma: lo hacemos nosotros
mismos) que se reúne en tres libros singulares, Trasiegos, 2013; La copa de
la Muerte, 2016; y Fátum, 2018.
En todos ellos la prosa es limpia, muy cuidada (tiene oficio, díría alguno) como que
debe penetrar la urdimbre de una realidad de suyo conocida, aunque cubierta por
el moho y las excrecencias de una cotianeidad
engañosa.
Manuel describe, con pericia, el exterior e interior de sus
personajes, verdaderos agonistas, y sabe sacar, de ellos, los paradigmas que nos conduzcan a los
meandros del testimonio que nos ofrece en cada una de sus obras, escritas, en
principio con gran conocimiento de causa y cuyos motivos son, en definitiva,
los caminos que nos conducirán a la reconstrucción de esa vida eterna, que es
la que se encuentra allende el diario suceder.
Tanto en la novela, como en el cuento, el joven autor sabe
cómo situarnos al centro y al interior de la vida, que es amor, mas asimismo,
odio; que es fidelidad, pero también traición
Habrá quienes prefieran al Manuel Guerra narrador in extenso (léase, novelista), pero
asimismo, las breves historias de los
veinticuatro cuentos de “Fátum”, son un inobjetable
caleidoscopio que nos aproxima al Perú del interior, que deviene, mutatis mutandis, en el espejo de la vida real, universo que el
autor, generosamente, entrega a nosotros, sus agradecidos lectores.
Votemos, pues, al saludar la ubérrima conjunción de su
integérrima militancia (y su obra creativa tan admirable), porque Manuel
Guerra, prosiga en ambas vertientes que, en definitiva, como diría José
Saramago, se unimisman irreversiblemente.
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