domingo, 12 de enero de 2020

BUENO LEONCIO, MACERA PABLO: LA VIDA Y LA MUERTE: P. MADRE. Por WINSTON ORRILLO.

                                                                 Winston Orrillo.





BUENO LEONCIO, MACERA PABLO: LA VIDA Y LA MUERTE:  P. MADRE. Por WINSTON ORRILLO.

 
    “Primera canción/ No  he inventado ninguna melodía.//Los que amaron dirán:/ `Conozco esta canción…/ Y me había olvidado de lo hermosa que era…´// Y habrá de parecerles/ la primera/ canción con que soñaron”
     “Cuarta canción// Yo me ahogo de cielo./ Mi corazón se inclina/ y las islas no llegan.// Dame tu mano entonces,/ quiero morir tocando/ el extremo más dulce de la tierra.”
                                                      Juan Gonzalo Rose

                                       

Resulta que ya tenía casi listo mi artículo, que títularía LEONCIO BUENO, CIEN AÑOS (aun hay controversias sobre el día exacto que arribara al mundo el dueño de las baterías “Tungar”), poeta obrerísimo, fundador de Comas y, hoy en día con un terno blanco absolutamente incongruente, y perseguido por infinitos homenajes de los que tiene que huir como el gato del agua.

En fin, Leoncio, a quien conociera por el entrañable Arturito Corcuera, quien me llevara hasta Breña, santuario donde medraba el mítico poeta  fundador del Grupo Intelectual Primero de Mayo, en su taller de baterías Tungar, para un obvio renacimiento del sistema eléctrico de mi Fiat de aquellos añares.
Yo había picoteado sus “Al pie del yunque”, “Pastor de truenos”, “Invasión poderosa”, pero el poemario que más me había impresionado fue “Rebuzno propio”, que le valiera “Mención Honrosa” (honrosísima, añadimos) en el Premio Nacional de Poesía 1971.

Nos hicimos, pues, amigos; escribí sobre él: “Vocación y destino de un poeta”, en la revista Oiga, donde yo dirigía la sección cultural  (5 de febrero de 1971). Como dato importante, cuando, por mi posición política le resulté insoportable al neoliberal director, Paco Igartua, éste simplemente decretó mi cese –así son ellos- y fui reemplazado, adivinen por quién…por Alpedito Barnechea, que empezaba a deletrear en temas de cultura (aún sigue en ello) y, mientras tanto,  se había casado con una pitucaza trujillana.

Con Leoncio la amistad (y las discrepancias) continuaron: el,  eminente trotskista; y el suscrito, humilde militante del Partido de Vallejo y de Neruda.
Lo seguí leyendo y opinaba, con frecuencia sobre la originalidad de su poética y el carácter integérrimo de su adhesión al pueblo, de donde procedía –obrero de construcción civil, autodidacto, movilizador popular  mecánico de polendas, como que llegó a tener su propia empresita: la constructora y reparadora de baterías, ya citada: “Túngar”.

No dejó, Leoncio, sin embargo, los avatares del gineceo y la ginecocracia: no los he contado, pero sus hijos conforman un  pequeño pelotón.
Una anécdota. 

En uno de mis viajes culturales a la Patria de Goethe, de pronto mi mujer me dijo que me buscaba, con apremio, un joven que decía proceder de nuestra patria; ¿se imaginan? Era un hijo del múltiple Leoncio. No sé su nombre ni qué secuencia tendría en la serie…

En fin, el tiempo y el arte discurren. Nos veíamos muy poco porque no somos amigos de “visitas”; además, el tiempo no alcanza para la confección de nuestra precaria obra, y para las lecturas necesariamente postergadas durante nuestros cuarenta años de ejercicio docente universitario…ahora ya, convertido en un misérrimo jubilado –felizmente mi esposa, Fuji mediante, tiene para varios años más antes de jubilarse; así que, de allí, viene el condumio…

Hasta ahora que me entero del justo homenaje que le hace Javiercito Corcuera con un documental sobre su centenario, a cuya proyección no pude concurrir, pero, con el reciente ejemplo, de ese paradigma que nos regalara con el que hizo sobre el autor de El río…ni qué pensarlo.

En  resumen, la poesía de Leoncio le ha abierto un lugar cimero entre los auténticos bardos peruanos, y ahora le toca al Ministerio de Cultura entregar un homenaje en metálico para poder, de vez en cuando, repetir la frejolada que en su casa-fundo de Lurín (todo muy proleta, por si las moscas), hiciera recientemente.
Y mientras mi homenaje a la vida impertérrita de Leoncio iba madurando, se aparece Ella, la reputa muerte.

Al abrir el diario veo la foto de mi nunca bien admirado Pablo Macera. Con el anuncio de su deceso. Fue mi profesor en primero de Letras, en San Marcos, naturalmente, año 1958.

Pero la amistad creció, cuando un grupo escogido de diz que los mejores alumnos del curso de Raúl Porras, fuimos invitados a Colina 398, Miraflores, para “ayudar” al maestro que, entonces, hacía un Índice onomástico nada menos que del Mercurio Peruano. A cada estudiante le tocaba un volumen y se trabajaba la tarde entera, con la interrupción de la sacra hora del lonche que, inevitablemente, comprendía los sápidos “chancayes”.

Y por allí aparecían Pablo Macera y Carlos Araníbar (este se adelantó en el periplo), pero ya se encontrarán,.. 

Ambos eran los ayudantes de cátedra del maestro Porras, pero mejor –y más cerca- nos encontrábamos con Pablo: (Carlos era medio reticente y no tenía apertura  con los jóvenes estudiantes del Primer Año de Letras.) Tanto que al poco tiempo Pablo nos invitó a su inolvidable casita, al costado del Estadio, nada menos que en la calle José Díaz.

Más adelante, para un postgrado, Pablo viaja a la patria de Sartre, donde tuve la osadía de escribirle: él siempre me contestó, incluso, sin reticencia alguna, con las respectivas correcciones estilísticas y la permanente recomendación de lecturas imprescindibles para los jóvenes.

Pasa el tiempo y leo sus artículos y me regocijo con su papel de oráculo de la izquierda de aquel entonces.  El libro de sus conversaciones con Jorge Basadre es una suerte de non plus ultra. Yo acudí, varias veces, al Seminario de Historia que desarrollaba en su añoso local sanmarquino, en la difícil espalda del Congreso.

En fin, todo lo que significara Pablo, mucho repercutía en mí. Alguna vez fui invitado a su nueva casa en Maranga (: no sé por qué matrimonio andaría). Y retomamos charlas interrumpidas. 

Hasta que llegó su imperdonable accidente (no gramatical) de ingreso y la alineación con el fujidelito. 

Como dicen que existe una conciencia, se lo dejo a ella para que lo juzgue.

Desde entonces, como que sus oráculos fenecieron: su voz enronqueció y se entonteció. Es bueno, como sustituto, ir a sus obras escritas anteriormente.

Y de este modo llega a sus 90 años y casi un mes más…

Anécdota muy curiosa. Ambos nacimos el 19 de diciembre, igual que Alejandro Romualdo, Juan Landázuri Ricketts y el querido camarada Leonid Ilich Breznev.
Pero, así, cuando yo celebraba la vida centenaria del poeta Leoncio Bueno Barrantes, se me va este sumo poeta de la historia y del pensamiento de vanguardia, con frases inolvidables como las de que el Perú es un burdel.

Y no dejó, Pablo, de tener razón si vemos la patria que los aprofujimoristas han manejado desde un Congrezoo que –pretenden y no hay que dejarlos- reeditar.
Aunque sea como homenaje a Pablo Macera Dallorso y su pensamiento  del Perú popular, al que reivindicara en su añoso local del Centro de Limalahorrible. Queden estas líneas volanderas.

Cuando me preguntó un periodista, le respondí: “fue un hombre del Renacimiento”. Y decodifica, tú,  todo lo demás.


No hay comentarios:

Publicar un comentario