lunes, 19 de agosto de 2019

HOY HACE 30 AÑOS DE AQUEL 19 DE AGOSTO. Por Marcela Pérez Silva








HOY HACE 30 AÑOS DE AQUEL 19 DE AGOSTO

Por MARCELA PEREZ SILVA.


1.
Sobre el cielo despejado de Managua, la luna resplandecía de tal modo que era imposible dejar de mirarla. A la hora señalada, empezó a cubrirse con un velo negro, como tapada limeña.
¡Canela y candela! me había dicho la hechicera. Obedecí. Saqué del fuego la olla donde había hervido la canela en palo y la puse a serenar. Tatué mi nombre con un alfiler sobre una vela blanca y la hice rodar sobre el azúcar morena. Cuando la luna se hubo ocultado del todo, la encendí. Me bañé en el jardín con aquella agua perfumada mientras duró el eclipse. Cuando el reloj marcó la medianoche, el viento apagó la lumbre. La luna había vuelto a brotar de las fauces del jaguar.

2.
Me costó encontrar las llaves en la cartera. Adentro sonaba el teléfono. Pensé que no llegaría a tiempo para contestarlo.
-¡Ah, carajo! Te he llamado trescientas cincuenta y ocho veces y no contestás. ¿Adónde andabas? -inquirió una voz.
No tuve necesidad de preguntar quién habla. Aquel tono y esa vehemencia eran inconfundibles. Le dije que venía de ensayar y lo invité al concierto que daría esa noche en el Amatl libro-café. Jamás pensé que llegaría. Cuál sería mi sorpresa, al salir a escena y ver todo el local lleno de compas de verdeolivo. En la mesa principal, el comandante fumaba un puro, mientras la guitarra iba arpegiando las primeras notas.
Arranqué a cantar:
-Ay Nicaragua, nicaragüita…

3.
Al día siguiente me invitó al volcán Popogatepe, que en lengua chorotega quiere decir montaña que arde. Subimos hasta el borde mismo del cráter Santiago, donde viven los chocoyos en medio de los vapores de azufre.
Los internacionalistas pululaban, entusiasmados, tomándose fotos. Cuando descubrieron a Tomás, nos rodearon enseguida. Una monjita chicana gritaba con voz de aguja:
-Todas dicen “Chayane, Chayane”… Yo grito: “¡Tomás Borge, Tomás Borge!”.
Nos había presentado Eduardo, un amigo común del que yo, por ese entonces, andaba enamorada. Tomás quiso saber y fue directo al grano:
-¿Para vos, se trata de una relación táctica o estratégica?
-Estratégica, por supuesto- le contesté furiosa.
-Pero… ¿vos estás clara que él es casado, verdad? Bueno, así es el amor… Aunque… Conmigo podrías tener una relación estratégica.
Yo no podía creer lo que estaban escuchando mis orejas. Las fumarolas se mecían al viento y nos envolvían en ese paisaje de alucinación.
-Usté y yo jamás podríamos ser pareja -le dije-. Somos demasiado distintos. Nos pelearíamos el día entero.
Él estiró su cuerpo más allá de la baranda. Gritó:
-¿Será…?
El eco del volcán le devolvió la duda repetida.

4.
En el mercado de Masaya me compró una túnica de manta, con un pavo real bordado a mano. Mientras yo me la probaba, él recitaba a Rubén Darío:
La hembra del pavo real
estaba en el jardín desnuda...
¡Fue increíble el revuelo que causó su presencia entre marchantas y compradores! Venían a pedirle un autógrafo, una foto, un techo de zinc… Sus escoltas anotaban los pedidos en un cuaderno con tapas negras. Una viejita le enseñaba sus anteojos y le explicaba que ya tenía que cambiar los lentes; un campesino descalzo quería convencerlo de las ventajas de tener una avioneta para fumigar; una voceadora de “Barricada” le presentó a sus nueve chigüines y al que traía en la panza. Era gente sencilla que quería darle la mano, contarle que eran colaboradores históricos del Frente Sandinista, padres de chavalos movilizados en el servicio militar, madres de héroes y mártires.
Lo sentían cerca. Era de los suyos.

5.
Al llegar al lago Cocibolca me pidió un beso. Me negué, por supuesto. Él dijo:
-No importa. Cuando me des ese beso, será para siempre.
Me reí de su perseverancia:
-Eso no va a ocurrir jamás.

6.
Después de cenar volvimos en carro a Managua. Ya habíamos hablado de todo: de literatura, de cine, de la revolución... Nos habíamos contado nuestras vidas. Me había conmovido hasta lo más íntimo con sus recuerdos de la guerra y me había hecho reír de buena gana con el recuento de sus aventuras.
Al llegar a la puerta de mi casa me pidió que lo invitara a pasar. Le dije que no. Su fama de mujeriego había trascendido las fronteras. Yo me había prometido a mí misma que no cedería ante sus encantos.
Entonces sucedió. Él tomó mi mano entre las suyas y la puso sobre su corazón. Aquel motorcito hacía bum-bum con todas sus fuerzas. No tuvo que decir nada más. Lo dejé entrar en mi casa y en mi vida de una vez y para siempre.
(Con el tiempo, él urdiría la historia de que aquello fue producto de una técnica muy elaborada que consistía en retener la respiración, para acelerar los latidos. Pero eso no se lo creyó nadie).

7.
Acabadas las mieles, encendió un cigarrillo.
-Vení -me dijo y me hizo sentar a la par suya, en una mecedora de mimbre-. Tenemos que hablar de cosas importantes. Tengo tres propuestas que hacerte.
La primera es que escribamos una carta que diga:
Eduardo: 
Te queremos. Nos queremos. 
Marcela y Tomás.
La segunda propuesta es que nos vayamos a vivir juntos mañana mismo. Y la tercera es que nos comencemos a pelear. ¿No decís vos que nos vamos a pelear el día entero? Comencemos ya.
Le dije que de las tres propuestas, sólo aceptaría la última.
Pero mentí. Los siguientes años de amor y de guerra fueron los más extraordinarios de mi vida. Este año se cumplen treinta, de aquella madrugada en que me preguntó:
-¿Querés ser mi compa?

Tenías razón también en eso, Tomás. Fue para siempre.






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