BIOGRAFÍA
ANTONIO
ENRIQUE MUÑOZ MONGE. Nació en la ciudad de Pampas, capital de la provincia de
Tayacaja de Huancavelica, en 1942 (Perú).
Estudió
Letras en la Universidad Mayor de San
Marcos.
Ha
publicado los libros de relatos Abrigo
una Esperanza, (1991) con
ilustraciones de la artista alemana Cristine Rosenthal, El patio de la otra casa ( 1992), Nos estamos quedando solos ( 1998), La casa de Mercedes ( 1998) y en 2007, la novela Que nadie nos espere.
El
año 2014, el libro de poemas Banderola de
Lata, con ilustraciones del admirable pintor peruano, Alberto Quintanilla.
En
el año 2015, la Escuela Superior de Folklore “José María Arguedas” le publicó
el libro “La palabra del espectáculo”
y en el 2016, esta misma institución edito, “Aimaras
y Sikuris”.
Ha
merecido importante distinciones otorgadas por la Asociación Nacional de Escritores y Artistas (ANEA) y la revista
Caretas.
Fue
fundador y director de las revistas de cultura popular Coliseo, Festival, Canto Vivo.
Es
autor del libro, Folclore Peruano: Danza
y Canto, edición de la Universidad Inca Garcilaso(1991) y de Calendario,
tiempo de fiestas, editado por la firma Backus y Johnson(1998).
Escribe
hace más de 35 años en los diversos diarios y revistas de Lima: El Comercio
(bajo los seudónimos de, El Buscón y El Fugitivo), La República, Expreso, actualmente
lo hace en el diario El Peruano, y en las revistas, Agronoticias, y Puente
del Colegio de Ingenieros.
Hoy, miércoles 24 de agosto del año 2016,
habiendo sido ratificado y evaluado la destacable trayectoria literaria,
periodística y de investigación del folklore nacional, del escritor, ANTONIO MUÑOZ MONGE, la Sociedad Literaria Amantes del País y el
Club Social Miraflores, le otorgan la
medalla “Palabra en Libertad” y el Diploma de Honor, respectivamente.
JOSÉ
BELTRÁN PEÑA.
PALABRAS
DE REYNALDO NARANJO SOBRE ANTONIO MUÑOZ MONGE
Antonio Muñoz Monge supo
desde que nació, allá en Pampas – Tayacaja, que su deber era soñar con su país
todos los días, para siempre.
Pero soñar con un país de profundos
sentimientos milenarios, de paisajes que
deciden la vida de los seres humanos, un país repleto de añoranzas, alegrías y
ritos, un país con idiomas cuyos silencios dicen más que las palabras pero cuando se pronuncian
son palabras sagradas. Soñar con el Perú, ese es el deber que sigue cumpliendo
Antonio Muñoz Monge y que le agradecemos.
Pero, hablando en buen
romance, soñar con el Perú como Antonio Muñoz Monge, supone pasión, vitalidad y
lucidez excepcionales.
Décadas dedicadas a la
investigación del folclore peruano, a difundirlo en importantes medios de comunicación.
Décadas alentando a sus cultores. Es bastante, claro, “pero nunca suficiente”, como diría el poeta
Washington Delgado.
Allí están sus novelas:
Abrigo una esperanza, El patio de la otra casa, La casa de Mercedes, la
creación de la importante revista Vestival, sus entrevistas y artículos
periodísticos.
Ahora Antonio continúa cumpliendo
su digno deber: la música, la danza, los mitos y los ritos pueblan su quehacer
diario (me aclara Mónica) y nos entrega el hermoso libro de poemas, Banderola
de lata.
(Tomado del
libro, “Banderola de lata”.)
POEMAS
Y CUENTOS DE ANTONIO MUÑOZ MONGE
BANDEROLA
DE LATA
Alguien canta por el huerto con tu voz
llega por un hilo de luz
música celeste
se descuelga por tu voz
baila
sobre la corola de una rosa
¿celeste azul roja
amarillas?... ¿Eres tú?
Alguien canta por el huerto
El tiempo carcome una viga
en la tarde a esta hora
azul luz silencio
Banderola de lata gime con el viento
¿Desde cuándo
para quién
en el recuerdo?
¿Es el viento que canta
o es la sonora voz de lata
que choca contra el tiempo?
No estás en la voz del huerto
Solo el silbo del hueco de un carrizo
Ayer hoy cuándo
Después solo el silencio
Cuando no estás
alguien canta
CHARCO DE
FLORES
Debajo de los aleros
en los nidos de las tórtolas
se ha perdido la música de mi patio
el canto de los jilgueros
En el rasguño de esa hora
se ha quebrado el tejado de aleros tiernos
en la mano abierta de mi patio de dalias y hortensias
duermen para siempre amen
con las alas extendidas en la tierra
palomas que bajaban a beber el silencio
en las tardes de mi casa ya ausente
Qué será de los viajeros
que anoche muy de madrugada se despidieron
La luna que se posaba
en el matorral de mi alegría
de puntitas con su manto
ha huido a otros cielos
Crece un charco de flores en mi pecho
DEBAJO DE LA
PIEDRA
Mira al frente
un infinito horizonte acaricia tu mirada
Como cerrar los ojos
cómo voltear la cabeza
No te detengas
Camina mírate como en un espejo
No calles habla
grita la palabra redonda
que recorra de un confín a otro
Está aquí
en tu pecho en tu boca
en tus ansias
jamás en el saco roto
(eso nos dicen)
habla todos los días
todos los segundos del tiempo
Cuántas veces
debajo de la piedra el grito escondido
cuánto tiempo amarrado
en el rincón cómplice del silencio
aletea la palabra tocando tu vergüenza
Habla grita
levanta tus brazos al aire de tu estatura
MI SACO GALÁN
NOCTURNO
Busco mi saco
con el que bailé en frenesí
fiestas de brindis y carcajadas
Su azul nocturno
musical ágil
bien puesto
recatado
mercado abierto
Mi saco de cobija y almohada
mi saco ha caminado tanto en mi memoria
que ha de ser grande en este tiempo
en el ropero
sobre una silla
en la cama
en el rincón de ausencias mutuas
bailando en el salón solitario
con la música del olvido
en el aire de las calles del recuerdo
Galán nocturno
Caminante
peregrino
manta del viajero y del bohemio
circunspecto fugaz oficinesco
amable locuaz
cantinero
Cuántos espejos para llegar a ti
figurín puesto
manga por manga
botón a cuestas
disimulado volteo de costuras
Arrugado de abrazos
galopando amaneceres
bailarín de olas
gritos
huellas alas de gaviotas
Cómplice de afeites
de recónditos olores
manteles largos
hipados banquetes
solitario pan en tus bolsillos
repetido café
tabaco al aire
ayunando el día
Mi saco
ha de pararse en las esquinas
esperando
romántico enamorado
para dar
del brazo de uno
del otro
de todos
los pasos del baile esperado
en el solitario salón de multitudes
¿O será muy tarde
cuando la música inunde los recuerdos?
UN CUENTO
PITOS
Y DISFUERZOS
Con tres largos y sostenidos
pitazos, el diputado Chamorro convocaba al huidizo y alcohólico subprefecto de
pueblo. Dos eran para el juez y uno para el inspector de educación. La
población se encargaba de avisarles de éstas órdenes, pero mayormente no había
necesidad, pues ellos mismos vivían entre la expectativa y el miedo. Sentado en
una amplia poltrona instalada a la puerta de su casa, el diputado Chamorro
esperaba la llegada de sus incondicionales servidores; el pito amarrado con una
cinta de seda roja le colgaba sobre el pecho.
Caminábamos por los “mejores”
tiempos del “Oncenio”. Se vivía alegremente “El Siglo de Leguía”. El Perú
flotaba entre los humos apoteósicos de la celebración del Centenario de la
Independencia. Los llamados “Padres de la Patria” eran los mismos latifundistas,
caciques de los pueblos, gamonales de horca y cuchillo. El diputado Chamorro,
calvo, obeso, de ojos ahuecados era uno de ellos.
La grosería del diputado se
hacía insoportable dentro de la vida del pueblo. En las silenciosas noches
provincianas, el pobre subprefecto sufría de pesadillas escuchando los
repetidos pitazos de humillación. En una noche de rocambor y abundantes tragos,
el juez apostó con el médico no acudir más al llamado de los pitazos; ¡era el
colmo hombre!, donde está la dignidad carajo… Los asiduos al destartalado y mal
alumbrado club, hicieron apuestas por su cuenta. Fue una noche de amanecida.
Al siguiente día, en el
sopor de “curacabeza”, el juez descubrió que aparte de temblarle el pulso como
consecuencia de los tragos de la noche, le temblaba también su decisión que la
había puesto en juego ante testigos que se sobaban las manos esperando el
desenlace. Estaba de por medio en estas dudas, su familia, el futuro de sus
hijos. Los días demoraban. Parecía que tareas más importantes, que estar
soplando el pito, detenían en Lima al diputado Chamorro. Para las sufridas
autoridades de la provincia, esta ausencia también fue un suplicio. Las
pesadillas del subprefecto no solo lo despertaban a medianoche; el día le enfrentaba
a peor tortura. Alguien que quería vengarse de sus abusos descubrió como
hacerlo. Tres veces por día, primero -a las horas de desayuno, almuerzo y
comida- imitaba los largos y sostenidos pitazos del diputado. Después,
saboreando su venganza conforme avanzaba el cerco, lo martirizaba en cualquier
momento. Cuando se pasaba de tragos se acostaba previo rosario de pitazos.
Sin poder redescubrirlo, el
subprefecto sobrevivió a la tortura algunos meses.
El piteador furtivo –un comerciante
desconocido- descubrió el lado utilitario de este deporte e hizo algún dinero
invadiendo de pitos el mercado del pueblo. Por esos tiempos, sus habitantes se
levantaban y acostaban en medio de un concierto de pitazos. Un lunes, la
subprefectura amaneció cerrada y no se abrió durante todo el día. En la noche
se supo la noticia; el subprefecto había muerto en medio de un mar de vómitos.
El pueblo fue respetuoso de su memoria; nadie volvió a tocar un pito.
Con estos recientes y
dolorosos acontecimientos la apuesta del juez reverdeció. Se volvió a hablar de
su decisión, de murmurar sobre sus dudas. Pero una especie de secreto acuerdo
calló los comentarios. El juez sufría en este empantanamiento. Las miradas
hablaban más que mil bocas.
En uno de sus acostumbrados
paseos nocturnos por la plaza principal y del brazo del médico, éste quiso
disculparse por aquella noche de la famosa y apresurada apuesta. El juez detuvo
sus pasos y dijo: -un momento mi amigo, sólo estoy esperando la llegada del
diputado, no faltaba más mi querido doctor, que venga de una vez ese miserable.
En Arequipa, el teniente
coronel Luis M-Sánchez Cerro, jefe del batallón Zapadores N° 3 se levantaba en
armas. Las fuerzas militares de Lima apoyaban el pronunciamiento. Leguía se vio
obligado a renunciar y entregar el mando a una Junta Militar. El ex Presidente
era detenido en la Penitenciaria. El “Oncenio” llegaba a su fin. Algunos
“Padres de la Patria” regresaron sin demora ha retomar el fuete de sus
haciendas, otros lograban acomodarse con el nuevo orden. El juez de nuestra
historia murió de viejo –orgulloso y respetado- esperando no obedecer jamás los
insultantes pitazos que sacudían su conciencia. Aseguran que el ex diputado
Chamorro se esconde vigilante en una oscura Prefectura de algún perdido
departamento. Nada se supo del sencillo inspector de educación don Isaías
Urruchi que se entregaba a sus escuelas ignorando pitazos y la grosera facha
del diputado.