miércoles, 4 de mayo de 2022

UN HÉROE DE CARNE Y HUESO. Por Marcela Pérez Silva.

 


 

UN HÉROE DE CARNE Y HUESO
 
Por MARCELA PEREZ SILVA.
 
 
 
Tomás y yo nos conocimos varias veces. Quiero recordar ahora, la vez definitiva. Era julio de 1989 y "La paciente impaciencia" acababa de ganar el Premio Casa de las Américas. En la Feria del Libro de Managua había un stand completo dedicado a exponer la edición nica: de tapas azules y grandes letras amarillas.
Una tarde de esas, por algún feliz azar, acabé en Los Antojitos tomando fresco de cacao con unos amigos y llegó el Comandante Borge. Me pellizcaba a mí misma para cerciorarme de no estar soñando. Cuando logré vencer la timidez, me atreví a sugerirle al Comandante que me encantaría tener su libro dedicado.
—No hay problema —me dijo, socarrón—. Comprátelo y te lo dedico.
Me enojó que me tomara el pelo, pensé que era un engreído de marca mayor. Pensé también que no sólo no estaba dispuesta a comprar ese libro, sino que no lo leería jamás. No conocía a Tomás. No sabía aún de su ingenio, ni de su tendencia bromista, ni de su apego a aquella máxima cartesiana por él transformada en "juego, luego existo".
Días más tarde, el Comandante envió a un emisario a buscarme, diciendo "que había encontrado un ejemplar y quería dedicármelo". Fui, muerta de miedo. Conocía de su fama de mujeriego: se decía que nunca se acostaba dos veces con la misma mujer... (Siglos después él me explicaría que no era cierto: que tenía mala memoria y que le había ocurrido, por distraído, de bañarse dos veces en el mismo río. Pero para entonces yo ya había aprendido a reconocer sus bromas y a no tomármelo en serio).
Lo que encontré fue un hombre fascinante y deslumbrador, enfundado en su traje verdeolivo con estrellas en los hombros. Hablamos de literatura, de revolución, de su vida y de la mía. De su vocación por el peligro y el riesgo. De su apuesta por la solidaridad humana y la lealtad a los principios. Me sedujo la intensidad de su mirada, la poesía que brotaba de esa boca linda y sensual. Me sedujo su coherencia, su firmeza, y esa sensibilidad descarnada: su capacidad de conmoverse frente a la belleza, frente al sufrimiento ajeno, frente al amor.
 

 
Yo había ido a Nicaragua a recoger material para hacer mi tesis y albergaba la esperanza de entrevistarlo. Me prometió concederme la entrevista y me puso a la orden su biblioteca, el manuscrito de "El arte como herejía" (entonces inédito), su flamante computadora y no sé cuántas cosas más. Apabullada, le pregunté:
—¿Qué he hecho yo para merecer tanto?
Me contestó con voz de trueno:
—Llamarte Marcela. Y tener los ojos limpios.
Luego tomó una pluma y escribió sobre "La paciente impaciencia":
"Para Marcela Pérez Silva
con algo que se parece
a la amistad y a la
ternura"
Tiempo después añadiría con otra tinta:
"igual al amor".
Salí de esa oficina flotando entre las nubes. Era primero de agosto y Managua estaba engalanada para esperar al Minguito, que es como los feligreses llaman a Santo Domingo de Guzmán, patrono de la ciudad. Incienso, caballos, promesantes pintados con grasa de carro, bellas de huipil, y diablitos por todos lados.
Nada de eso aparece tan surreal, en mi memoria, como la historia de lucha, de heroísmo y de sueños que fue brotando de aquel libro extraordinario en cuanto empecé a leer...
"Poco antes de la medianoche, durante un verano en Matagalpa, en el escenario de un crepúsculo estupefacto, mientras mi madre creía que yo estudiaba la regla de tres y los modos verbales, murió Winnetou. Old Shaterhand, con quien el indio exploró todas las geografías y emociones siempre que fueran difíciles, se negaba a reconocer su muerte".
Para mi sorpresa, el Comandante apareció al día siguiente en mi casa. Venía a tomarme la lección. Quería saber en qué página iba y qué me había parecido lo que llevaba leído. Yo estaba fascinada. Cada capítulo me revelaba una nueva faceta de este hombre-prisma. Le comenté que parecía escrito por muchos. Que resultaba difícil pensar que el audaz enamorado de Madame Bovary que se entromete en la historia para cambiar el curso de los acontecimientos literarios, fuera el mismo preso que se sentía poderoso frente a su torturador, dueño de su silencio.
—Sí, pues. Yo soy todos —me dijo sin atisbo de broma—. Soy bueno y soy malo. Soy muchos. Y todos estamos enamorados de vos. Lo cual tiene sus ventajas: puedo ser a la vez tu marido y toditos tus amantes.
Y agregó:
—¿Querés ser mi compa?
Lo tomé como una propuesta matrimonial. Mejor dicho, como varias. Y las acepté todas.
Veintitrés años duró aquella aventura hecha de momentos de inmensa dicha y pleitos de proporciones bíblicas. Fue una relación de amor y de guerra, en la que lo único que no cupo fue el aburrimiento. Juntos exploramos "todas las geografías y emociones, siempre que fueran difíciles". Fui su chofer, su correctora de textos, su asesora, su telonera. Él fue mi líder, mi maestro, mi padre, mi amante, el amor de mi vida. Estuvo a mi lado, enjugando mi sudor, cuando nacieron nuestros hijos. Yo estuve al lado suyo, tomándolo de la mano, ese día infeliz "poco antes de la medianoche, en el escenario de aquel crepúsculo estupefacto..." Y, como Old Shaterhand, aún me niego a reconocer su muerte.
 
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Tomás Borge, el poeta y comandante de Nicaragua, y Marcela Pérez Silva, actual Embajadora de Nicaragua en el Perú.
 
 

 

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