miércoles, 4 de mayo de 2022

Baladas de una joven enamorada rodando su carrito sanguchero, de Esmeralda Cueva. Por Cronwell Jara Jiménez.

 



Baladas de una joven enamorada rodando su carrito sanguchero, de Esmeralda Cueva, es un libro de amorosos petardos explosivos a punto de detonar y destruir a la ciudad, plazas y calles; todo aquello que llevamos retratados en la memoria y en los hilos más sensitivos de la caja del corazón. Sus poemas, aunque hechos de lágrimas y amor, de reventarnos en la cara o en las manos, nos harían correr ese peligro. De reventar podrían despedazarnos y hacernos añicos.
Quiero mejor decir, que los poemas de de este libro, conllevan pólvoras de oculta ternura, de explosivo amor por lo suyo, íntimo y familiar, y de multitud de sentimientos, entre reclamos de impotencia y lágrimas, por lo que observa, vive, desvive, analiza, lamenta y denuncia del mundo -color sepia, olor a humo, a comidas de fonda, de carretilla y yodo de mar- que la rodean. Es decir el mundo y el submundo de su barrio pobre, recorrido por recicladores, terocalelos, locos, lustrabotas, ancianos, mendigos y aquel niño cobrador del microbús chatarra, mientras Esmeralda Cueva -enamorada y no correspondida por ese amor ahí, delante suyo, a quien atiende- conduce bajo la lluvia y en madrugada su coche rodante de comidas, a la esquina de la avenida de barrio. No un barrio cualquiera como los hay otros; no. De su barrio amado y buena gente, que, al final, es metáfora de este país. Suma de símbolos enraizados en nuestras complejas y profundas culturas e historias de pobreza e injusticias por décadas y siglos.
Los 31 poemas de este libro, repartidos en tres Estancias llamadas Baladas, retratan, en nervio puro, crudeza y cierto patetismo, vívidas escenas, desde el corazón sufriente de la poeta, y desde lo que sus ojos testifican con impotencia y contenida rabia. Escenas que podrían impulsar a un pintor a sus cuadros expresionistas o a un cuentista, novelista o dramaturgo, al temblor de la escritura y sus conmovedores escenarios. O al sociólogo, historiador o antropólogo, a investigar y juzgar desde sus teorías y conceptos de profecías y aciertos.
Baladas de una joven enamorada rodando su carrito sanguchero registra, desde su visión de poeta y poesía andariega, la miseria y pobreza de las familias de su favela. Aquí se describen cómo se viven los disgustos, las disconformidades y se sufre el hambre en la mesa de una familia pobre; cómo es la azotea de esa casa y sus ropas de aires fantasmas, cómo es el hospital y cómo es el dolor de los pobres, y cómo es que la poeta percibe -como en una novela o en un paneo de cine- la plaza o las calles de los seres humildes, entre perros y basurales; pero en ningún instante esta suma de 31 poemas cae ni cede un ápice en lo melodramático ni panfletario. Y este es el gran valor del poemario. Gusta sin empalago de melodrama. Gusta, conmueve y estremece hasta removernos las tripas y hacernos revivir lo suyo y la tibieza de sus sentimientos. Y gusta porque logra ser arte. Vibración pura. Poesía legítima y original, a la que solo llegan los poetas de sensibilidad auténtica, madurez y de clara genialidad.
Estos poemas por instantes nos evocan a un François Villon, el poeta medieval francés, al retratar las miserias de su tiempo; o a un Vallejo cuando nos describe su pobreza adherida a sus hambres y falta de botón en la camisa. Son los suficientes poemas que me bastan para creer que en Esmeralda Cueva tenemos los peruanos a una definida y enorme poeta, digna de ser abrazada y admirada, dado su coraje y valentía para describir y denunciar al mundo, cuánto se sufre el ser pobre y cuánto honor por pertenecer a un barrio pobre pero digno y, después de todo festivo y alegre, en este su amado país.
Esmeralda Cueva tiene mi aprecio dada la real valía poética. Todos dignos de merecer la mejor antología que pretenda reunir a poetas no solo de Trujillo sino de este país o de este continente. No considerarla, no acogerla en un libro o no oírla en un recital de poesía, significaría no valorar a una verdadera artista de origen marginal, como lo fue César Vallejo. Una voz de talento y coraje para expresar con amor y rebeldía, lo mejor de ella: su franqueza rotunda y de explosiva poesía, como muy pocas mujeres lo logran.
Motivos que sobran para considerarla una autentica poeta.
Cronwell Jara Jiménez.

 

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