Baladas de una joven enamorada rodando su carrito sanguchero, de Esmeralda Cueva, es un libro de amorosos petardos explosivos a punto de detonar y destruir a la ciudad, plazas y calles; todo aquello que llevamos retratados en la memoria y en los hilos más sensitivos de la caja del corazón. Sus poemas, aunque hechos de lágrimas y amor, de reventarnos en la cara o en las manos, nos harían correr ese peligro. De reventar podrían despedazarnos y hacernos añicos.
Quiero mejor decir, que los poemas de de este libro, conllevan pólvoras de oculta ternura, de explosivo amor por lo suyo, íntimo y familiar, y de multitud de sentimientos, entre reclamos de impotencia y lágrimas, por lo que observa, vive, desvive, analiza, lamenta y denuncia del mundo -color sepia, olor a humo, a comidas de fonda, de carretilla y yodo de mar- que la rodean. Es decir el mundo y el submundo de su barrio pobre, recorrido por recicladores, terocalelos, locos, lustrabotas, ancianos, mendigos y aquel niño cobrador del microbús chatarra, mientras Esmeralda Cueva -enamorada y no correspondida por ese amor ahí, delante suyo, a quien atiende- conduce bajo la lluvia y en madrugada su coche rodante de comidas, a la esquina de la avenida de barrio. No un barrio cualquiera como los hay otros; no. De su barrio amado y buena gente, que, al final, es metáfora de este país. Suma de símbolos enraizados en nuestras complejas y profundas culturas e historias de pobreza e injusticias por décadas y siglos.
Los 31 poemas de este libro, repartidos en tres Estancias llamadas Baladas, retratan, en nervio puro, crudeza y cierto patetismo, vívidas escenas, desde el corazón sufriente de la poeta, y desde lo que sus ojos testifican con impotencia y contenida rabia. Escenas que podrían impulsar a un pintor a sus cuadros expresionistas o a un cuentista, novelista o dramaturgo, al temblor de la escritura y sus conmovedores escenarios. O al sociólogo, historiador o antropólogo, a investigar y juzgar desde sus teorías y conceptos de profecías y aciertos.
Baladas de una joven enamorada rodando su carrito sanguchero registra, desde su visión de poeta y poesía andariega, la miseria y pobreza de las familias de su favela. Aquí se describen cómo se viven los disgustos, las disconformidades y se sufre el hambre en la mesa de una familia pobre; cómo es la azotea de esa casa y sus ropas de aires fantasmas, cómo es el hospital y cómo es el dolor de los pobres, y cómo es que la poeta percibe -como en una novela o en un paneo de cine- la plaza o las calles de los seres humildes, entre perros y basurales; pero en ningún instante esta suma de 31 poemas cae ni cede un ápice en lo melodramático ni panfletario. Y este es el gran valor del poemario. Gusta sin empalago de melodrama. Gusta, conmueve y estremece hasta removernos las tripas y hacernos revivir lo suyo y la tibieza de sus sentimientos. Y gusta porque logra ser arte. Vibración pura. Poesía legítima y original, a la que solo llegan los poetas de sensibilidad auténtica, madurez y de clara genialidad.
Estos poemas por instantes nos evocan a un François Villon, el poeta medieval francés, al retratar las miserias de su tiempo; o a un Vallejo cuando nos describe su pobreza adherida a sus hambres y falta de botón en la camisa. Son los suficientes poemas que me bastan para creer que en Esmeralda Cueva tenemos los peruanos a una definida y enorme poeta, digna de ser abrazada y admirada, dado su coraje y valentía para describir y denunciar al mundo, cuánto se sufre el ser pobre y cuánto honor por pertenecer a un barrio pobre pero digno y, después de todo festivo y alegre, en este su amado país.
Esmeralda Cueva tiene mi aprecio dada la real valía poética. Todos dignos de merecer la mejor antología que pretenda reunir a poetas no solo de Trujillo sino de este país o de este continente. No considerarla, no acogerla en un libro o no oírla en un recital de poesía, significaría no valorar a una verdadera artista de origen marginal, como lo fue César Vallejo. Una voz de talento y coraje para expresar con amor y rebeldía, lo mejor de ella: su franqueza rotunda y de explosiva poesía, como muy pocas mujeres lo logran.
Motivos que sobran para considerarla una autentica poeta.
Cronwell Jara Jiménez.
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