sábado, 29 de febrero de 2020

JORGE NÁJAR NOS DESCUBRE EL PARÍS DE CÉSAR VALLEJO Por WINSTON ORRILLO.

                                                           WINSTON ORRILLO.





JORGE NÁJAR NOS DESCUBRE EL PARÍS DE CÉSAR VALLEJO

Por WINSTON ORRILLO




  “En suma, no poseo, para expresar mi vida sino mi muerte…”

 “Todos han muerto./ Murió doña Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.. Murió un viejo tuerto,/ su nombre no recuerdo, pero/ dormía al sol de la mañana, sentado ante la puerta del hojalatero de la esquina…/ Murió mi eternidad y estoy velándola.”

Piedra negra sobre una piedra blanca. “Me moriré en París con aguacero,/ un día del cual tengo ya el recuerdo./ Me moriré en París -y no me corro-/ tal vez un jueves como es hoy de otoño.//Jueves será, porque hoy, jueves. que proso/ estos versos, los húmeros me he puesto/ a la mala, y jamás como hoy me he vuelto,/ con todo mi camino a verme solo.//César Vallejo ha muerto, le pegaban/  todos sin que él les haga nada;/ le daban duro con un palo y duro/ también con una soga; son testigos / los días jueves y los huesos húmeros/ la soledad, la lluvia, los caminos.”
                                                                       César Vallejo





                         Conocíamos a Jorge Nájar (Pucallpa, 1946) Poeta, narrador y traductor, como una autor multipremiado, que tiene varios quinquenios (desde 1976)  como residente en la patria de Baudelaire.

Eso explica  la tesitura de este libro asombroso, César Vallejo,  La vida Bárbara, que acaba de publicar en el dinámico sello Cinco editores, que dirige Jaime Chihuán Gálvez, autor, asimismo, del enjundioso prólogo.

De  hecho, a partir de su publicación, este no escueto volumen (son poco más de 400 páginas) se convierte en fuente de consulta insustituible para esa creciente legión de Vallejólatras, en la que, por cierto, se cuenta el autor de las presentes líneas quien (la ocasión la pintan calva) tiene asimismo un libro, (que no sé si haya consultado Nájar) sobre el periodismo del autor de “Masa”, y que es un estudio sobre los artículos del santigochuquino, editados por el recordado sanmarquino Jorge Puccinelli Converso.

Mi libro, aparte de la edición peruana, debida a la Biblioteca Nacional del Perú,  fue asimismo publicado por la Unión de Periodistas de la Patria de Martí y reproducido en las prensas bolivarianas  de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.

Pero volvamos a César Vallejo. La vida bárbara, que nos lleva, bien de la mano, por el periplo parisino de nuestro poeta más universal, pero que, asimismo, en sus primeras páginas nos presenta los orígenes del estilo vallejiano y de sus avatares con la bohemia trujillana, que después se integraría en el llamado Grupo Norte, bajo la égida de Antenor Orrego, prácticamente descubridor del jovencísimo Vallejo, al que orienta y hasta le hace el prólogo a su Trilce, adelantado poético de un nuevo lenguaje para la nueva  lírica en nuestro idioma.

Deuda eterna para con Antenor quien, además, convence a su sobrino para que cambie su boleto de primera en barco  a Europa, por el equivalente a tres, de modo que el ya autor de Los heraldos negros, se  embarca -para variar- sin un solo centavo. Y este “viaje, anotémoslo, en realidad era una fuga porque él poeta había salido de la cárcel (a la que fue a dar por una calumnia) solo con “ libertad provisional”.

Quien ha escrito, y mucho, sobre ese desagradable avatar, entre los varios desagradables que tuvo que padecer el gran bardo, es Eduardo González Viaña.
En estas páginas, que podríamos considerar como liminares frente al Vallejo parisino, se hallan las vicisitudes de la injusta carcelería que sufriera el vate, y que –una por otra- diera nacimiento a Trilce.

Solo quien conoce como Nájar, París, nos puede hacer un recorrido por los diferentes hoteles –los más baratos y en cuartos desvencijados- donde se alojara el poeta y sus parejas, básicamente Henriette y Georgette, ambas supieron compartir las vicisitudes de quien prácticamente vivía solo para escribir y publicaba en aleatorias revistas –y hasta en El Comercio de Lima- que le pagaban  tarde, mal o nunca.

Este volumen nos escarapela cuando uno comprueba los orígenes de la poesía vallejiana, tan cercana al dolor, a la desesperación, a la enfermedad, al discurrir agónico.

Felizmente no faltaron los buenos amigos, a los que por cierto, les debía prácticamente el pan que se llevaba a la boca, y entre esos estuvieron Juan Larrea, Pablo Abril de Vivero, Alfonso de Silva, Julio Gálvez Orrego (el que le facilitara el viaje al canjear su boleto de primera en barco, por otro de menor costo: este era nada menos que sobrino de Antenor Orrego, su mentor intelectual), Max Jiménez y José Creeft, entre varios otros. Con ellos visitamos los famosos cafés parisinos como La Rotonda, del boulevard Montparnasse, con su ambiente bohemio y su mostrador de zinc.

Los perros ladran, los pájaros cantan, Vallejo escribe.

He aquí el intríngulis: en pocos lugares –si alguno hay- se puede vivir de los que uno escribe.

Y luego viene la militancia partidaria, acentuada después de haber ido a Moscú y visto la tremante Plaza Roja.

Vallejo es acusado de revoltoso y se le expulsa de Francia.

Nuestro poeta, consecuente con sus versos, sabía quiénes eran los enemigos, pero el sectarismo medraba, y hay apocalípticas peleas con los surrealistas, con la secta de Breton y Aragón.

Vallejo escribía en pequeñas libretas y muchas veces –obviamente no tenía máquina de escribir-los materiales estaban dispersos: ¡cuánto no se habrá perdido!

Aparte de las vagabundas –que sobraban- dos son los amores del bardo: Henriette y Georgette, esta última la que sería su polémica viuda, y que con él gastó una herencia de su madre de varios miles de francos.

Es polémica la relación con Neruda quien al final le escribe un sentido poema.
Gran agudeza: Vallejo se mofa de autores que él llama epilépticos, como Breton, pero en general respeta a escritores como los que integran el surrealismo, cuyos postulados no acepta del todo.

Entre Madrid y París se la pasó Vallejo pues consiguió  una beca española para graduarse en Derecho, y solo la buscó porque significaba una salida económica, ya que él vivía de los “sablazos” que sus más cercanos amigos –como Juan Larrea o Pablo Abril de Vivero, les permitían hacer.

No nos detenemos en la producción bibliográfica de Jorge Nájar, y prometemos, en cambio comentar su premiado libro –Cope- de poemas que me ha proporcionado la querida Rosina Valcárcel.

En fin, si quiere ud. conocer la fundamental vida francesa de Vallejo, el presente libro es sine qua non.

Por algo él escribió “Me moriré en París con aguacero…”

¡Y así fue!

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