JORGE NÁJAR NOS
DESCUBRE EL PARÍS DE CÉSAR VALLEJO
Por WINSTON ORRILLO
“En suma, no poseo, para expresar mi vida sino
mi muerte…”
“Todos han muerto./ Murió doña Antonia, la
ronca, que hacía pan barato en el burgo.. Murió un viejo tuerto,/ su nombre no
recuerdo, pero/ dormía al sol de la mañana, sentado ante la puerta del
hojalatero de la esquina…/ Murió mi eternidad y estoy velándola.”
“Piedra negra sobre una piedra blanca. “Me moriré en París con
aguacero,/ un día del cual tengo ya el recuerdo./ Me moriré en París -y no me
corro-/ tal vez un jueves como es hoy de otoño.//Jueves será, porque hoy,
jueves. que proso/ estos versos, los húmeros me he puesto/ a la mala, y jamás
como hoy me he vuelto,/ con todo mi camino a verme solo.//César Vallejo ha
muerto, le pegaban/ todos sin que él les
haga nada;/ le daban duro con un palo y duro/ también con una soga; son
testigos / los días jueves y los huesos húmeros/ la soledad, la lluvia, los
caminos.”
César
Vallejo
Conocíamos a Jorge
Nájar (Pucallpa, 1946) Poeta, narrador y traductor, como una autor
multipremiado, que tiene varios quinquenios (desde 1976) como residente en la patria de Baudelaire.
Eso
explica la tesitura de este libro
asombroso, César Vallejo, La vida Bárbara, que acaba de publicar en
el dinámico sello Cinco editores, que
dirige Jaime Chihuán Gálvez, autor, asimismo, del enjundioso prólogo.
De hecho, a partir de su publicación, este no
escueto volumen (son poco más de 400 páginas) se convierte en fuente de
consulta insustituible para esa creciente legión de Vallejólatras, en la que,
por cierto, se cuenta el autor de las presentes líneas quien (la ocasión la
pintan calva) tiene asimismo un libro, (que no sé si haya consultado Nájar)
sobre el periodismo del autor de “Masa”, y que es un estudio sobre los
artículos del santigochuquino, editados por el recordado sanmarquino Jorge
Puccinelli Converso.
Mi
libro, aparte de la edición peruana, debida a la Biblioteca Nacional del Perú, fue asimismo publicado por la Unión de
Periodistas de la Patria de Martí y reproducido en las prensas
bolivarianas de Hugo Chávez y Nicolás
Maduro.
Pero
volvamos a César Vallejo. La vida bárbara,
que nos lleva, bien de la mano, por el periplo parisino de nuestro poeta más
universal, pero que, asimismo, en sus primeras páginas nos presenta los
orígenes del estilo vallejiano y de sus avatares con la bohemia trujillana, que después se integraría en el llamado Grupo Norte, bajo la égida de Antenor
Orrego, prácticamente descubridor del jovencísimo Vallejo, al que orienta y
hasta le hace el prólogo a su Trilce, adelantado poético de un
nuevo lenguaje para la nueva lírica en
nuestro idioma.
Deuda
eterna para con Antenor quien, además, convence a su sobrino para que cambie su
boleto de primera en barco a Europa, por
el equivalente a tres, de modo que el ya autor de Los heraldos negros, se
embarca -para variar- sin un solo centavo. Y este “viaje, anotémoslo, en
realidad era una fuga porque él poeta había salido de la cárcel (a la que fue a
dar por una calumnia) solo con “ libertad provisional”.
Quien
ha escrito, y mucho, sobre ese desagradable avatar, entre los varios desagradables
que tuvo que padecer el gran bardo, es Eduardo González Viaña.
En
estas páginas, que podríamos considerar como liminares frente al Vallejo
parisino, se hallan las vicisitudes de la injusta carcelería que sufriera el
vate, y que –una por otra- diera nacimiento a Trilce.
Solo
quien conoce como Nájar, París, nos puede hacer un recorrido por los diferentes
hoteles –los más baratos y en cuartos desvencijados- donde se alojara el poeta
y sus parejas, básicamente Henriette
y Georgette, ambas supieron compartir
las vicisitudes de quien prácticamente vivía solo para escribir y publicaba en
aleatorias revistas –y hasta en El
Comercio de Lima- que le pagaban
tarde, mal o nunca.
Este
volumen nos escarapela cuando uno comprueba los orígenes de la poesía
vallejiana, tan cercana al dolor, a la desesperación, a la enfermedad, al
discurrir agónico.
Felizmente
no faltaron los buenos amigos, a los que por cierto, les debía prácticamente el
pan que se llevaba a la boca, y entre esos estuvieron Juan Larrea, Pablo Abril
de Vivero, Alfonso de Silva, Julio Gálvez Orrego (el que le facilitara el viaje
al canjear su boleto de primera en barco, por otro de menor costo: este era
nada menos que sobrino de Antenor Orrego, su mentor intelectual), Max Jiménez y
José Creeft, entre varios otros. Con ellos visitamos los famosos cafés parisinos
como La Rotonda, del boulevard Montparnasse, con su ambiente bohemio y
su mostrador de zinc.
Los
perros ladran, los pájaros cantan, Vallejo escribe.
He
aquí el intríngulis: en pocos lugares –si alguno hay- se puede vivir de los que
uno escribe.
Y
luego viene la militancia partidaria, acentuada después de haber ido a Moscú y
visto la tremante Plaza Roja.
Vallejo
es acusado de revoltoso y se le expulsa de Francia.
Nuestro
poeta, consecuente con sus versos, sabía quiénes eran los enemigos, pero el
sectarismo medraba, y hay apocalípticas peleas con los surrealistas, con la
secta de Breton y Aragón.
Vallejo
escribía en pequeñas libretas y muchas veces –obviamente no tenía máquina de
escribir-los materiales estaban dispersos: ¡cuánto no se habrá perdido!
Aparte
de las vagabundas –que sobraban- dos son los amores del bardo: Henriette y Georgette, esta última la
que sería su polémica viuda, y que con él gastó una herencia de su madre de
varios miles de francos.
Es
polémica la relación con Neruda quien al final le escribe un sentido poema.
Gran
agudeza: Vallejo se mofa de autores que él llama epilépticos, como Breton, pero
en general respeta a escritores como los que integran el surrealismo, cuyos
postulados no acepta del todo.
Entre
Madrid y París se la pasó Vallejo pues consiguió una beca española para graduarse en Derecho,
y solo la buscó porque significaba una salida económica, ya que él vivía de los
“sablazos” que sus más cercanos amigos –como Juan Larrea o Pablo Abril de
Vivero, les permitían hacer.
No
nos detenemos en la producción bibliográfica de Jorge Nájar, y prometemos, en
cambio comentar su premiado libro –Cope- de poemas que me ha proporcionado la
querida Rosina Valcárcel.
En
fin, si quiere ud. conocer la fundamental vida francesa de Vallejo, el presente
libro es sine qua non.
Por
algo él escribió “Me moriré en París con aguacero…”
¡Y
así fue!
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