“De eso también se trata la escritura. Descubrir lo que realmente ocurre sin
esperar finales definitivos, sino para abrir interrogantes que generen nuevas
posibilidades. Esas preguntas infinitas sin respuesta que nos mantienen vivos
aunque sea por curiosidad.// En el caso de este libro, me he situado en el
lugar de una murmuradora o perseguidora de temas y personajes que resuenan en
mí con la esperanza de que puedan resonar en los demás y despierten igualmente
su curiosidad. En todos ellos me busco…”
M.R.
M.R.
Si hay alguien a quien no tenemos que explicar es a Marcela Robles que, en esta joya bibliográfica (Usted me desespera),que Lápix editores ha lanzado muy recientemente, en su “Colección Crónicas”, nos invita a dar un fecundo paseo por la realidad –literaria, artística, filosófica, existencial- y, con su oficio maestro de periodista raigal, presenta, esclarece, comenta, en un tono coloquial y adobado por un humor que es parte insubstituible de lo que, sin reticencias, podemos calificar un estilo que, desde ya, la caracteriza.
Ella estudió Literatura en la
Universidad de Austin, Texas, para, asimismo, incursionar en la cinematografía
(ya es hora que digamos que es hija de ese fundador del cine nacional, que
fuera el inolvidable Armando Robles Godoy).
Igualmente, Marcela ha incursionado
en la dramaturgia, en la que ha puesto en escena Mujer modelo para armar,
Género desconocido, Contragolpe, Esa es la cuestión y Una especie de ausencia.
En cuanto a periodismo en sí, en el
Diario Decano, ejerció su oficio de prensa, como editora de cultura y de Luces,
que abandonara en 2013 para dedicarse (felices nosotros) a sus proyectos
personales, entre los que destacan diez poemarios, reunidos, parcialmente, en
Polvo de ángel, antología de sus versos. Asimismo, ha publicado un libro de
cuentos (Me gustaría realmente que te quedaras -2015- Editorial Mesa Redonda).
No es hipérbole decir que, ahora, con su residencia en Lima, frente al mar, continúa, infatigable, su producción, de la que es muestra, inequívoca y paradigmática, el libro que hoy reseñamos.
No es hipérbole decir que, ahora, con su residencia en Lima, frente al mar, continúa, infatigable, su producción, de la que es muestra, inequívoca y paradigmática, el libro que hoy reseñamos.
Si hay un cronista latinoamericano
con el que podemos compararla es el querido mexicano, Carlos Monsiváis, pues
Marcela, igualmente, en su prosa “periodística” –por llamarla de algún modo-
hace incursiones en la filosofía, en el comentario profundo. Por ello,
nosotros, que hemos leído este bien amado volumen en un largo fin de semana
(incluido el 1º de mayo), somos perfectamente conscientes que, ésta, solamente,
es la primera incursión en una obra que honra a la prosa periodística peruana,
porque no se trata, la suya, de una escritura banal, sino de la profunda
incursión en temas existenciales que, aquí y acullá, nos entrega nuestra
estupenda autora.
Pruebas al canto, veremos una de sus
preocupaciones raigales: el sentido del universo, de la vida:
“Contemplo la grandeza del universo y
constato que el crecimiento, bueno o malo, sigue implacable su curso, y que el
mundo es un work in progress, una obra en construcción, en constante evolución.
Aunque esto nos lleve eventualmente a nuestra propia destrucción”.
Y, por si fuera poco, en el mismo
artículo, podemos leer:
“La obra de Dios no se terminó en
siete días. Comenzó. Somos seres inacabados, como un Lego que alguien no
alcanza a armar por falta de pericia, serenidad, inteligencia, creatividad, en
el intento de alcanzar la realización del mito personal. Y, por si fuera poco,
tratando de lidiar con este planeta acoderado en el horizonte, perdidos en los
extramuros del mundo que habitamos”.
Es difícil, muy difícil, recomendar,
a nuestros lectores, algunas de sus prosas más trascendentes: quizá nos
quedamos con las crónicas sobre Marie Curie, “La cólera de las palabras” (sobre
una de las figuras máximas de la poesía latinoamericana, el argentino Juan
Gelman).
“Ël fue quien dijo que la poesía y el
arte en general son un acto de resistencia contra el envilecimiento. No solo se
refería a un acto voluntario. El solo hecho de que el arte exista es un hecho
favorable en la historia, la creación de zonas de belleza y de verdad, provoca
una especie de consuelo. `La poesía es una operación consciente. Yo lo hago
producto de una obsesión. Necesito escribir para saber de qué se trata. No sé
qué quiero decir, no sé qué busco, la obediencia a la lengua/no sabe lo que
dice/ en las imperfecciones del amor´”.
Sí, la poesía es uno de los leit
motiv de Marcela, y son inolvidables sus páginas sobre Vallejo, Valdelomar,
Javier Sologuren (todo esto no hay solo que releerlo, sino hay que estudiarlo).
Mas, asimismo, se sitúan sus textos sobre Octavio Paz, Kafka, Beckett, Jardiel
Poncela, Jean Genet, Oscar Hahn, Raymond Chandler, Rosa Montero y Michel
Foucault, entre varios otros.
Asimismo, sus digresiones sobre el
amor y el absurdo de la vida cotidiana, son de antología.
Lo repito, Marcela Robles ha llegado,
con su vastísima experiencia periodística, a saber conducirnos donde ella
quiere, y a que seamos sus fieles lectores.
Y una característica que nos permite
insistir en el paralelo con el gran mexicano Monsiváis, es la utilización de lo
mal llamado “popular”; es decir, el empleo de letras de canciones y
cancioncillas, para adobar sus ejemplos y hacerlos más cercanos a las mayorías
(ejemplo preclaro, el título del presente libro), que no necesariamente leen
obras “literarias”, pero sí están inficionados por la música ad usum. Y,
asimismo, cómo resulta sabio su modo de penetrar en los lugares comunes para
esclarecerlos en sus reales contenidos existenciales.
En fin, lo repetimos, agradecer a
Lápix por habernos acercado a esta presea que, si el suscrito aún estuviera en
las aulas universitarias –“gozo” de una jubilación luego de más de medio siglo
en la docencia superior- no vacilaría un punto en ponerlo como texto de lectura
obligatoria, y espero que los colegas que medran en las multiplicadas
facultades de lo que hoy se llama Ciencias de la Comunicación (que ni comunican
ni enseñan la base que es la escritura periodística), aquello que Marcela
“desesperadamente” nos entrega en el universo de la cultura que es requisito
sine qua nom para el buen periodismo, que es el que, precisamente, no se hace
en nuestro medio, donde medra una suerte de terrorismo mediático, causado,
precisamente porque los alumnos no leen… y esto se debe a que sus maestros
tampoco lo hacen.
Marcela estimada,
reúnenos otros volúmenes semejantes a éste que, estoy seguro, Lápix no vacilará
en publicar.
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